CAPÍTULO 11: Una fiesta cualquiera

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Una fiesta cualquiera


Amber mantuvo los ojos fijos en la chica que movía las caderas con sensualidad al ritmo de la música. No había dejado de ver la manera en la que Aaron, tomando a la muchacha de la cintura, deslizaba los labios en su desnudo cuello.

Incluso podía verlo sonreír en la distancia, observando de manera tortuosa cómo le acariciaba la mejilla y le murmuraba al oído. Y lejos de sentirse feliz por estar divirtiéndose y olvidándose momentáneamente de sus responsabilidades, estaba demasiado desanimada como para poder entretenerse.

Su pecho rugía por una molesta presión que acunaba sus sentidos y una tensa sonrisa estaba dibujada en su rostro. Había pensado olvidar lo incómodo que fue encontrar a Aaron y a Megan en una situación tan privada y personal. Aún peor, había hecho vanos intentos por intentar olvidar lo que se sintió. Ahora, viéndolo bailar con otra muchacha como si su vida dependiera de ello, de alguna forma inexplicable, le dolía.

No entendía qué le sucedía con él.

Era tan contradictorio que no podía siquiera entender qué le sucedía cada vez que lo veía coqueteando de aquella manera tan descarada con cualquier chica. La noche simplemente no había salido como planeó. Hale había desaparecido y Tess había huido de la fiesta al ver a su amor platónico con otra chica. Pero, a la vez, no quería regresar jamás a aquella mansión.

Como fuera, por primera, deseaba estar allí que en aquella fiesta, viendo cómo se desmoronaba lentamente. Se iría y tendría la escasa paz que le faltaba al dormir. O eso había planeado.

Porque sin saber cómo, horas después y sin saber nada de ninguna de sus amigas, se encontró bailando en medio de la pista con una enorme sonrisa Amber no estaba ebria ni mucho menos cayéndose por el alcohol. Pero de pronto, tras algunos tragos de Tequila, se sentía irremediablemente feliz. Quería bailar hasta el cansancio y que todos a su alrededor la siguieran al compás de la música.

Pero rastros de Hale y Tess, ni idea.

De estar completamente sobria se hubiese enfadado en desmesura al notar que, en realidad, sus buenas amigas la habían dejado prácticamente tirada en medio de una fiesta. Mucho peor ahora que todo lo que quería era hacer más amigos y divertirse todo lo que podía. Efectos del alcohol, por supuesto

¿El problema?

El tiempo transcurría de manera tan lenta que parecía estar sumergida en un sueño sin fin. Lapsos inconexos de minutos pasaban frente a ella y un ligero, efímero y casi inexistente, atisbo de conciencia la cubría. Por sus labios salían sus pensamientos, sin tapujos ni algún filtro que se lo impidiera. Y ahora, aunque no ebria, decía cosas que probablemente jamás hubiese dicho.

Estaba bailando con su nuevo amigo, muy amable, según ella, tan cerca que el intenso olor a alcohol invadió sus fosas nasales, aturdiéndola aún más, si era posible.

El muchacho se movía experto alrededor de ella, bailando y haciéndola girar como un bailarín nato. Le decía algo al oído también, acariciando su oreja con los labios, ásperos, pero ella apenas le prestaba atención.

Porque de pronto sus ojos estaban fijos en un pequeño grupo de jóvenes, conglomerados en la cocina con vasos en mano y cigarros entre los labios.

Vio en cámara lenta, como si nuevamente se sumergiera en un interminable sueño, la silueta de un joven riendo con burla y altanería. Y su mirada se perdió él, en la manera cómo sujetaba a una muchacha de la cintura. Entreabrió la boca, incapaz de reaccionar cuando, por casi décimo segunda vez en esa noche, sus ojos se cruzaban con un azul intenso.

AMBER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora