Capítulo 34: Jueves y contando

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Mi madre tuvo razón: la pesadez de anoche ha desaparecido casi por completo, aunque tan pronto veo a Francis con Sam, algo de eso volvió; pero mi atención se desvía cuando un chico de cuarto año se nos acerca. Sin entrar en descripciones detalladas, baste decir que reúne todo los requisitos para sustituir a Sam en mi harem, así como para hacerme la boca agua.

—Ana —le dice—, si te robo por un rato, ¿tu amigo se enfadará?

—Para nada —contesta—. Gonzalo es un pan de Dios y como un hermano que sólo desea mi felicidad.

—Entonces, Gonzalo, ¿nos disculpas?

Y tomando la mano de Anita (dicho sea de paso, con evidente ternura), caminan hacia otro sector del patio. A medio camino, Ana se vuelve y haciéndome un guiño, recuesta por un instante su cabeza contra el hombro del chico. Quedo estupefacto. ¿Anita también está de novia? ¿O sólo está comenzando el proceso? ¿Acaso es un virus que está en el aire y que calienta las arterias de la gente, pero a mí me hiela las venas?

—Si quieres tú también puedes tomarme de la mano y recostar tu cabeza, Gonzalo —me dice Andrés casi pegado contra mi espalda y a quien no había oído llegar.

—No seas tonto, Andrés, que tampoco se trata de que todo el mundo nos «coloree».

—¿Qué es eso?

—¡Venga! Que todo el mundo se dé cuenta, que nos dé «color».

—¡Ah! Eso... Cierto... aunque parece que, de un tiempo a esta parte, las chicas se emocionan mucho con este asunto de las relaciones entre chicos. Dicen que se están escribiendo novelas y tal; incluso unas series de televisión.

—No lo creo, pero si tú lo dices...

—¡Hala! Entremos, porque si das medio paso atrás, no respondo —me dice casi al oído y con ese tonito sexy que ya está aprendiendo a usar.

—¡Tonto! —le digo y me separo, porque si él dice que no responde, yo debería decir lo mismo.

Para el mediodía, Fran me dice que almorzará con Sam, «como supondrás que es obvio», agrega; por lo que me dispongo a esperar a Anita, pero la susodicha se disculpa porque almorzará con Carlos... «Carlos Augusto», aclara, «¿No te parece un nombre de Emperador?» agrega y suspira. Y por más que le pregunto si tiene algo con él, sólo sonríe y me deja hablando solo.

Como es jueves, Leo no vendrá al colegio. Boris almorzará en la siguiente hora, al igual que Felipe, y a Andrés, por más que lo busco con la vista, no lo veo por ningún lado. ¿Dónde se habrá metido esa alimaña? En resumen, no sé si hacer la fila de la comida para sentarme solo o ir a alquilar el disfraz de penitente, flagelos y corona de espinas incluidos, y comenzar de una vez con la autoflagelación. En eso pienso en Xavi, pero él también almorzará en la siguiente hora... ¡Rayos! De todas formas, hago la fila y voy para una mesa con mi bandeja coronada por la consabida andanada de arroz blanco y tan alta como los Picos de Europa. Con cada bocado recorro la cafetería con la vista y no encuentro a nadie conocido; por el contrario, todos se ven felices, charlando, chismorreando, bromeando y comiendo en un ambiente cordial y alegre que cada vez contrasta más con lo que estoy sintiendo. Nadie me mira, nadie nota que estoy comiendo solo y si antes me sentía mal, ahora me siento peor. Dejo mi almuerzo por la mitad y luego de poner todo en su sitio, salgo a caminar, llevándome mis pasos a la puerta de la pequeña oficina del club de lucha. Desde unos cuantos pasos la contemplo, cerrada y vacía... digo, sin Leo... tan vacía como mi propio interior.

—Los hombres no lloran —dice una voz a mis espaldas. Era Xavi.

—Depende de qué tipo de hombres se trate —aclaro secándome las lágrimas.

SexohólicoWhere stories live. Discover now