Capítulo 11: Y cada vez somos más

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Lo que conversé anoche durante la cena, o mejor dicho, lo que mi papá contó, me ha dejado pensando. No tanto por la historia en sí, aunque no puedo negar que me pareció súper interesante y nunca creí que una historia sobre incesto me fuera a resultar tan llamativa... ¿Por qué será que las relaciones incestuosas tienen ese atractivo? No lo sé. Quizás sea porque cuando la gente despierta al sexo, descubre que toda la vida deseó a su padre, a su hermano, a su primo o a quien diablos le haya tocado a uno como familia cercana; pero como dicen que es tabú, uno lo manda para el baúl del inconsciente y allí se queda hasta que en algún momento saca la punta de la cola disfrazado de historia o de cuento; y como los protagonistas son otros, uno cree estar libre de responsabilidad moral. Pero cuando uno, aunque intente controlarse, se relame escuchando la historia, hay que dejarse de engaños y reconocer que las relaciones incestuosas tienen su atractivo y por algo son consideradas tabú. Si nadie sintiera nada por un pariente cercano y si ese sentimiento no fuera tan común, nadie se hubiera molestado en lanzar tantas maldiciones. De todas maneras papá dijo que investigara sobre eso y eso haré, tan pronto pueda. Por razones de «cultura», por supuesto (¡Ja! Ni yo me lo creo!)

La cuestión es que me levanto, tomo una ducha rápida, me visto, bajo a desayunar y allí están papi y mami, ya listos para irse a trabajar. Los observo para detectar algún resabio de la conversación de la noche anterior (por si luego de la charla, en la intimidad del dormitorio mi mamá hubiera seguido discutiendo y recriminando a papá por haberme contado la historia), pero los veo como si nada hubiera pasado. Eso, es bueno decirlo, me deja más tranquilo, porque de lo contrario podría pensar que mi papá dejara de hablar sobre cosas de «adultos», como las llamó anoche y eso no me gustaría para nada, pues sentí que la relación con mi papá había mejorado mucho. Lo sentí menos peligroso en relación con el tema gay y debo reconocer que mi nivel de miedo paterno bajó considerablemente. Por eso digo que la conversación de anoche me dejó pensando, no tanto por la historia en sí, sino porque me mostró una faceta de mi papá que no conocía y una actitud que me tranquilizó bastante.

Bañado, desayunado y listo, salgo para el colegio. Como siempre, Ana me estaba esperando en la puerta de su casa. ¿Por qué rayos ella siempre está lista antes que yo? Ese es un misterio que siempre me ha llamado la atención. Al salir y verla, mi tranquilidad matutina, mi serenidad de despreocupado estudiante de secundaria, mi paz de buen hijo y buen compañero comenzaron a sacudirse como si chocaran las placas tectónicas. Verla a ella y que Leo apareciera en mi mente fue todo uno. Hubiera querido que el autobús escolar pudiera viajar a la velocidad de la luz para llegar al colegio y poder encontrarme con Leo, pero aunque el viejo camión fuera como el «Enterprise» y volara a «warp 2» como en «Star Trek», de nada me serviría pues Leo no llegaría al salón del Club sino como hasta las diez de la mañana. Mientras tanto debería conformarme con prestar atención a las clases y conversar con Fran, a quien todavía debo sermonear sobre el tema de las violaciones que papá mencionó.

Nos encontramos en la puerta del aula, pero como el profesor de Química ya venía por el pasillo, no tenemos tiempo, así que fuera del saludo, no hablamos mucho más, salvado, obviamente, los cuchicheos sobre cosas puntuales en medio de las lecciones.

Durante la lección de Química, lucho por concentrar mi atención, pues mi mente se dispara a cada momento hacia el salón del Club de Lucha. Siento como una viborita que se retuerce por mi espina dorsal, comenzando en el coxis, llegando a la base del cráneo y volviendo a bajar, irradiándose desde allí a toda la zona baja de mi tronco. Tan evidente es y tan común me estaba resultando desde los días pasados que decido ponerle nombre: «Libis», así se llama ahora mi viborita. Es como una mascotita que me acompaña a todos lados sin provocar ningún desastre; es más manejable que andar, por ejemplo, con un San Bernardo o un gran danés y no debo gastar fortunas en esos enormes sacos de alimento para perros... su dieta es... ¿cómo decirlo? Más barata.

SexohólicoWhere stories live. Discover now