Lügner

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Una semana después

—¿Qué rayos pasa contigo?

Lynn no sale de su malhumor desde que le conté cómo me trataron en esa audición infernal. Cada vez que revivo lo sucedido, mi estado de ánimo cae en picada. Si le hubiera pasado eso a ella, el lugar todavía estuviera en llamas.

Aunque debería de estar feliz, gracias a la intervención del profesor Kurt, pude conseguir otra entrevista con el señor Kauffmann; verlo no me agrada mucho que digamos.

—¡Peach Marie! ¿Qué te pasa? —Bufa por la nariz como si fuera un toro bravo antes de embestir—. No me gusta verte así, se me hace un enorme agujero en el estómago al ver tu rostro tan triste.

—No serán los remordimientos —interviene Luccas que está empecinado en arrancarle la cabeza a mi muñeca de porcelana Sofía—. Pensándolo bien, tú careces de eso.

Mi mirada va entre Luccas y Lynn, luego vuelvo a enfocar mi atención en el libro que debería estudiar.

—A menos que esté triste por otra cosa.

Mi corazón despega como un cañón y los nervios me abruman al escuchar el comentario inoportuno de Luccas.

—¿Tienes algo por decir, Peach? —pregunta Lynn.

Trago en seco.

—No sé de qué está hablando, Luccas —me defiendo, nerviosa.

—Pues, ¿Luccas está mintiendo? —Vuelve a preguntarme Lynn y achica los orbes.

Estoy nerviosa, respiro profundo varias veces a la vez que Luccas me guiña el ojo.

—Ya sabes cómo es Luccas, Lynn. —Le lanzo una almohada con la imagen de Polar, Panda y Pardo, de la serie animada Escandalosos, la cual esquiva—. ¡Deja a mi muñeca en paz!

—Deberías de agradecerme que quiera destruirla, ¿no viste la película Annabelle? Es igualita. —Me saca la lengua—. Además, no estás así por lo de tu entrevista.

Lynn se dirige hacia donde se encuentra Luccas y le quita mi muñeca. Él pone un poco de resistencia, pero no contó con la patada que le propinó en su pantorrilla.

Con mi muñeca en manos, se sienta en mi sillón sin posa brazos color púrpura.

—Tus trabajos de exorcista no son necesarios, Luccas. ¿Verdad, Peach?

Cierro los ojos y tomo una tranquila respiración.

— ¿Peach? —Separo los párpados para encontrarme con la mirada de la santa inquisición reflejada en las pupilas de mi amiga—. Desembucha.

Fuerzo una sonrisa nerviosa. Mis labios se niegan a abrirse, vuelvo a poner mi vista en mi libro al ver mi falta de interés en seguirle el juego a Luccas, para que Lynn desista.

—¿Sabes de qué color es el reloj de Peach? —inquiere Luccas en tono malicioso.

— Peach no usa reloj —responde extrañada—. Ve al punto, Sherlock.

Luccas se toma su tiempo, sabe que Lynn y la paciencia son dos palabras que nunca irán juntas agarradas de la mano. Cuando se da por satisfecho, comienza su discurso:

—Si estuvieras más atenta y dejaras de acosarme, te hubieras dado cuenta de que, cuando salió muy al estilo "drammaticodonzella", regresó como si nada. ¿No te pareció extraño?

Agacho la cabeza y maldigo para mis adentros mientras escucho a mis amigos formular sus teorías. Mi estómago se revuelve en protesta, bufo y finjo con mi lectura.

Soldat Donde viven las historias. Descúbrelo ahora