Capítulo 20

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Cuando Eva se fue, no pasó ni diez minutos para que se acabara la cena y un doctor vestido de Santa Claus pasara con una campanita y una bolsa gigante, seguramente, llena de regalos. Todos los niños emocionados, fueron hasta él y miré por última vez la escena de Shawn con una niña increíblemente adorable y con una agilidad que no sabía que tenía, me escabullí entre la gente y salí de la cafetería. Se me resbaló una lágrima por la mejilla y la quité rápidamente para volver a poner mi mano en la rueda de la silla y no desviarme.

Millones de preguntas, pensamientos y afirmaciones me azotaron en ese momento. 

¿Le hago mal a Shawn? Si fuéramos algo más ¿Se avergonzaría de mi delante de los demás? ¿Podría yo pagarle todo lo que me ha dado emocionalmente?

Un sentimiento extraño se apodera de mi cuerpo. Algo que jamás había sentido antes y quiero que la sensación desaparezca. Quiero que se vaya. La opresión en el pecho me ocasiona molestia y de repente me encuentro frente al espejo del baño de mi habitación. Solo veo a una pobre chica, seria, con los ojos rojos, unas ojeras de varios días y horribles cicatrices al rededor de toda la cara y cuello, para luego seguir por todo mi cuerpo.

¿Tan inservible me siento? ¿Por qué no solamente puedo volver a ser la otra Marie? La chica que era feliz en su casa, la que se maquillaba y salía de fiesta los últimos viernes de cada mes con sus amigas. La que publicaba fotos en Instagram casi seguido. La que tenía buenas notas en la escuela y se angustiaba cuando sacaba malas calificaciones.

—Solo quiero mi vida de antes, quiero ir a mi casa..., quiero mi vida de antes— murmuré para mi misma y bajé la mirada para desviar los ojos de mi triste y penoso reflejo. Tenía unas inmensas ganas de llorar, por lo que me di el lujo de soltarlas todas, todas las que estuvieron retenidas a lo largo del día.

Me sentía tan tonta, tan inútil, tan fea, tan inservible... Nunca me había sentido tan triste en toda mi vida, siempre creí que mi vida se desarrollaría de forma normal, que yo sería normal y que mi existencia sería perfecta.

Estuve llorando lamentando mi situación por unos cinco minutos, cuando abren la puerta de repente y salto en la silla debido al susto. Por el reflejo del espejo divisé a un chico, y al verme, sus ojos demuestran terror y vergüenza, su rostro se torna de color rojo y se tapa la boca con las manos.

—Dios, perdón, me he equivocado de habitación— me di vuelta para mirarlo mejor. —De verdad lo siento, soy un idiota— alcanzó el picaporte y cuando iba a cerrar, paró en seco ya que yo solté una carcajada. Frunció el ceño y abrió un poco más la puerta con una mirada confusa. —¿Dije algo?

—No, no te preocupes— removí las lágrimas de mis mejillas con las manos y coloqué mi pelo a un lado derecho. —Yo tampoco he escuchado la puerta abrirse— me encogí de hombros.

—¿Estás bien?— murmuró dando una señal de estar preocupado por mí. Sus facciones se suavizaron al analizar mejor mi rostro y di vuelta mi silla de ruedas para salir del baño. Él me afirmó la puerta mientras salía y le agradecí con una sonrisa apagada. 

—Sí, algo...— susurré y me coloqué al lado del sillón-cama que habían traído a esta pieza.

El chico se notaba algo incómodo con la situación, pero se sentó a mi lado y apoyó sus codos en sus rodillas inclinándose hacia adelante pensativo. Llevaba una chaqueta Nike y un buzo gris. Su rostro reflejaba angustia pura y un toque de incomodidad.

—¿Tú lo estás?— busqué su mirada y le lancé una pequeña sonrisita. 

—No, en realidad, no lo estoy— suspiró y sonrió apenado. Sacudió levemente su cabello con la mano y fijó los ojos en mí.— ¿Cómo te llamas?

Hospital «Shawn Mendes»Where stories live. Discover now