Capítulo 17: ¡Oh! ¿A dónde iremos a parar?

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Yo no quise que el asunto pasara a más por lo que hice como que no le di importancia a todo lo que Ana dijo. Sé que no quedó satisfecha con mi actitud pero por lo menos, ahora, que ya llegamos al cole, está tranquila. Hace más de dos horas que no me dice nada al respecto. No obstante, no puedo negar que me dejó con la espina clavada: ¿Leo habrá hecho todo eso? Estuve a punto de obligarla a que me mostrara las pruebas, que sacara su móvil y me enseñara las mil y una insistencias de Leo, pero eso sería «darle alas al animal ponzoñoso.» Con Ana tranquila, (aunque bien sé que no se había dado por vencida), el día debía transcurrir con total normalidad, salvados dos puntos importantes: que Francis no podía con su entusiasmo, excitación, expectativa e impaciencia (me dijo un millón de veces que no veía la hora de ir al club de lucha); y que de una forma u otra, esa misma excitación y expectativa se me estaban contagiando y alterando también a mí.

Con lo que me dijo Ana volvió la sensación de que Leo era sólo mío... o mejor... que yo era sólo de él... pero con todo lo que estaba sucediendo, sin olvidar el huracán de testosterona cuyos vientos despeinaban a Francis, yo tengo sentimientos encontrados. ¿Ser fiel? Pero Leo, ¿acaso no me es infiel con la zorra maldita, la bruja leprosa y purulenta de la Mariana esa? Y todo ese dilema no parece estar alimentado sólo por mis sentimientos hacia Leo, sino y también por el atractivo que los candidatos enumerados por Francis tienen... ¿Debería desperdiciar la oportunidad de que Boris, Sam o Xavi me violen en los vestidores como sueña Francis? Porque con Felipe no tengo problema, si la oportunidad es propicia, terminaré con mi mejilla apretada contra la pared de su garaje otra vez y cuidando de no maltratar la pintura con el refregamiento... De hecho, me enseñó una lección que tengo presente: escondidos en mi mochila siempre llevo una provisión suficiente de condones. ¡Y la cara que puso la cajera del «súper» cuando puse el montoncito para que los pasara por el lector de códigos de barras! Yo creí que iba a decir algo, pero como no abrió la boca, yo no me aguanté:

—Soy boy scout... por eso cumplo nuestro lema: «Siempre listo» —le dije con la mirada más pícara que pude y no escatimé volumen en mi voz. A veces ni yo mismo puedo creer el nivel de desfachatez que estoy teniendo.

De todas maneras, a la clase de lucha tendré que llevar mi mochila y por lo tanto, la provisión de... ¿Pero qué estoy pensando? Allí va a estar Leo... ¿acaso esperaría que algún otro de los chicos me «viole» como dice Francis? No... de ninguna manera. Si con alguien me voy a acostar de nuevo, será sólo con Leo... mi príncipe... mi novio... mi amante... mi... ¡Maldita Mariana! ¡Cómo la odio! ¡¡¡Bruja!!!

Entre toda esa vorágine de pensamientos, diálogos, regaños, comentarios, más regaños y cuchicheos con Francis, el día va pasando. Al almuerzo hicimos nuestra fila y nos sentamos a comer como siempre. Supongo que ya a nadie le llama la atención que Francis y yo seamos como siameses... «A donde va Chicha va la barca», dice siempre mi madre, aunque nunca tuve la curiosidad de preguntarle quién es «Chicha» y quién «la barca» en nuestro dúo. A pesar de todo, esperé que Leo apareciera pero me sorprendió que ni él ni Ana mostraran sus presencias en la cafetería. No era probable que Felipe, ni Boris ni Xavi aparecieran porque a ellos les tocaba para almorzar el siguiente turno, pues Felipe y Xavi están en undécimo y Boris en décimo, y ahora estábamos almorzando los grados inferiores.

—Parece que almorzaremos los dos solos como un par de ostras desahuciadas, Gonzalo —dice Francis.

—Lo de ostras lo entiendo, pero, ¿por qué «desahuciadas»?

—Porque no vendrá ninguno de nuestros hombres.

—Eso se sabe, Francis; no veo por qué tomas eso como un desprecio; ¿no es una simple cuestión de agenda? ¿No es así el horario del colegio?

SexohólicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora