Capítulo XV: El juego de los espejos

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El olor varonil lleno de químicos y ansiedad característico de Stiles inundó sus sentidos junto al silencio absoluto justo cuando estaba disfrutando de una relajante ducha caliente (porque aunque los lobos generaban calor por sí mismos, a Derek le gustaba bañarse con agua muy caliente, salvo si estaba sudado por alguna clase de actividad). Abrió la cortina y estiró la mano para agarrar su reloj, chequeando que sólo eran las siete menos veinte. Imposible que el adolescente estuviera deambulando dormido. Cerró el agua, se secó y cambió lo más rápido que pudo y salió en dirección a la sala de estar. No obstante, un olor agobiantemente dulzón inundó sus fauces. Arrugó la nariz y continuó a pesar del desagrado.

—Siempre te quejas cuando Erica sale de la ducha sin secarse el cabello porque, según tú, va a ensuciar todo— lo criticó Stiles en defensa de la rubia, saliendo de la cocina con un jarrón lleno de jazmines.

Emanaba una extraña mezcla de molestia y desinterés en su voz y su expresión, por muy contradictorio que eso sonara, principalmente en alguien como Stiles. Y en sus manos, el origen del mal olor. Derek quedó boquiabierto, la cabeza ligeramente ladeada, sin decidirse a protestar por la reprimenda (que constara que esa era su casa y él podía hacer lo que quería, no así el resto) o si concentrar la atención en las desagradables flores. Optó por lo segundo.

—Malia no está— esgrimió lo obvio, extrañado por la concentración cuasi absoluta con la que el adolescente estaba mirando las flores, ya sentado en el sofá, como si al pestañear aquellas fueran a desaparecer.

—Lo sé. No son para ella. Las necesito para una investigación. Cuando las termine de usar, te las puedes quedar —respondió más concentrado en el objeto frente a él que en sus propias palabras, dándose cuenta casi enseguida de lo que había dicho— O regalárselas a Erica o a Cora. Sí, mejor regalarlas— acotó ante la expresión con la ceja levantada de Derek, de esas que decían cien palabras juntas, volviendo enseguida su concentración a las flores.

El lobo miró hacia el extremo donde estaba su cama, a cuyos pies las mencionadas lo miraban sonrientes conteniendo la risa. Suspiró y negó con la cabeza. Y decidido a no darle importancia tampoco a sus cabellos mojados y la escasa agua que chorreaba, se encaminó hacia el sofá enfrente del adolescente y se sentó allí, de brazos cruzados, aguardando a que el otro se explicara.

—¿Y por qué jazmines? —se quejó casi enseguida, actuando impaciente tal vez por primera vez, ya que el olor lo inquietaba y molestaba de sobremanera— Huelen muy fuerte, muy dulce. Empalaga mucho al olfato lobuno, como si nos mareara un poco... Por lo menos a la mayoría —acotó luego de un hondo suspiro cargado de dolor, una sonrisa triste colocándose en su rostro— Laura amaba los jazmines. Siempre estaba oliendo a ellos. Adoraba bañarse en perfume de jazmines como si fuera lavanda o cítricos. Yo lo detestaba, pero papá plantó un árbol de jazmines cerca de casa para ella, no demasiado cerca para que yo no me sintiera mareado ni afectara mis sentidos... Y el árbol se volvió demasiado grande, pero ella se negaba a cortarlo. Estaba obsesionada con él— se quejó sin enojo dando un resoplido.

El silencio inundó la sala y el lobo quedó mirando hacia la nada misma durante algún tiempo antes de concentrarse en el rostro del adolescente, más directamente en sus ojos, en sus pupilas negras como la noche. La sonrisa desapareció de su rostro, no quedando ninguna emoción a la vista. Stiles lo observó preocupado, miró a las chicas y volvió su mirada hacia el mayor. Las palabras de Peter taladraban su mente peor de lo que lo habían estado haciendo toda la noche anterior. Sí, ya había pasado las primeras treinta y cinco horas sin dormir. Otra vez. Y a menos que cambiara de "cuidador" esa noche o solucionara el problema de los jazmines, las horas iban a aumentar.

El lado oscuro de la luna [TEEN WOLF]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon