Capítulo 28: Una cocina atiborrada y una propuesta sorpresiva

2.3K 240 55
                                    

A medida que habían pasado las horas, más la conversación con Rodrigo, más la compañía de Kim, toda esa nube negra que pesaba sobre mí se iba diluyendo y me sentía mejor, casi como siempre. Lo sucedido en la noche, como bien lo había explicado Rodri, no era otra cosa que consecuencia de mi inmadurez y mi imprudencia. Estuve en peligro pero por fortuna no pasó a más. Por lo pronto aquí estoy vivito y cul... y... coleando, digo. Simultáneamente, tal como había aconsejado a Fran, todo se trataba de controlarse uno mismo y para eso, contar con todas las ayudas necesarias, en cuenta una pareja estable a quien serle fiel... siempre y cuando esa pareja estable me estampara contra una pared, una alfombra, un sofá, una mesa de cocina y/o comedor, y por supuestísimo una cama, que aunque muchos consideren que es la mejor y más cómoda opción, ese «no sé qué» que tienen las paredes, alfombras, sofás, mesas, etc. no se compara con nada. Incluso «en el aire», como cuando uno sólo se inclina apoyando las manos en las rodillas y cuidando de no irse de narices al suelo ante las embestidas del macho que, poseído por ese instinto primitivo y visceral, sólo busca ese calambre final que le provoca un tipo de éxtasis que supongo no lograría ningún místico por más décadas de meditación, ayuno y ejercicios espirituales que cuente en su haber.

Todo eso pienso mientras hago sobremesa y permito que mi estómago digiera la pizza recalentada. Es más, llego a considerar que no se trata sólo de sensaciones físicas y placeres carnales... ¿Qué tiene de mágico ese hecho de ser poseído por un hombre? ¿Por qué lo quiero, lo deseo, lo necesito... lo...? El hacérselo yo a una mujer está descontado porque no sólo no siento nada sino que me repugna. Pero, ¿por qué, por ejemplo, no estar satisfecho con sólo que un chico esté a mi lado, me trate bien, me cuide...? ¿Por qué no estar satisfecho con que sólo pase su brazo por sobre mi hombro para hacerme sentir que le soy especial? ¿Por qué esa necesidad apremiante de que me haga suyo sexualmente? ¿Por qué tener que llegar siempre al acto sexual? ¿Por qué sólo eso me deja satisfecho? No es cuestión de sólo correrme, pues eso puedo hacerlo incluso solo. ¿Por qué necesito que un chico se una a mí de esa manera y no de otra? He leído sobre el «amor platónico» y no lo entiendo. Francamente no lo entiendo. Y no es cuestión de sólo una necesidad, sino de una necesidad imperiosa, así, calificada. Y tampoco es como el hambre. Si tengo hambre, como y me doy por satisfecho. Incluso con el simple apetito, que aunque uno coma de más, algo muy rico, llega un momento en que se da por satisfecho. ¿Por qué con el sexo no? Bueno... quizás suceda algo parecido, pues uno desayuna, por ejemplo y queda lleno; pero al mediodía vuelve a tener hambre y almuerza; y luego la merienda, porque el estómago otra vez está rugiendo... y lo mismo a la cena... Quizás con el sexo suceda de igual manera y como con las comidas, lo necesite en « cuatro tiempos». Sí... eso debe ser... Pero... ¿por qué, al terminar, casi de inmediato quiero que me lo hagan de nuevo...? Debe ser como cuando como algo rico... mi madre me sirve un plato, me lo como y lo devuelvo vacío pidiendo más... «¿Quieres repetir, Gonzalo?», me pregunta mi santa madre... «Porsu, mamá, está riquísimo», contesto y ella, sonriente y complacida porque le alabo sinceramente su cocina, me sirve otra porción... Sí... Eso debe ser. Con el sexo me debe pasar lo mismo... Un chico me estampa contra la pared... se restriega contra mí de forma tal que descascaro la pintura... Convulsiona cuando se corre y a las escamas de pintura que arranqué le sumo mi propio resultado de correrme... Se retira de mí... me vuelvo y lo miro con ojos de... quién sabe qué... y pregunto: «¿Me das más?» Y él, como mi madre, me pregunta: «¿Quieres más, Gonzalo?» y sin la alegría infantil con que contesto a la autora de mis días, sino con una energía que me inunda, me inflama, me trastorna, contesto: «Porsu... Sí... estás riquísimo».

¡Joder! Si no voy a ser promiscuo, debo tener a mi lado a alguien que sea como Leo. Pero... ¿no habrá otra opción? Supongamos, y sólo supongamos, que me hago de un «harem», un grupo lo suficientemente amplio, confiable, seguro y variado de chicos; un grupo, por ejemplo, integrado por Sam, Xavi, Boris, Felipe, Andrés, Rodrigo, el chico del supermercado, Kim... ¿quién más? ¿A ver? Algún otro chico del colegio, como aquél que me hizo el favor en el baño... Con esos son... diez... No... Son muy pocos... También está Pablo... pero, no; Pablo no, porque es peligroso y fue un maldito... aunque... ¡Rayos! ¡Qué hombre! Y también están los tres tipos de anoche... Yo sé dónde encontrarlos... No serán gais, pero... ¡Demonios! ¡Qué pedazos de bestias! Guapísimos... y ninguno tenía que avergonzarse porque la naturaleza hubiera sido mezquina en su dotación... ¡Qué pedazos de miembros... de pandilla... jajaja...! Total: catorce... Ni Fran, con aquella lista que hace unos cuantos días levantó para ver quién podría encargarse de mi virginidad, tenía tantos. Eso no sería «ser promiscuo», pues no me estaría acostando con todo el mundo, indiscriminadamente, sino sólo con mi «harem»... Sería como Suleimán el Magnífico, pero al revés.

SexohólicoWhere stories live. Discover now