3 de Diciembre

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Calle Ficticia, 1

Bath

3 de diciembre

Hola, Stuart:

Ya casi es Navidad. En cierto modo. En Inglaterra, las tiendas empiezan a poner el Jingle Bells en noviembre, y en los pueblos y en las ciudades las luces navideñas están encendidas desde el 1 de diciembre. Miré tres veces en Google, pero no pude encontrar información sobre la Navidad en el Corredor de la Muerte, aunque apuesto a que los guardias se niegan a dejarte colgar un calcetín en tu celda. Incluso aunque haya un árbol de Navidad en la cárcel, probablemente tampoco parecerá tan alegre mientras comes gachas detrás de los barrotes, y de hecho apuesto a que esta época del año solo consigue que te sientas aún más desgraciado.

Eso fue lo que me dijo ayer Sandra. Me llamó otra vez. El corazón me dio un vuelco al ver su nombre y, para ser sincera, no iba a responder, pero entonces pensé que igual llamaba al teléfono de casa y hablaba con mi madre para invitarnos otra vez. Lo cogí prácticamente en el último timbrazo mientras volvía del instituto paseándome bajo los parpadeantes ángeles, aunque así dicho da la impresión de que les vi los calzoncillos a los mensajeros de Dios, cosa que habría sido mucho más interesante que aquellas tenues lucecitas que había en la calle principal junto a la iglesia.

Sandra dijo que tenía un mal día. Probablemente se suponía que yo tenía que ofrecerme a hacerle una visita para que pudiéramos rememorar a su difunto hijo, en cambio yo, Stuart, le dije que tenía que hacer algo para un concurso de tartas. Fue lo único que se me ocurrió, porque llevaba todavía en la mano el bizcocho relleno de la clase de Tecnología de la Alimentación.

—¿Un concurso de tartas? —repitió ella.

De pronto me entró pánico por si mi actitud resultaba sospechosa.

—Voy a hacer una normal —dije rápidamente—. Sin glaseado. Y es probable que bastante reseca.

—Pues que te salga bien —respondió ella, con acento vacilante—. Y ven a verme otra vez antes de Navidad, ¿quieres? En esta época del año resulta todo mucho más difícil de soportar. Pensar en él, más que nada. Bajo tierra, cuando todo el resto del mundo está... De todos modos, me encantaría verte.

—Sí, a mí también —farfullé, aunque no tengo intención de visitarla, ni hoy ni mañana ni ningún día del resto de mi vida aunque viviera por los siglos de los siglos amén.

Puede que suene fuerte, pero ni siquiera la conozco tanto. Sumando todos los minutos, yo creo que en total habremos pasado juntas dos horas antes de que se me agarrara del brazo en el funeral, llorando en silencio junto al ataúd, clavándome las uñas en la piel. La primera vez que nos vimos fue tan deprisa que apenas cuenta, y eso mismo es lo que iba a contarte ahora, Stuart, así que imagíname en el instituto, y curiosamente en clase de Tecnología de la Alimentación, sufriendo para hacer una barra de pan integral.


Nubes de KétchupWhere stories live. Discover now