7. Miguel.

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Seguía despierto cuando Rubén entró en la habitación.

—Miguel—susurró antes de apoyarse en la cama y acercarse a mí.

— ¿Estás bien, Rubén?—le pregunté preocupado.

No entendía qué carajo hacía aquí, no entendía porque estaba tan agitado, ni porque se estaba lamiendo los labios antes de mordérselos.

Había algo tan sensual en aquel gesto que me daban ganas de cogerlo y tirarlo en la cama. Pero no podía.

—Quiero...—me miro e hizo una media sonrisa—, quiero besarte.

—Rubén, no sabes qué dices.

—Joder, sí. Sí que lo sé. Lo he querido hacer durante mucho tiempo—confesó, no podía creer que me estaba diciendo esto... ¿por qué? ¿Qué esperaba que le diera?

—Rubén, estas borracho...

—No lo estoy. Nunca dije nada más real... yo solo... déjame probar tus labios...—decía mientras se acercaba cada vez más a mí. Joder, no podía resistirme. Esto era lo que quería desde siempre. Esto era lo que siempre había deseado y por fin lo iba a tener...

Los labios de Rubén eran suaves en los míos. Sus manos me acariciaban el cuello, dándome pequeños escalofríos. Cuando mordí su labio, soltó un gemido que hizo que mis otros sentidos se pusieran alerta.

Pero cuando le estaba por quitar la remera...

Sonó la puta alarma.

¡JODER, JODER, JODER!

Gruñí mientras sacaba mi cabeza de la almohada y miraba mi celular, eran las nueve de la mañana. Y cuando me iba a levantar, note algo entre mis piernas.

Joder.

Era solo un puto sueño, no puede ser que un jodido sueño me cause eso.

Si me llegaba a tocar de verdad, sería como ir al infierno.

Negué con la cabeza mientras me daba una ducha bien fría. Era mejor que mi... mejor amigo no se enterara de eso.

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