CAPÍTULO 24: Secretos

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Secretos

Amber deseó una vida más fácil y sin tantos problemas cuando tuvo que hacerlo. Añoró con todo su ser tener algo más que una supuesta familia incierta y que, de pronto, no era más que una mentira. Lo quiso con todo su ser mientras entraba al despacho de su tío con el pie cojeando y con la luz de la luna entrando desde la ventana, todo tan oscuro que apenas podía ver las sombras del hombre, viejo y acabado, sentado detrás de un escritorio de caoba como si de un preso se tratase.

Todo frío y fúnebre hicieron su cuerpo congelarse de pies a cabeza. Decía ser su padre y no había ido ni una sola vez a verla. Había dicho que era su padre y nunca se preocupó por ella ni mucho menos evitó que Rachel la maltratara como lo hizo. Algo simplemente no la convencía. Lucía tan irreal que probó la suerte de ser toda una mentira. Y quizá sí lo fue.

¿Qué te trae por aquí, Amber? —preguntó Miller con indiferencia, la espalda recta y la voz tan ronca como apagada.

Casi soltó una risa burlona ante aquel comentario tan hipócrita. Acababa de decirle una tontería sobre su familia, ¿y le preguntaba qué la traía por ahí? Quiso por una vez en su vida escupir palabras malsonantes y denigrantes hacia él.

La brisa de invierno que entraba por las rendijas amplias de la ventana la despertaron como golpe gélido hasta hacerla temblar, obligándola a reaccionar.

—Estoy yéndome de la mansión en dos días.

¿Adónde?

Algo se sacudió dentro suyo de la frustración al saber que la única opción que había encontrado era un desastre. Era aquel piso que parecía estar cayéndose en pedazos o, ser una molestia y preguntarle a Aaron o a Hale.

Sin embargo su tío pareció alterarse ante ello. De pie bajo los estantes de enormes libros viejos, púsose de pie enérgico y altivo, las manos golpeando sobre el costoso mueble y el rostro tenso.

—Amber, piensa bien lo que irás a hacer con tu vida.

Odiaba a cada uno de los Miller, vivía como plagas que bebían sus energías al aprovecharse tanto tiempo de ella. Así que fue imposible no alterarse de igual manera y defenderse recta frente a él, segura y furiosa.

—No tengo ninguna razón para quedarme.

"Tu padre" rió entre dientes al recordar aquellas palabras.

—Yo...

—Y tú no eres quién para eso. No eres mi padre, siquiera. Agradezco... —Se obligó a decir con dificultad, las palabras saliendo como vómito verbal de ella con desagrado, casi escupiendo las palabras—. Haber permitido que me quedara aquí pero no lo acepto. Estar aquí ha sido una tortura, tan horrible que cada segundo en este lugar me hacía desear huir lejos. No puedo más. Y tú... —espetó bruscamente—. No eres mi padre y nunca lo serás.

Miller la miró confuso por un instante antes de que un resoplido cayera en el despacho como un eco golpeando las paredes entre sí.

—Amber... —bufó él entre frustrado y divertido—. Por algo no tienes mi apellido, no eres mi hija. Sólo lo eres como una. No he sido el mejor... tío —carraspeó incómodo—. Pero eso no significa que no te quiera. Me siento culpable por todo lo que Rachel te hizo y me apena lo que día a día debes pasar desde la pérdida de tus padres. Tan pequeña...

Aquello la golpeó de tal manera que tuvo que retroceder un par de pasos para hacerse saber que todo seguía siendo real. Le dolía tanto que cada una de las personas que aluna vez quiso la abandonaran, dejándola sola en aquel lugar como si no valiera en lo más mínimo para nadie, que aquello le supo peor que una bofetada. Sus ojos de entrecerraron y sus labios se fruncieron en una mueca de tristeza, frustración, su respiración entrecortada al saber que estaba restregándoselo en la cara.

AMBER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora