13 de Febrero

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Calle Ficticia, 1

Bath

13 de febrero

¿Qué hay, Stu?:

A la araña no la he visto desde hace unas semanas, pero hay un par de telarañas nuevas al lado de la puerta, así que me imagino que estará acechando en las sombras, contemplando esto que estoy garabateando para copiar luego mis palabras, escribiendo letra por letra mis secretos en el techo con hilo de plata. O igual soy víctima de la paranoia, lo cual, por si te interesa, difícilmente podría sorprenderme teniendo en cuenta lo que ha pasado hoy al salir de clase.

Me había quedado después de clase para hablar con mi antiguo profesor de Enseñanza Religiosa, y te vas a alegrar cuando te diga el motivo, porque le estaba preguntando por la monja.

—¿Por qué quieres escribirle? —dijo el señor Andrews garabateando algo con rotulador rojo en la pizarra sobre Jesucristo para su clase de la mañana siguiente.

—Porque... —empecé intentando armarme de valor para contarle la mentira que llevaba preparada.

—Porque... —se burló el señor Andrews, mientras pintaba un monigote en un crucifijo.

—... He encontrado a Dios.

—¿Dónde? —Dibujó un globo de diálogo desde la boca de Jesús y garrapateó AAARRRG en mayúsculas. AAARRRG, de veras. No me esperaba esa pregunta.

—En... mi estuche de los lápices, señor.

—Ya. Cogiéndote prestada una goma de borrar, ¿eh?

—No. Cuando abrí el estuche en mates, la luz se reflejó en la tapa y dibujó una cruz sobre la mesa.

—Conmovedor —dijo el señor Andrews—. De verdad. —Arrojó en su mesa el rotulador de la pizarra—. Pertenece a un convento de Edimburgo. El de Santa Catalina. Y se llama Janet.

A Janet le va llegar muy pronto una carta, Stu, no te preocupes por eso. Al salir del instituto disfrutando del sol que me daba en la cara, me he sentido optimista por primera vez en varios meses. He venido corriendo hasta mi casa para empezar mi campaña, decidida a imprimir tus poemas para enviárselos a la monja y a escribir punto por punto una lista de todas tus buenas cualidades para que quede claro que eres

Capaz de escuchar con atención, 

Comprensivo,

Creativo,

Parecido a Harry Potter porque...

Y entonces ha sido cuando lo he visto.

DORIS.

Aparcado delante de mi casa.

Un par de ojos castaños seguían mi trayectoria por la acera.

—Hola —dije desde el otro lado de la calle.

—¿Dónde te habías metido? He estado esperándote.

¿Esperándome a mí?

—El profesor de Enseñanza Religiosa... Me he quedado después de clase para hablar con él. ¿Por qué estás conduciendo..., quiero decir, por qué estás en su coche?

—El mío está en el taller —explicó Sandra—. Y este lleva meses parado en el garaje.

Yo no podía apartar los ojos de él. Las viejas puertas azules. El techo abollado. Las tres ruedas.

—¿Va todo bien? —pregunté mientras Sandra me hacía señas para que me acercara. Vi mi reflejo en la ventanilla del coche. Mejillas pálidas. Mirada guerrera. Más delgada de lo que yo pensaba.

Sandra sonrió de pronto, pero de una forma que me pareció rara. Demasiado intensa.

—Tengo una buena noticia. —Se soltó el cinturón y yo retrocedí ligeramente al ver que salía del coche—. Va a haber una ceremonia conmemorativa.

—¿Una qué?

—No se me había ocurrido hasta esta tarde y he venido derecha a contártelo. Quiero celebrar el primer aniversario. Hacer algo especial por él. —Me puso la huesuda mano en el hombro, interpretando completamente al revés mi cara de horror—. No te preocupes, que contamos con que tú también participes. Puedes leer, o algo así.

—¡No! —dije, y Sandra parpadeó, aunque no se le apagó la sonrisa—. No sé si soy capaz de hacer eso. Y menos delante de todo el mundo.

Ella me apretó más fuerte el hombro.

—Yo sé que es difícil, pero tenemos que hacer algo para mantener vivo su recuerdo. —Y, Stu, por poco se me escapa una carcajada. Como si se nos fuera a borrar alguna vez. Como si fuera tan fácil.

Sandra se sumergió en el coche para sacar de su bolso un cuaderno de notas—. He tenido algunas ideas —dijo hojeando páginas y más páginas de su confusa caligrafía—. ¿Tienes tiempo de oír una o dos?

—Tengo clase de flauta —le solté inventándomelo sobre la marcha.

—Ah. Bueno. Pues no te preocupes. —Cerró el cuaderno—. Igual en otro momento.

—Claro —dije alejándome todo lo deprisa que pude—. Nos vemos.

Antes de que llegara al camino de mi casa, me gritó:

—¿Cuándo, exactamente?

Vacilé.

—Cuando quieras —dije, sin volverme.

—¿Te llamo por teléfono? Podrías venir a verme. Este fin de semana a lo mejor. Podemos planearlo juntas.

Cerré los ojos tratando de esconder la ira que iba creciendo en mí.

—Este fin de semana estoy ocupada.

—¿Todo el fin de semana?

—Bueno, no, pero...

—Entonces te llamo —dijo, y me di la vuelta para verla montarse otra vez en el coche, dándole con el hombro a la señorita Amapola. La figura roja se balanceó de un lado para otro y eché de menos a Aaron con una punzada que me roía todos los huesos del cuerpo, como un dolor de muelas pero por todas partes, y hace un año, Stu, sentía exactamente lo mismo, suspirando por él después de la discusión cuando no me llamaba y no me llamaba y no me llamaba.



Nubes de KétchupWhere stories live. Discover now