CAPÍTULO 2: Promesas

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Promesas

Un largo silencio inundó la habitación, de pronto. Ya no se oían los furiosos gritos desesperados que Megan profería a todo pulmón, sino solo las agitadas respiraciones que se entremezclaban entre sí. Se encontraba en una posición tan incomoda que dificilmente podía mantener la vista fija sobre el muchacho por más de cinco largos segundos. No recordaba haberse sentido en una posición similar después de tanto tiempo, así que, de manera incosciente, Amber apenas pudo levantar las manos y colocarlas sobre el desnudo pecho de él, intentando mantenerlo tan lejos como podía. Mantuvo la mirada vacilante sobre Aaron Foster, aún escondidos en el diminuto espacio que apenas le dejaba respirar. Pero ahora, al parecer, eso no importaba. La escasa luz que entraba por las rejillas de la puerta del armario le permitían ver, apenas, el rostro del joven. Los ojos azul grisáceo, tan brillantes, estaban fijos en ella con tanta intensidad que Amber empezó a sentir un incesar golpeteo nervioso en el estómago.

No era la primera vez que lo veía, ciertamente. Había visto a Aaron muchas veces en la universidad, pero aún más rondando por esa misma casa. Había oído esa risa fuerte tan característica de él, esa sonrisa capaz de convencerte, de hacerte sonrojar con una sonrisa y un par de palabras bonitas. Era muy coqueto, tan seguro de sí mismo que su actitud vibraba por encima de las demás de una manera atrayente. Era muy guapo, pero se le hacía tan déspota que su encanto se perdía al abrir la boca para hablar.

Era Aaron Foster el típico chico que su prima traía los fines de semana después de una noche de borrachera, algo decepcionante. Así que sí, lo había visto escabullirse en la habitación de Megan entre risas y murmullos ebrios contadas veces. Al menos nunca habían intercambiado palabras, hasta ahora. Era, de alguna manera, el nuevo amigo de su prima.

—Aaron... ¡Eres solo mío, recuérdalo!

El castaño volvió a rodar los ojos por segunda vez en la noche mientras los pasos apresurados de Megan, su prima, se hacían cada vez menos audibles.

— Al fin se fue —espetó él con desagrado antes de abrir abruptamente la puerta del armario.

Amber tuvo que sujetarse de las paredes del mueble porque Aaron la había empujado lejos de él tan bruscamente que pudo haberse caído de cara contra el suelo. Tropezó con su propio pie y, una vez fuera del armario, le dirigió una mirada asesina al muchacho.Después de haber estado en aquel diminuto espacio en el que apenas le fue posible respirar sin desmayarse, lo que menos esperaba era que la empujara de esa manera. El supuesto gran Aaron Foster, de pie en medio de su habitación, se estiraba como si acabara de despertar de un sueño pesado.

— ¿Ni siquiera vas a disculparte?— espetó enfadada.

Es más, ¿por qué seguía allí en su habitación? Debería echarlo a patadas, como mínimo. El castaño la miró con sorna, burlándose de ella en una sola mirada y analizándola nuevamente.

— ¿Disculparme? —repitió como si no pudiera creerlo—. Ni siquiera sé quién jodidos eres, niña.

El Aaron del que había oído en los corredores de la universidad no era para nada igual al que tenía en frente suyo. No era tan simpático y amable como las chicas adulaban sobre él. Al contrario, parecía pedante y ególatra. Aun así, Amber se obligaba a nunca juzgar a nadie a primera vista.

— Además, eso... —continuó él, apuntando el armario con el dedo pulgar— fue desagradable.

El calor volvió a azotar sus mejillas, esta vez, con mayor fuerza. Se sentía ofendida, sobretodo después de haber pensado en lo guapo que era. Levantó la barbilla altiva, no dejándose amedrentar, jamás, por chicos como él. No caería ni lloraría por ninguno, se lo había prometido a sí misma.

AMBER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora