Capítulo 35: Viernes

1.7K 173 27
                                    


—Gonzalito... bombón... ¿sería muy feo si te pido que me permitas ir a tu fiesta con Carlos? —me pregunta Ana mientras esperamos el autobús para ir al colegio.

—¿Y por qué quieres venir con él si no es nada tuyo? —devuelvo la pregunta con tono de reproche.

—Ahora sí. Verás. Ayer, después del cine y delante de su madre me pidió que fuera su novia y acepté.

—Es un chico muy guapo aunque no sé nada de su personalidad, pero por lo pronto, enhorabuena, Anita. Me parece muy oportuno y por las pocas palabras que le oí, parece ser educado y gentil.

—Es un amor, Gonzalo; todo un caballero... ¡Ah! ¡Si tú supieras! —me dice y volvieron a resonar en mi estómago las mismas palabras que había dejado flotando en el aire Francis.

—No, Anita; no lo sé. Y no me flipa para nada que hagas leña del árbol caído.

—Perdona, no fue esa mi intención, bomboncito. Fue una expresión tonta como para que supieras qué feliz me siento.

—Pues me alegro por ti... y por él, que tiene ahora por novia a una chica buena como tú. Y sí, no hay problema; que venga contigo... pero disfrazado, porque no hay nada más antipático que alguien sin disfraz en una fiesta así.

—No te preocupes. Anoche mismo elegimos los disfraces.

No quise discutirle lo obvio: ¿Habían escogido los disfraces aún y cuando yo todavía no lo había invitado? ¿Daba por sentado, esta alimaña femenina, que yo iba a acceder? ¡Rayos!

Supongo que Ana debe haber percibido que mi humor no estaba muy allá que se diga y que de alguna manera tenía que ver con el tema «novios» porque durante el trayecto de autobús se limita a mirar por la ventana en silencio. Lo lógico, lo coherente, lo esperable, hubiera sido que me preguntara sobre mi disfraz y sobre los preparativos y tal, anticipando la emoción que la fiesta, desde que supo, le provocaba. Pero no. Va tranquila y silenciosa. Tampoco insistió en contarme con pelos y señales cómo era el tal Carlos Augusto y cómo estuvo la peli y si se tomaron de la mano, y qué comieron en el food court del Mall y qué tal la suegra y todo eso que una chica de quince años debería estar desesperada por contar a todo el mundo. Nada. Sólo mira por la ventana pero le noto una expresión serena, incluso feliz, a pesar de su silencio. ¡Rayos! Todavía no se ha acostado con él... ¿por qué coño está feliz?

En el aula nos encontramos con Francis, quien después de saludar, nos dice:

—No pregunten porque no voy a decir de qué vamos a ir disfrazados. Es un secreto.

—Un momento, un momento —dice Ana—. ¿Qué es eso de «vamos»? ¿Quién más? ¿De quién estás hablando con ese «nosotros» tan sospechoso?

A punto estuve de decir: «No sólo tú tienes novio, Anita» y tirar al agua a Fran, pero me abstengo. En ese momento caigo en la cuenta de que eso de los noviazgos me está molestando mucho más de lo que creí; sobre todo el de Fran.

—Eh... eh... —Fran duda y para variar, me mira pidiendo auxilio.

—Los compañeros, Anita... los tontos estos de nuestra sección que se supone vendrán a mi fiesta —respondo a la pregunta y al pedido de socorro de mi hermanito, ambas cosas a la vez—. Este capullo cree que las chicas ya habrán discutido, analizado, planificado y distribuido sus disfraces para no repetir y todas saben lo de cada una, pero los varones no son así.

—¡Oh! ¿No? Carlos y yo ya... —pero se detiene.

—Sí, sí; ya me dijiste. Ya escogieron sus trajes.

SexohólicoWhere stories live. Discover now