CAPÍTULO 34: Revelaciones

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Nada había salido bien. Amber había ido con todas las energías y ganas del mundo, pero, al parecer, no era muy bienvenida en la familia de Aaron.

―Eso no es verdad ―murmuró él como si acabase de ver a un fantasma―. Madre no...

Entonces, como si el castaño se hubiese acordado de algo, volteó a verla y le dirigió una fija mirada que pudo ser fácilmente confundida entre vergüenza y lastima.

―No... ¡Camille! ¡Ven aquí!―apenas la miró antes de ir detrás de la rubia que acababa de dejarla con la boca abierta.

Aaron acababa de irse detrás de Camille, ¿acaso eso podía empeorar?

El silencio de pronto se hizo tan fastidioso que sus latidos parecieron incrementarse con cada segundo que transcurría. Sus hombros cayeron y su mirada se perdió en el pasillo, allí donde las siluetas de Aaron y su amiga habían desaparecido por completo. Peor aún, estaba dejando que se fuera con aquella muchacha que solía ser la amiga con derechos de su actual pareja. Pero confiaba en él, sabía que fuera lo que tenían que hablar, no le haría daño. Él la quería y, por una vez, debía confiar en él si quería que la relación entre ellos se fortaleciera.

―Amber, no le hagas caso. Solo quiere llamar la atención de Aaron, como siempre ―oyó decir a Maddison en un vano intento por tranquilizarla.

No sabía qué le molestaba más, que la madre de Aaron la detestara, que Camille estuviera allí o que él hubiese seguido a la rubia como un perro faldero con la cola entre las piernas.

―Pues ya lo consiguió, no tardó nada, ¿no?.

―Alex, ¡Cállate!

Espero en silencio, sin saber qué hacer para no estallar frente a todos. Pero más estúpida se sintió cuando, después de casi media hora, ninguno de los dos jóvenes regresó. No oía la molesta voz de Aaron retumbar por los alrededores ni mucho menos la chillante de Camille. Siempre Amber se mantenía al margen, esperaba en silencio y trataba de no oír a nadie. ¿Por qué debía ser tan tonta como para permitir que pasaran por encima de ella? Incluso allí, en la casa de Aaron, había alguien que la quería muy lejos y a metros de distancia.

No dijo absolutamente nada. Se puso de pie y, con el corazón latiendo tan lento que parecían sus latidos extinguirse segundo a segundo, salió de la estancia. ¿Qué era eso tan importante que Aaron debía hablar con ella como para que se alejaran de esa manera?

No tenía idea de dónde en aquella enorme casa podían encontrarse y eso la desesperó aún más. Al menos hasta que los vio de pie al lado de la pileta que se encontraban estacionados al exterior del hogar. Salió cuidadosa, el ceño fruncido al ver el pálido y muy serio rostro de Aaron inclinarse hacia la enérgica de ella.

―Quiero que te largues de aquí y la dejes en paz ―Lo oyó decir con tanta dureza que una corriente gélida recorrió toda su columna―. Como te vea hablando con ella, como le digas una sola palabra de esto me vas a recordar por siempre, Camille, estás advertida. No te quiero ver cerca de Amber jamás, ni una mirada, ninguna palabra o voy a borrarte esa estúpida sonrisita para siempre.

Frunció el ceño, apenas entendiendo lo que decían mientras se acercaba a tientas hacia ellos. Pero lo oyó. Fue lo suficientemente audible como para que su pecho se estrujara ante la idea de que, en realidad, Aaron le estaba ocultado algo muy grande. ¿Qué podía ser aquel secreto tan grande que le ocultaba con Camille? ¿Acaso la había...?

Casi sintió sus manos temblar aún más del dolor y la furia cuando Camille le dirigió una maliciosa mirada en la lejanía.

―No sé de qué me estás hablando. Solo quería contarle de...

AMBER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora