Capítulo 34.

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Era el primer mes

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Era el primer mes. No me había dado cuenta que una chica comenzaba a hablarle a Fela y hacerle cariños a Ruth. Yo simplemente las miraba con receló desde lo lejos.

Lo que si me daba cuenta es que me estaba quedando sola, me estaba alejando de ella con mi actitud. Me sentía terrible y miserable, temí mucho por volver a sentirme así, pero yo me lo gane, era el precio que tenía que pagar por mi actitud y pedantería. En las noches lloraba en mi catre en silencio para que nadie me escuchará, ni siquiera Fela. No quería lastima por parte de nadie. Y en el día me hacía la fuerte e indiferente con ella.

Alaric dijo que Kurt iba a regresar, ya había pasado una semana que me lo dijo. Alaric me mintió pues el no regreso. Me cambiaron de cargo, ahora recibía a los nuevos presos, yo era una de las encargadas de quitarles alhajas a los nuevos.
Los trataba con lastima, pues sabía bien que era lo siguiente para ellos.

Eran hornos.

Por fin lo supe, Fela me lo contó, los meten desnudos al cuarto, y lo que sale de la chimenea grande son sus restos. Era aberrante hasta repugnante, pero no más que el olor de los muertos, el día anterior a este volví a desmayarme de horrible olor.

Estaba acostada en los catres mirando los rayos de la luna que se colaban por los espacios de las madera, cuando Ruth comenzaba de nuevo a llorar.

Con sinceridad, me sorprendía que siguiera viva, pero comenzaba a ponerme harta al oír sus Lloriqueos.
— ¡Quiero a mi mamá, Fela! — gritaba esta vez con más fuerza.
— Escucha pequeña — dijo Fela tartamudeando. — A ella la cambiaron de campo.
— ¿Y cuándo iremos a verla? — Grito altanera
— Pronto, princesa, pronto. — Acariciaba su cabello.

De pronto solté una carcajada sin ganas y me asome a enfrentarla.

— Dile la verdad — Demande.
— ¿Que verdad? — Evadió.

Reí sin ganas otra vez.

— No querrás que lo diga en voz alta. ¿O sí?— pregunte retándola

— ¿Y tú quién eres? — Me pregunto una chica de lado del catre, subí la mirada y era la nueva amiga de Fela. Pude notar algo de altanería.

— Norah. — Conteste con una sonrisa en la cara.

— Ah, bien. — Exclamo con una sonrisa igual — Púdrete, Norah Manifestó

Quite la sonrisa de mi rostro por un ceño fruncido, di un salto del catre y me pare frente a ella que seguía sentada.

— ¿Cuál es tu problema? — Subí de tono.
— No. ¿Cuál es el tuyo? ¡Cómo quieres decirle una cosa así a una niña!

— ¿Por qué no? — Brame. — No va a vivir toda la vida engañada.
— Es apenas una niña, ¡Piensa un poco!

— Fela, ¿Quién es esta tipa? — Grite llena de reojo.

La Sombra Del Holocausto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora