Capítulo 13: Como en la plaza de toros

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No entendía por qué no había podido comunicarme con Leo. Ahora estoy en clases y no puedo insistir mucho sin que el profe se dé cuenta de que estoy whatsappeando. Los profes están muy estrictos con eso de usar los móviles en clase y tienen razón. Los chicos se distraen horriblemente. Pero en mi caso, no lo hago nunca, aunque ahora es una emergencia. ¿La reunión con el Director estaba siendo tan larga? ¿Habrá surgido algún problema? ¿Acaso Leo... se habrá metido con alguna alumna y lo acusaron? Ana ya lo había dicho: es un «sexohólico». ¿No habrá podido contenerse? Estos pensamientos me angustian y no sé si por temor a que Leo salga perjudicado (incluso que lo despidan del trabajo) o porque me comen los celos. Estoy consciente de que no tiene ningún compromiso conmigo, pero aún así, me molesta enormemente pensar que lo mismo que me hace a mí se lo haga a otro u otra... que le diga las mismas cosas dulces... que le demuestre cariño... ¡Rayos! Estoy siendo posesivo y eso no es bueno. No tiene compromiso conmigo; tengo que entenderlo y repetírmelo hasta que lo entienda. Nunca me juró fidelidad ni nada parecido... tengo que entenderlo y aceptarlo. A pesar de todo, decido dejar mi móvil sobre el pupitre, no sin antes ponerlo sólo en vibración. El profe continúa con su clase, pero mis ojos siguen clavados en la pantalla... Nada. No me responde los varios mensajes que le puse... ¡Rayos! Al fin decido que es momento de trabajar en mi ansiedad. Todo esto que estoy pensando no son más que especulaciones mías, pues no sé qué está pasando en la reunión con el Director. De todas formas, dentro de un rato, lo veré en la casa de Ana cuando vaya a la tutoría de Beatriz.

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Aunque la tarde fue incómoda y molesta, al fin pasó como pasan todas las cosas. Uno cree que el tiempo se detiene, pero no es así. Le guste a uno o no, sigue su curso inexorable. A las siete tomo mis apuntes de «mate» y cruzo para ir a la casa de Ana. Cuando llego la encuentro en su habitación y a Beatriz con ella. Ambas vestían aún el uniforme del colegio, pero yo venía con ropa informal aunque había cuidado vestir adecuadamente pues al fin y al cabo, me iba a ver con Leo.

—¡Gonzalo! ¡Primor! —me saluda Ana al verme en la puerta de su habitación— ¡Qué puntualidad!

—Yo no soy ningún impuntual ni irresponsable, Ana. Cualquiera diría que parece que lo descubrieras en este momento.

—Lo sé, bombón, lo sé. No te ofusques. Pero, entra, entra; que no tenemos tiempo que perder.

—Si tú lo dices...

—Pues bien. Como yo no sé exactamente qué es lo que Beatriz necesita... con respecto a «mate» —aclara y eso no me gusta nada—, que ella te diga. Mientras tanto, yo voy para abajo a ayudar a mi madre con los bocadillos... Eh... No creo que vuelva a subir antes de media hora —me dice y me guiña un ojo.

Mi nivel de preocupación comienza a subir... ¿qué se trae entre manos esta inconsciente?

—Eh... ¿A qué hora llegará Leo? —pregunto intentando hacerme el desinteresado.

—¡Oh! Eh... Ya debe estar por llegar —me contesta, pero en su tono creo escuchar el sucio murmullo de la mentira.

Tal como dijo, Ana se va para la cocina no sin antes, como quien no quiere la cosa, apagó el acondicionador de aire.

—Ana, ¿qué haces? —le pregunto al ir creyendo saber por dónde iba el asunto.

—Apago el aire, porque mi papá dijo que gasta mucho y tengo que ahorrar.

—¿Qué? —pregunto, pues me pareció el argumento más tonto que se le pudo haber ocurrido.

—Si te empieza a dar calor, Gonzalo, quítate el abrigo. ¿No te parece una contradicción tener el aire acondicionado y por eso mismo, tenerse que abrigar?

SexohólicoWhere stories live. Discover now