Capítulo 38: Y así, todo termina, ¿o recién comienza?

4K 325 210
                                    


A todo esto, yo no sabía nada sobre los disfraces de mi madre ni padre. Nunca se me ocurrió preguntar y en este momento, con lo que acababa de pasar durante esa conversación íntima con Leo, mi atención está enfocada en otra cosa y por lo tanto, sigo ignorante sobre ese punto.

Al llegar de vuelta a casa, mi madre está supervisando el arreglo de las sillas alquiladas, los manteles y todo eso que el catering que había contratado debería hacer en forma profesional y casi automática, pero con las madres, eso no se consigue jamás.

—Llegan temprano —dice la supervisora maternal.

—¿Necesita ayuda? —pregunta Leo.

—No, mi cielo; gracias. Los chicos se están encargando de todo.

Miro el reloj en mi muñeca y veo que son las 5:40... ¿Qué fue eso de «llegan temprano»? Para Leo, como invitado, no creo que fuera el comentario, pues si hubiera venido disfrazado, podría entenderse que había llegado a la fiesta con demasiada anticipación, fiesta que de todas formas no comenzaría sino hasta las siete, pues mi madre pretendía que no se extendiera más allá de las once de la noche, a pesar de ser sábado. ¿Entonces?

—Gonzalo quiso venir cuanto antes, para ayudar —agrega Leo—, y así tener tiempo luego para vestirse.

—¡Oh, cielito! ¡Qué considerado! —me dice y tira un besito al aire—. Y tú, Leíto, si quieres puedes ir a vestirte. ¿Vendrás en tu moto o en el coche con Andrea?

—Vengo solo, pues si espero a mi madre, podríamos llegar para las calendas griegas.

—No lo creo —dice mi madre riendo—, pero, ¡venga! Que Andrea me llamó hace un momento preguntándome por ti y que si no te apurabas, quien llegaría para las calendas griegas serías tú.

Leo se despide y yo subo para mi habitación. Al llegar quedo estupefacto: sobre mi escritorio, un ramo de rosas de diversos colores, debidamente arregladas en un florero que era de mi bisabuela y que mi madre no usaba ni para la coronación papal; y por aparte, en un florerito pequeño, un clavel blanco. En el ramo no hay tarjeta ni nada. Al lado del florerito hay un antifaz negro muy sobrio... ¡Rayos! No se me había ocurrido que debería llevar antifaz, pero por lo visto, mi madre pensó en todo.

Como iba a ser una noche ajetreada y quizás larga, decido recostarme un rato y seguir pensando. Lo que acabo de vivir con Leo me tiene con un sentimiento extraño, como en una nube. Tiempo para descansar tengo y de sobra, dado que la mariscala había sentenciado y dispuesto que yo no debería bajar sino hasta que me diera la señal, pues se suponía que debía hacerlo cuando ya estuviera todo el mundo; y de nada valió aquello de que yo debía estar para recibir a los invitados, ya que «para eso estamos papá y yo», fue el final de la sentencia.

Me vuelvo a duchar y refrescado, mi camita me recibe para entregarme al descanso, pero, ahí me doy cuenta de que no iba a poder descansar. Estoy nervioso y supongo que podría ser por temor a la masacre del palacio del rey Jaimeonte y toda esa sarta de estupideces que se me ocurrieron aquella vez cuando me imaginé la tragedia griega. Quizás Leo, ahora que ha dejado las cosas en claro, y que dijo que lucharía por lograr mi corazón, termine en quien sabe qué hecatombe de celos contra los otros chicos guapos, si por alguna razón supiera que todos ellos me habían poseído... bueno, todos no, pero sí aquellos cuya lista ya no quiero recordar. Xavi me lo dijo: «Si le haces a Leo la mitad de lo que le hiciste a Nano, Leo matará por ti, ni lo dudes», o algo así.

De seguro estarán Anita y sus padres, Fran y sus hermanos, por lo menos Rodri... no sé, y por supuesto, Sam; Xavi, Boris, Felipe, Andrés, Leo y Andrea... Debo tranquilizarme porque no estarán ni Pablo, ni los tres narcos, ni el moro de la piscina, ni Kim el coreano mega sexy de las pizzas, ni el chico que es cajero del súper, ni el alumno que me encontré en el baño, ni Fernando, ni Nano el amigo de Xavi, ni... ¡Joder! El harem incompleto... pero suficiente como para una hecatombe. De los enlistados como posibles asistentes, cinco ya han disfrutado de mi traserito. Pero... ¿vendrá alguien más de mis compañeros de sección? En ese momento veo que casi no tengo amigos, fuera de los del club de lucha, Fran y Anita... y que de todos, la única mujer, es Ana, el basilisco. Supongo que mis padres deben estar preguntándose por qué Fran no puso en la lista a ninguna chica que, según ciertos ojos, podría ser de mi interés, por no decir, mi posible novia. ¡Rayos! Visto ahora todo así, parece más que evidente que soy gay, aunque la fiesta no se vaya a llenar de reinitas, princesitas, haditas y tal. Con excepción de Fran, todos los chicos son mega-ultra-súper varoniles. No. No creo que haya nada que temer. Nadie tendría por qué sacar conclusiones raras... aunque hubiera sido mucho mejor haber insistido en la invitación de varias de las compañeras de sección; eso hubiera equilibrado y disimulado más el ambiente. Si le hubiera dado más importancia a esta fiesta inevitable, si le hubiera prestado más atención y evaluado adecuadamente los riesgos, debería de haberme involucrado más en su organización y previsto las medidas para soslayar toda seña gay y para la prevención de una posible debacle.

SexohólicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora