17 de Marzo

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Calle Ficticia, 1

Bath

17 de marzo

¿Qué hay, Stu?:

Es un alivio estar aquí contigo esta noche. Hay una manta que debe de haberse dejado Dot, así que me he acurrucado debajo, feliz de esconderme. De verdad te digo, Stu, que no sé cuánto tiempo podré seguir fingiendo, en plan imagínate a una actriz de El mago de Oz enredándose con las frases y el maquillaje verde de la bruja goteando por el escenario, solo que en mi caso, claro, es al revés, mi buena cara derritiéndose para revelar algo malo que hay debajo. El público contiene un grito. Mi madre. Mi padre. Todos boquiabiertos y Sandra la que más.

Ha venido otra vez esta tarde. Sin avisar. Ha llamado al timbre tres veces y se ha metido en casa sin esperar a que la invitaran.

—¿Qué hace ella aquí? —me preguntó Dot por signos—. Y ¿por qué no se ha lavado el pelo?

—Dice Dot que hola —murmuró mi padre mientras hacía pasar a Sandra al cuarto de estar deshaciéndose en frases como «Qué tal va todo» y «Me alegro de verte», aunque se le notaba que estaba alucinado con aquella aparición súbita.

—Huele raro —dijo por signos Dot.

—Mi hija está acatarrada —explicó mi padre, porque Dot estaba moviendo la mano delante de la nariz—. ¿Qué puedo hacer por ti, Sandra?

Le indicó una butaca, pero Sandra se arrodilló en el suelo donde yo estaba sentada. La camiseta que llevaba no la protegía mucho de la fría noche y tenía los delgados brazos enrojecidos y en carne de gallina. Dot no exageraba con lo del olor. Mientras Sandra volcaba su bolso y lo sacudía, le noté un fuerte tufo a alcohol en el aliento. Unas fotos cayeron en la alfombra junto a mis pies.

—Para la presentación. En el homenaje. He pensado que te iba a gustar verlas, Zoe.

Antes de que yo pudiera responder, mi padre arrugó el entrecejo y dijo:

—¿Has venido en coche, Sandra?

Sandra se limitó a sonreír, con los labios manchados de vino.

—Mira esta —dijo cogiendo una foto de un niño pequeño tumbado boca abajo con las regordetas piernas llenas de polvos de talco—. ¡Y esta!

—Qué niño más gordo —dijo Dot por signos.

—Monísimo —dijo mi padre—. Qué mono.

Se oyó un rumor de pantuflas por la moqueta cuando entró mi madre con un libro en la mano, y se detuvo en seco cuando vio a Sandra esparciendo fotos por la alfombra.

—Eh... Hola —dijo—. ¿Qué está pasando?

—Esa señora se ha vuelto loca —respondió por signos Dot.

—Sandra ha venido a enseñarnos algunas fotos —dijo mi padre fulminando con la mirada a Dot, que estaba soltando risitas—. ¿No es un detalle?

Un bebé con la sonrisa cubierta de chocolate.

Un niño de nueve años con una herida en la rodilla.

Primera foto de colegio.

Última foto de colegio.

Una foto mía en la Feria de Primavera con los dos hermanos, uno a cada lado.

Sandra me la pasó y yo la cogí con las manos temblándome sin parar. Alguien se iba a dar cuenta, estaba segura, así que dejé caer la foto en mi regazo y escondí las manos entre las rodillas, molesta por tenerlas tan sudorosas. La cara la tenía fatal también, yo intentaba sonreír, pero mis labios no estaban de acuerdo.

—Quién podía imaginarse que estaba a punto de pasar algo terrible —dijo con suavidad Sandra, mirando la foto—. Ni una pista siquiera... En realidad hay una cosa que me gustaría preguntarte —dijo en voz baja, y a mí se me encogió el estómago—. Es sobre aquella noche.

—No estoy segura de que Zoe esté en condiciones para eso —dijo mi madre rápidamente, viendo cómo se me iba el color de la cara—. No le gusta hablar de la Feria de Primavera.

—Pero es importante.

—Me parece que va a ser mejor que nos limitemos a ver las fotos —dijo mi madre—. Seguro que algunas son preciosas.

—¿Por qué te marchaste? —insistió Sandra, y aunque hubiera estado bebiendo, la mirada la tenía

firme.—Ya te lo conté. Nos fuimos a dar un paseo —dije demasiado deprisa.

—Pero ¿por qué?

—Aquí hay una bonita —dijo mi madre señalando una foto de Max y Aaron y Fiona en tres bicicletas de montaña—. Entrañable. Vamos a ver algunas más. —Hizo ademán de ir a coger una foto, pero Sandra las recogió en un montón.

—Quiero comprender los últimos movimientos de mi hijo.

El corazón se me desbocó, golpeándome las costillas en su afán de escapar de las preguntas mientras yo me ponía de pie de un salto.

—Me resulta muy difícil —dije. Los ojos se me llenaron de lágrimas—. Me resulta muy difícil hablar de eso. No soy capaz. No paro de soñar con aquella noche y me da miedo pensar en ello porque todavía me parece tan...

—Tranquilízate, mi amor —dijo mi madre, y mi padre me puso la mano en la espalda sudorosa.

Sandra se ruborizó, apretando las fotos con fuerza.

—Lo siento. Es que... lo que no comprendo es por qué os fuisteis de la feria. Y por el bosque. ¿Adónde ibais?

—A ningún sitio. Estábamos aburridos —mentí—. Nada más. Estábamos aburridos.

—Si no os hubierais ido —murmuró Sandra, y ahí, Stu, fue cuando salí de la habitación con las piernas temblorosas, fingiendo que quería hacerme un té. Diez minutos más tarde seguía con la mirada fija en la tetera y fue mi madre quien tuvo que encenderla.

Con cariño,

Zoe xxx



Nubes de KétchupDonde viven las historias. Descúbrelo ahora