🦋 Capítulo 10

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El trayecto en autobús fue todo una odisea. Valentín viajó junto a un montón de gallinas que chillaban y cacareaban espantadas dentro de sus jaulas cada vez que el conductor pasaba los baches sin disminuir la velocidad. Desde su posición, en la parte trasera, veía como las cabezas de todos los pasajeros se meneaban al compás de los movimientos bruscos.

A su lado, Elías charlaba con una joven chica que también era de Aguadulce. Ella llevaba una enorm canasta de carrizo tejido llena de dulces de leche, membrillos, nueces y jalea de dátil.

—Voy a la ciudad a venderlos —le había explicado a Valentín con una sonrisa amable y cohibida.

El resto de los pasajeros era una mezcla variopinta que habían ido recogiendo de varios pueblos. Una mujer acababa de subir con dos bebés cargados; uno en la espalda y otro en el pecho, y otros tres que iban tras ella como patitos siguiendo a su mamá.

—Aquí es Golondrina —señaló Elías.

A simple vista no se veía muy diferente de Aguadulce; las calles eran de tierra, las casas pequeñas y muy separadas unas de otras. Valentín miró estupefacto cuando un par de jóvenes muchachos subieron al autobús cargando instrumentos musicales.

—Esto es un desastre —dijo uno de ellos, tratando de hacer que el estuche de su guitarra entrara en el compartimento que se encontraba sobre los asientos.

—Tal vez pudimos haber llamado un Uber —comentó Valentín.

—Esos no entran para acá porque suelen perderse sin señal en el teléfono —Elías le dedicó una mirada—. A veces olvido lo citadino que eres.

—Eso suena como un insulto.

Elías se encogió de hombros.

El autobús siguió su camino cada vez más lleno. El recorrido era de una hora, pero con tantas paradas se hacía incluso más largo. Cuando por fin empezaron a ver indicios de la ciudad, Valentín ya estaba mareado con el olor de las gallinas y la concentración salina de tanto sudor acumulado.

Su viaje no terminó tan pronto como le habría gustado. Luego de bajar del camión tuvieron que subir casi de inmediato a otro, en esa ocasión con destino al centro de la ciudad.

—Podemos pedir un taxi —insistía Valentín.

—Cobran mucho.

No conforme con traerlo de un camión a otro, Elías discutía y regateaba con cada conductor que se encontraban.

—De aquí al centro son veintidós pesos por cada uno —gruñía el chofer.

—¡Eso es un robo!

—Ahí está el letrero que dice los precios.

—Pues somos estudiantes, tenga veinte pesos por los dos.

—¿Me quieres ver la cara, muchacho?

Al final Valentín tuvo que intervenir para que la discusión no pasara a mayores.

—Nunca había viajado tanto en camión —dijo al bajar del último.

—¿En qué te mueves allá donde vives?

—Tengo un auto.

Elías resopló como si acabara de insultarlo.

La estación de policía era un edificio de color amarillo mostaza en la esquina de una avenida principal. Había una hilera de palmas secas en el lateral derecho y en el izquierdo una entrada al estacionamiento del penal de delitos menores. El edificio no podría haber sido más feo, pero casi como si se lo hubieran tomado como un reto, habían construido una horrible pared de barrotes de acero color gris que rodeaba todo el perímetro.

Besando Tumbas || #ONC2024Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt