14 de Noviembre

149 9 0
                                    

Calle Ficticia, 1 

Bath 

14 de noviembre

Hola, Stuart:

No me juzgues mal, porque en realidad la culpa no la tuve yo y jamás habría aceptado ir si mi madre no se hubiera puesto tan suspicaz. Cuando volví del instituto estaba hablando por teléfono. No me preguntes cómo supe que estaba hablando con Sandra, pero lo supe, y hacía esos sonidos en plan «ajá, mmm, ya», luego colgó y me dijo que nos íbamos a su casa a tomar café.

Ni que decir tiene que me opuse.

—¡Si a mí el café no me gusta!

—Tampoco será para tanto, ¿no? —preguntó mi madre, y entrecerró los ojos como si estuviera intentando escanearme el cerebro por rayos X—. Igual te viene bien verla. Y sé que a ella le va a gustar. A ti ella te cae bien, ¿verdad?

—Sí. Es que... tengo... me duele la garganta, nada más.

Mi madre me metió un par de analgésicos en la boca y a continuación me sacó de casa. Un cuarto de hora después estaba sentada en el minúsculo invernadero de Sandra por primera vez desde el funeral.

—¿Sales de vez en cuando? —le preguntó mi madre.

—A veces —respondió Sandra—. Aquí y allá.

No era broma lo que había dicho mi padre de que había adelgazado. Cara demacrada. Clavículas prominentes. Brazos flacos. El pelo también lo tenía diferente. Antes lo tenía negro con reflejos caoba, cortado a capas, pero el color se le estaba yendo y el corte se le había deshecho al crecer.

—Intento mantenerme ocupada.

—Buena idea —dijo mi madre—. No hay otra manera. Hay que llenar el tiempo.

—Nunca me había dado cuenta de que hubiera tanto —murmuró Sandra—. Horas y horas. Siento cada minuto que pasa.

Apareció el sol, resplandeciendo en la fuente del jardín. Me vino una imagen del dedo de Max apretándole las alas a una polilla muerta. Pestañeé con fuerza para librarme de ella, pero me volvió con más intensidad, y estaban Aaron mirando hacia lo alto para ver el mochuelo y la mano de Max en mi cadera y luego Aaron examinaba mi piel y mis labios y mis curvas y el pulso se me aceleraba y el estómago me daba vueltas y estaba a punto de darme una arcada cuando Sandra me preguntó:

—Y ¿tú cómo estás, Zoe?

No me sentí capaz de responder.

—Ha estado fatal —dijo mi madre—. Y sus notas también se están resintiendo.

—Bueno, estaban muy unidos, ¿no? —dijo Sandra, y era, Stuart, una de esas preguntas retóricas que no necesitan respuesta—. Que se haya truncado todo de esta manera...

Me puse bruscamente de pie.

—¿Te pasa algo, Zoe? —me preguntó mi madre. Sentí un hormigueo en las manos, el cuarto era demasiado pequeño y la corbata del uniforme me apretaba demasiado. Tiré y tiré de ella, pero el nudo estaba demasiado fuerte—. Más vale que nos vayamos —dijo rápidamente mi madre—. No se encuentra muy bien. Y he dejado a mis otras hijas con una vecina. Gracias por el café.

Sandra se levantó de su asiento, con la cara llena de preocupación. Dolía mirarla, así que me concentré en el cielo mientras Sandra tiraba de mi cabeza para apoyarla en su hombro.

—Yo sé cómo te sientes —dijo apretándome con fuerza—. De verdad que sí. Ven a verme siempre que quieras. —Me soltó con suavidad y me puso la mano en la mejilla—. Nos podemos ayudar la una a la otra. —Los puños se me contrajeron. Las mandíbulas también. Y justo cuando pensaba que no iba a ser capaz de soportar ni un instante más esa amabilidad suya, la mano se apartó y Sandra se encaminó hacia la puerta de la calle con unas pantuflas viejas que se estaban deshaciendo por las costuras. Se detuvo junto a una foto que había colgada en la pared—. ¿Esta la habéis visto?

Un marco plateado.

Yo con un vestido azul, la cara más sonrosada de lo habitual.

Y Max y Aaron sonrientes, uno a mi derecha y el otro a mi izquierda, en la Feria de Primavera.

Al fondo se veían las luces de los coches de choque. En el aire flotaba el humo de las camionetas que servían perritos calientes. En una esquina había una fecha que decía: 1 de mayo.

—¿Es...? —empezó mi madre.

—La última foto que le hicieron, sí. —Se me fueron los colores de la cara. Hasta lo sentí, hilillos de rosa bajándome por el cuello como las pinturas para la cara al lavárselas con agua fría—. Es mi preferida —dijo Sandra—. Se le ve feliz. Se os ve felices a los tres.

Con el dedo gordo acarició las tres caras y entonces, Stuart, fue cuando corrí afuera y vomité al lado de un árbol.

Se despide,

Zoe x


Nubes de KétchupWhere stories live. Discover now