Jurassic Park (dinosaurios & tú) (EN EDICIÓN)

115- Billy, el héroe

Narra___:

Mi vida se ve mucho más interesante desde el lomo de un dinosaurio volador, pienso, mientras me aferro por mi vida a dicho dinosaurio. El paisaje se extiende en su inmensidad desde el aire, lejos de la niebla, veo bien los riscos, los acantilados, el río, la cúpula en el cielo. Ahora entiendo todo, estamos en un aviario.

Me agacho para no estamparme contra las rocas cuando el animal alado planea bajo. Debe ser lo más parecido a un verdadero parque temático que debo haber vivenciado hasta ahora, con el factor de muerte inminente y todo. Agudizo la vista y consigo distinguir, varios metros abajo, a Alan y los Kirby en el río. No parece ser muy profundo, y tampoco están esquivando pterodáctilos ¿Dónde están los...?

Dos, tres, cuatro figuras enormes pasan planeando junto a mí, nosotros. Mi pterodáctilo también cambia de dirección y los sigue. Estamos ya sobre las rocas para cuando entiendo qué es lo que hacen.

Eric corre como puede, saltando entre las columnas de piedra, huyendo de los pequeños pterodáctilos y de sus padres, que se abalanzan hacia él para asegurarse la cena, yo con ellos. Me aferro instintivamente al lomo, con horror. Me doy cuenta de que estamos volando directo a él, que estoy por presenciar una cacería, y descubro, con un nudo de impotencia en el estómago, que no puedo hacer nada al respecto. No lanzarme río abajo, no puedo detener su rumbo, no puedo...

Yo no, pero otros sí. Una sombra atraviesa el aire de manera ligera, casi como una pluma que cae del cielo con velocidad y precisión. Billy, maniobrando con el ala delta, planea frente a Eric y le grita que salte. El niño sigue corriendo, busca un ángulo para saltar, pero ya no hay tiempo, ya estamos encima. Eric, a un metro de Billy, ya no lo piensa dos veces: salta y se toma la pierna de mi amigo, escapando con lo justo de las crías. Pero los grandes... me recorre una oleada de pánico. La bandada de pterodáctilos ahora fija nuestro rumbo hacia el ala delta. Desde el lomo, la visión del pico afilado del animal se alinea con la silueta de mi amigo, como una flecha que está por dispararse.

No.

Si aún me quedaba algo de sentido común luego de haber saltado sobre esta cosa alada, lo abandono. No hay espacio para coherencia cuando decides tomar a un pterosaurio de la cabeza, clavarle las garras y forzarlo a cambiar de rumbo. Tampoco cuando te llevas puesta al resto de la bandada, y los chirridos de los pájaros te aturden los oídos. El animal es fuerte y lucha por librarse de mí, pero hoy no es tu día pterodáctilo, lo siento. No hay manera que seas más fuerte que mi voluntad de salvar, a cualquier precio, al idiota de mi amigo.

El pterodáctilo gira en círculos, como un avión que se va en picada, pero no lo suelto. Chilla y clama y yo rugo, para sacar fuerza de algún lado para seguir sosteniéndolo, pero entonces todo se detiene de golpe. La pendiente abrupta del acantilado detiene la carrera del pterodáctilo, que impacta seco contra la roca. Siento una presión aguda en la nuca, y creo que se me aflojan los brazos, porque ya no siento la piel rugosa del dinosaurio. El tacto del agua fría en mi piel es lo último que noto, antes de que se apaguen las luces.

Narra Alan:

Después de luchar contra el metal desprendido del puente y las garras de los pterosaurios rapaces que surcaban la superficie, finalmente consigo salir del agua. Oigo gritos, llamados, chapoteos y confusión que invade el aire. Miro hacia arriba, buscando esclarecer el panorama. Conseguí todo lo contrario.

En el cielo, una bandada de pterodáctilos planea en formación, con dirección fija hacia Eric, que salta entre las rocas e intenta ponerse a salvo. Tengo que parpadear varias veces para entender qué es lo que uno de los animales tiene en su espalda, o más bien, para creerlo. ___, montada sobre un pterodáctilo, bien sostenida y con el cabello al viento. A treinta metros del suelo.