CAPÍTULO 39: Verte de nuevo

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Verte de nuevo

Por supuesto, cuando dijo que no quería volver a verla nuevamente no imaginaba que aquello ocurriera así. Había pasado semana tras semana vigilándola y observándola agobiado en cada lugar que podía. Se limitaba a darle su espacio, aunque siempre la viera tan triste y cada vez más decaída. Le frustraba verla de esa manera, porque Amber lucía tan mal por la ruptura que se lamentó internamente por no haber pensado en ello antes. Nada parecía animarla, ni siquiera cuando Marcel regresaba por las tardes por ella y los veía juntos.

Ella siempre tenía ese semblante triste que Aaron moría por borrar a besos.

Le dolía y tenía que soportar aún más él vivir cada lugar donde había estado solo con ella. Apenas incluso deseaba pasar por su habitación, o yacer en aquella tortuosa cama cuya almohada aún olía a ella. Todo tenía la viva esencia de Amber y eso lo consumía cada día, cada hora.

Pero cuando de pronto dejó de verla, de encontrarla en aquello lugares donde ella siempre andaba, creyó enloquecer. Fue tranquilo el primer día, el segundo paso sin importancia, pero después recordó que no era normal que Amber faltara a clases tan seguido.

Y luego llegaron vacaciones. Aquella fecha tan tortuosa en que se limitaba a salir cada noche con Joe y Rex a dónde fuera con la esperanza de olvidar esos brillantes y preciosos ojos marrones que lo perseguían incluso en sus más dulces sueños.

La extrañaba muchísimo, demasiado. Extrañaba despertar y ver su rostro, durmiendo tranquilamente a su lado o recostada sobre su pecho.

Añoraba verla solo con uno de sus camisones por la mañana o los besos que le daba después del desayuno. Extrañaba ir con ella a la universidad y ver esa increíble sonrisa que hasta ese momento no supo cuánto le gustaba.

Extrañaba todo de ella.

La quería entre sus brazos y besarla hasta que sus labios se lo permitieran. Deseaba estrujarla y perderse en ella interminables veces como un idiota, como siempre lo hacía. Anhelaba sentir la ternura que toda Amber emanaba y esa dulzura que lo cegaba, que lo hipnotizaba.

Porque no importaban cuántas veces había intentado olvidarla, muy tarde notaba que la buscaba entre todas las demás. No lo disfrutaba como antes o al menos no eran lo suficiente, aveces ni un poco. Se obligaba a cerrar los ojos y a imaginarla allí, expuesta solo para él.

Y nunca funcionaba porque todas eran diferentes y demasiado distintas a Amber. Así que más temprano que tarde terminaba alejándose decepcionado y más enfurecido a medida que ninguna parecía ser útil para olvidarse de ella.

¿Qué mierda le había hecho? Amber estaba en su cabeza todo el jodido instante.

Pero la había lastimado tanto, causado tanto daño que no podía ni perdonárselo a sí mismo. Quería recuperarla pero, a la vez, alejarse por siempre antes de que aquello que sentía tan fuerte creciera aún más y no lo podría soportar.

No podía dejar de pensar en esa castaña ni por un instante. Quería saber que estaba bien y, además, poder decirle que nunca quiso terminar con ella, que había estado muy alterado como para pensar en lo que decía y que ni siquiera pensó que eso acabaría así. Lejos de él y sin saber dónde.

Hasta ese momento. Su corazón empezó a latir desbocado contra su voluntad, el pecho se le llenaba de una tranquilidad inimaginable y su estómago empezó a hormiguearle. Se quedó de pie, apoyado sobre los casilleros metalizados y mirándola por primera vez después de casi un mes.

No era demasiado tiempo pero se le había hecho una eternidad hasta que finalmente logró encontrarla.
Todo sería muy fácil si pudiera solo acercársele y hablarle como si nada hubiese sucedido.
Como si él no le hubiera hecho tanto daño.

Pero, joder, la quería de vuelta.

Antes de poder sopesarlo, ya se había acercado a ella. Aunque Amber, al parecer, no había notado su presencia, se sentó a su lado y contuvo las inmensas ganas que tenía, de pronto, de abrazarla y llenarle el rostro de besos.

—Te ves muy cansada —dijo con el corazón latiéndole a mil por hora por los nervios que bullían en su interior.

La vio encogerse de hombros, aún apoyada contra el muro y la cabeza ladeada sobre sus rodillas, como si intentara dormir.

—Lo estoy —murmuró ella, parpadeando lentamente y la mirada perdida.

Frunció el ceño sorprendido y confuso por la extraña actitud de la castaña. Parecía que ni siquiera la había reconocido.
Fue cuando sólo entonces reparó en el aspecto de Amber. Estaba demasiado pálida, el cuerpo flácido y los ojos tan vacíos como jamás pensó que los vería.

Y lejos de llenarla de preguntas, increíblemente nervioso, siguió fingiendo que nada sucedía.

—¿Qué haces aquí?

Pudo ver que los ojos de Amber se cerraban de vez en cuando aun cuando parte del rostro de la chica era cubierto por el largo cabello castaño.

—Amber, ¿qué haces aquí?— se alarmó cuando no le respondió, ahora sin volver a abrir los ojos

Jamás imaginó que su tan esperado reencuentro sería de esa manera. Esperó que lo echara, le gritara o le fuera indiferente pero verla tan mal nunca estuvo en sus planes.

Se inclinó hacia ella de cuclillas y, con una ligera sonrisa, deslizó la yema de los dedos sobre el rostro de la chica que llenaba sus pensamientos.

Y así de rápido, su sonrisa se desvaneció cuando logró apartarle el cabello del rostro. Su corazón se saltó un latido al ver una mancha mirada cubriéndole la mejilla.

—Amber... —murmuró desesperado, sacudiéndola ligeramente.

La sostuvo entre sus brazos y su respiración se volvió superficial cuando el cuerpo de la castaña se desparramó sobre su pecho.

—Joder, Amber, despierta.

La cargó en brazos con el corazón latiéndole desbocado, desesperado mientras caminaba directo a la enfermería. La respiración casi inexistente de Amber aún chocaba contra la piel de cuello, haciéndole cosquillas.

—¿Qué... estás haciendo? Bájame —La escuchó decir con tanto cansancio que el tono severo pasó desapercibido.

Se detuvo en seco y con el alivio llenando todos sus sentidos, la miró suspicaz, como si temiera que solo fueran alucinaciones suyas.

—Estás muy mal.

—Ese no es tu problema, bájame.

Maldiciendo por lo bajo, la depositó en el suelo pero no se alejó de ella. Amber tenía las mejillas sonrojadas, había bastado tocarla un poco para saber que estaba ardiendo en fiebre. Viéndola balancearse adolorida y entrecerrar los ojos, llevó una mano con suavidad hacia ella, la tomó del rostro con cariño, retirándole los mechones de cabello que caían descuidados sobre ella y sonrió.

—Estás ardiendo en fiebre —comentó mientras, sin importarle nada, la cargaba nuevamente en brazos—. Lo lamento, princesa, pero no te suelto hasta que estés mejor.

—Déjame en paz —escupió como pudo con molestia—. Yo puedo caminar sola a la enfermería.


—Oh, no, no estamos yendo a la enfermería —murmuró para ella—. Te estoy llevando a la clínica.

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Espero les haya gustado;) Gracias a todas por votar y comentar<3

AMBER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora