Capítulo Veintitrés: Alelí

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LA PRIMERA VEZ QUE LA VIO, él tenía seis años y ella cinco. Había llegado a la fundación BB junto a su hermano después de pasar un tiempo en uno de los peores orfanatos de la ciudad. Su ropa estaba rota, su rostro y cuerpo sucio debido a que desde hacía varios días no podía bañarse, su estómago rugía de hambre, lo que hizo que sus mejillas tuvieran un color rojizo por la vergüenza; y aún así, no podía dejar de sonreír ante su nuevo hogar.

A pedido de Justina, se formó derecho al lado de Tacho, el otro chico que había en la fundación, para recibirlos. Ninguno de los dos hermanos sabía todavía en donde se habían metido, no se habían dado cuenta que la generosidad de Bartolomé era extremadamente falsa y que la sonrisa de Justina escondía todas las atrocidades que era capaz de hacer. Ellos estaban aliviados de tener un lugar en donde vivir, comer y crecer juntos, por lo que Lleca no tuvo corazón para decirles la verdad.

Tacho, en cambio, fue más directo y en la primera noche se lo dijo a Rama, quien después de todo, decidió quedarse ya que no iba a encontrar un mejor lugar para Alelí. No importaba que tuviera que trabajar el doble para que ella no lo hiciera.

Esa misma noche, cuando el mayor de los Ordoñez se dejó llevar por los brazos de morfeo, Alelí acudió a él por primera vez. Asustada por una pesadilla corrió hacia los brazos de su hermano por protección, y al darse cuenta que estaba durmiendo, corrió nuevamente a su cama con los ojos llenos de lágrimas. Eso hizo que Lleca recordará su primera noche ahí, había sido tan dura como lo estaba siendo para ella, y eso que él no estaba solo en el área de los chicos.

Con cuidado, se levantó de su cama sin despertar a los otros, y fue hacia su parte de la habitación. Alelí se encontraba escondida bajo las sábanas, intentando rezar un padre nuestro, aunque se le confundían mucho las palabras. Él sonrió y se sentó en la silla al lado de su cama.

―No tengas miedo―susurró. Alelí se destapó y lo miró con temor. ―Soy Lleca, ¿te acuerdas?―ella asintió. ―Rama está durmiendo, pero yo puedo cuidarte.

Alelí sonrió tímidamente antes de taparse, pero esta vez dejando la cabeza afuera. Lleca, como un perro guardián, se quedó a su lado toda la noche, aunque tenía que admitir que no pudo aguantar despierto y se durmió apenas se dio cuenta que ella lo estaba.

La esperanza de que las cosas iban a mejorar duró poco para los hermanos. Pasaron menos de dos días para que Justina los mandara a trabajar. Y por más que Rama había intentado evitar que Alelí lo hiciera, la visión panorámica de Tina logró detectar que ella estaba sentada sin hacer nada y la obligó a recaudar el doble esa tarde.

Por más que fuera moralmente incorrecto, tanto Alelí y él eran los mejores en eso. Ella era ágil, podía sacarte lo que quisiera sin que te dieras cuenta, mientras que Lleca te enredaba con sus palabras, te comprobaba con una conmovedora historia para que le dieras una generosa limonada y también tu billetera, aunque de eso te dieras cuenta después. ¿Lo más gracioso de todo? Nunca nadie dudaba de los inocentes niños.

Así pasaron los años, entre engaños, trabajo y noches en los que pasaban juntos para cuidarse de las pesadillas. Había veces en las que dormían uno al lado del otro, otras en la que jugaban en voz baja, o en la que simplemente hablaban, soñando despiertos de lo que querían ser de grandes hasta poder dormirse. Él quería abrir un kiosco para siempre tener comida mientras que ella aún no lo sabía, pero lo que sí sabía, era que los quería a Tacho, Rama y a él en su vida.

Después se sumaron a la lista Mar, Jaz, Thiago, Luz, Cris y Monito. Cuando más niños comenzaron a llegar a la fundación, Alelí se puso muy feliz ¡Por fin abría otra niña con la cual jugar! Y Lleca, quien podía ser solo un año más grande que ella, pero que ya quería ser reconocido por los grandes, también lo estuvo. Con Alelí jugando con los otros, nadie iba a tratarlo como un niño.

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⏰ Last updated: Mar 18 ⏰

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Leyendo la isla de Eudamon  ( casi ángeles. )Where stories live. Discover now