3 de Marzo

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Calle Ficticia, 1

Bath

3 de marzo

¿Qué hay, Stu?:

Nos quedan menos de dos meses. Me pregunto si habrás señalado el 1 de mayo en el calendario con una cruz o si igual solo has escrito «inyección letal a las seis», y lo único que te puedo decir es que espero que a ti no te den miedo las agujas, porque Lauren se desmayó dos veces cuando nos vacunaron en el instituto y por poco se traga la lengua. Tiene que ser muy extraño saber cuándo vas a morir. Con la tensión aumentando poco a poco. Más o menos como en Navidad, solo que sin el pavo, salvo que sea lo que has pedido para tu última comida. En todo caso, puede que la cosa tampoco llegue tan lejos, así que no me voy a poner a fantasear sobre la guarnición porque igual te pueden dar unos cuantos años más si la monja consigue hacer algo. Nadie sabe lo que va a pasar de aquí a un mes o de aquí a dos meses, y eso no paro de decírmelo a mí misma cuando me entran los nervios por lo de la conmemoración.

Por si quieres saberlo, te diré que lo van a hacer en el instituto porque el personal le ha dado luz verde a Sandra para alquilar el salón para una cena de dos platos el 1 de mayo preparada por las cocineras de la escuela.

—Va a ser bonito —me dijo en el invernadero el fin de semana pasado mientras mi madre sonreía y yo pensaba en eso de homenajear a alguien con un pudin de pasas—. Y también se va a recaudar dinero para el instituto. La entrada son quince libras. Ni que decir tiene que la tuya es gratis —añadió dándome palmaditas en la pierna. La aparté fingiendo que me picaba la rodilla—. ¿Has vuelto a pensar en lo que te apetecería leer?

No contesté. No era capaz. El sol irrumpió entre las nubes, sujetándome al sofá como una chincheta de oro al rojo vivo.

—Has estado muy ocupada en el instituto, ¿no? —dijo mi madre mientras el sudor brotaba con esfuerzo de mis poros.

—Bueno, yo creo que estaría bien que fuera algo personal. Algo escrito por ella misma —continuó Sandra como si yo no estuviese allí—. Algo que le salga del corazón.

—Lo vas a hacer muy bien, Zo —respondió mi madre cogiéndome la mano—. Eres una escritora estupenda.

Me gustó oírselo decir, Stu, pero antes de eso yo ya lo había intentado y lo único que conseguí fue subrayar cinco veces el nombre de él. Arrugué el papel y lo tiré con un rugido de frustración a la papelera y le di una patada tan fuerte que me hice daño en el pie, pero como me lo merecía, le di otra y otra más, odiándome a mí misma por el sufrimiento que he causado y las cosas que he hecho. Qué maravilla sería olvidar la lluvia y los árboles y la mano que iba desapareciendo, quedarme como el abuelo después de la embolia, confundida y atontada, apartar a un lado los recuerdos y pedir que me traigan un cuenco de gelatina de fresa.

Pero si no lo puedo olvidar, entonces necesito sacarlo fuera, y ahora más que nunca, Stu, porque no tenemos mucho tiempo. Por muy difícil que se me haga tengo que seguir adelante, porque tú eres el único que lo comprende y si el 1 de mayo todo sale mal, mi oportunidad se habrá esfumado. Morirás sin saber lo peor de mí mientras que yo sé todo lo peor de ti, y eso tampoco es justo, porque estamos juntos en esto, así que tú no te preocupes que yo pienso seguir hablando hasta el mismísimo final para mantenerte distraído y que no te sientas solo en tu celda, que supongo que ahora te parecerá todavía más pequeña, y el mundo exterior, todavía más lejano.


Nubes de KétchupDonde viven las historias. Descúbrelo ahora