Capítulo 33: Fran... ¡Oh, Fran!

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Con la panza llena, pues ya había cenado (¿Qué? ¿Acaso alguien podría pensar que la tenía llena de otra cosa?) y cumplidos los ritos previos al sagrado momento de irse a dormir, me dejo desplomar en mi cama con mi cabeza dando giros aunque no vertiginosos. Miro el reloj de mi mesa de noche y veo: 10:12 pm. Como lo del harem parece bien aspectado y «los astros son propicios», como diría Anita, pienso en la reacción de Leo: no dijo ni hizo nada más luego de aquella mirada fulminante cuando me vio entrar al vestidor con Boris. No dijo ni hizo nada con respecto a ese punto específico, obviamente, pues la sesión de lucha continuó según lo por él planificado. Creí entender con claridad que esa mirada era de celos, pero también entendí que tuvo los cojones como para refrenarse y que el asunto no fuera a pasar a más o poner el tema en evidencia frente a todos. ¿En realidad Leo quiere formalizar? Por más que lo piense, no logro entenderlo y no por causa de mis planes con respecto al harem, sino por él mismo y su personalidad. Me dijo que por más que lo compare, con nadie siente lo mismo que conmigo, con nadie ha gozado y disfrutado más que conmigo... Pero... eso me suena a puro sexo... ¿y lo demás?

Mis pensamientos se interrumpen al sonar mi móvil: es Fran.

Como mi presupuesto está limitado, bombón, ponte el salto de cama de seda y baja ese cuerpecito de Sharon Stone que te tienes porque tengo que hablarte y no será por teléfono —me dice con toda seriedad.

—Fran, en esta casa ya todo el mundo está en cama...

Todo el mundo son tus papis y tú, belleza, porque ni perro tienes —me interrumpe.

—Exacto, todo el mundo...

Nada, baja o te lo pierdes.

Las palabras mágicas. ¿Qué podría perderme? No lo sé, pero eso es algo que debo evitar a toda costa; ¡Cómo voy yo a perderme de algo! ¡Jamás! Bajo, abro la puerta pero no veo a nadie. Avanzo un poco por el jardín y entonces, en la penumbra, creo distinguir a Fran... y otra silueta.

—¡Psst! —me avisa y me acerco—. ¿Todo el mundo está durmiendo? ¿Incluso el perro imaginario?

—Supongo, sí... Fran... ¿qué te traes entre manos?

—Entonces, invítanos a tomar un té.

—Está bien, pero...

—Pero nada.

Al moverme para franquearle el paso, veo que la silueta se acerca también y quedo de una pieza.

—Buenas noches, Gonzalo —me saluda Sam con un gesto de su mano a la frente.

¿Sam? ¿Qué está haciendo a esta hora de la noche aquí y con alimaña esta que considero mi hermanito? Pongo agua a calentar mientras los susodichos se sientan a la mesa y me recuesto con expresión de «¿Y entonces...?»

—Verás, bomboncito —comienza Fran—. Si esa mente turbia, sucia, libidinosa y calenturienta que tienes está dando por un hecho que me acosté con Sam... se equivoca.

—Fran, mi mente no es así y tú lo sabes.

—Entonces apelo a tu mente romántica, soñadora y sublime, aquella que se deleita en el amor eterno, puro y celestial.

—Vale, ahora nos entendemos —le digo mientras no logro captar el significado de la expresión de Sam, sobre todo luego de que Fran mencionara el verbo «acostarse», así en su forma reflexiva—. Entonces...

—Como a mí no me vas a creer, hombre de poca fe, será mejor que el mismo Sam te explique.

—Escucho —disparo con elegancia y me preparo para el discurso.

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