Capítulo 1: ...y me volví loco

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Faltan exactamente treinta y tres días para mi cumpleaños número quince. Mi madre, a pesar de no querer dar señales de emoción, yo sé que está súper ilusionada con hacerme una fiesta de la que el barrio y la familia hablen durante siglos.

Personalmente no puedo afirmar que una fiesta así me entusiasmara tanto como a ella, pero soy hijo único y como no puede vestirme con esos ridículos vestidos de organza rosados, llenos de lazos y moños como si fuera la «Bella Durmiente», con una tiara de vidriecitos al estilo Miss Universo y demás cursilerías propias de un «quince años», decidió hacer una fiesta de disfraces, según ella, «estilo punk», pues piensa que eso es el último alarido de la moda y que todos los trillones de amigos y amigas que tengo, se sentirán como sapos en su charco... Nada más lejos de la realidad. Pero, ¿qué fuerza hay en este mundo que sea capaz de convencer a una madre de que lo que se le ocurrió no es lo mejor para su hijo?

Las únicas dos cosas que me aceleran el pulso, al pensar en mi próximo cumpleaños, son los obsequios que voy a recibir y, sobre todo... (¡sobre todo!), alcanzar la edad legal de libertad sexual... ¡Al fin voy a poder perder la virginidad sin que nadie vaya a la cárcel!

Estoy ya repodrido de todas las advertencias y consejos que me llovían por los cuatro costados: «No hables con extraños, Gonzalo», «No recibas nada de ningún hombre. Mira que el Diablo regala confites, Gonzalo», «Si un hombre te pide una dirección, sal corriendo a todo lo que den tus piernas»; «El mundo está lleno de depravados, Gonzalo. No confíes ni en los policías.» Si uno no confía en la fuerza pública que se supone que está para protegernos, ¿en quién cuernos va a confiar? Además, si el policía es guapo... ¿quién es capaz de resistirse ante un hombre con uniforme, anteojos tipo «Ray Ban» y pantalones ajustados? Claro... mi madre tiene dieciocho años de casada y tiene a mi padre para que le haga «el favor»... pero... ¿y yo? ¿A quién carajos tengo para que me haga «el favor»? Como ella está contenta y satisfecha, no es capaz de ponerse en el lugar de uno y entender esas necesidades que aparecen a estas complicadas edades.

Tanto me ahogaron con tales consejos y advertencias, que he pensado que al día siguiente de mi cumpleaños, me voy a ir con el primer hombre que me hable o me pida una dirección, e incluso le diré que se ahorre los confites. Y si es un policía, mucho mejor... Pero todavía faltan treinta y tres días... ¡Joder! Me parece una eternidad. Plutón completa su órbita en menos de eso. Hasta el mundo podría acabarse antes de que llegara mi cumpleaños... Un cometa, un virus zombi, la III Guerra Mundial... no sé, cualquier cosa que significara que muriera en la flor de la edad y virgen.

No soy religioso, pero el temor a una catástrofe global o cualquier otro impedimento, me había llevado a la Iglesia del Carmen, que queda aquí cerca, a ofrecerle una Novena a San Antonio de Padua, que dicen que es el santo especializado en conseguir novios. Nunca entendí muy bien esa distribución administrativa de funciones que hay en el Cielo, pero hice la Novena igual... por si las moscas. Demás está decir que no fui solo. Me acompañó Francis.

Si yo soy la carne, Francis es la uña; o viceversa. Nos conocimos al entrar al liceo e inmediatamente supimos que compartíamos la misma pasión, como dice un comercial de cierto banco, pero no; no es el fútbol. Son los chicos. Eso fue suficiente para empezar la amistad que se fue reforzando por lazos de solidaridad, confianza y apoyo mutuo. Yo suspiraba por Fulanito y él me consolaba. Él se quería abrir las venas a lo largo por Menganito y yo lo convencía de que había que tener paciencia, que el Príncipe Azul, era cosa del pasado, que ahora vivíamos en una democracia y en lugar de príncipes teníamos ciudadanos, que son muchos más y que por fortuna, venían en todos los colores. Todo lo comentábamos, cuchicheábamos y compartíamos. Éramos y aún somos una especie de dúo que nos reuníamos en secreto para conspirar y soñar con las distintas variantes de las fantasías aquellas de «...y vivieron felices para siempre».

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