Capítulo 5

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"No existe el orden en el mundo que nos rodea, debemos adaptarnos al caos."

                                                                                              Kurt Vonnegut.

Existen millones de secretos que no conocemos: secretos personales, secretos familiares... secretos mundiales. A veces se nos quita la oportunidad de saber o comprender algo; se nos esconde la verdad para que no cunda el pánico en una sociedad entera. De ese modo, solo cuando choques con la realidad de golpe, te darás cuenta de todo aquello que constantemente estuvo ahí. Cuando abras los ojos y veas lo oculto, cuando seas consciente de lo que se te ha privado de conocer, te percatarás de que en el mundo reina un caos que con gran esfuerzo siempre se ha tratado de corregir.

                                                                      ***

Durante poco más de una semana logré hacer lo inimaginable. Conseguí llevar a cabo tareas que antes me habrían parecido imposibles, formas de sobrevivir que solo los científicos más excéntricos habrían creído viables.

Con la ayuda de la máscara antigás mi principal preocupación dejó de ser el aire que respiraba, por lo que abandoné el casco y me concentré en unir la careta a pedazos de tela y plástico, confeccionando así una prenda reforzada que también mantuviera el resto de mi cabeza aislada del exterior. No era perfecto, pero al menos evitaba que la contaminación del ambiente llegara directamente a mis pulmones y de ahí pasara a la sangre, por lo que mis órganos internos estaban totalmente protegidos. Sin embargo, de vez en cuando algún trozo de piel quedaba al descubierto y esas partes adquirían una tonalidad rojiza que, afortunadamente, con el tiempo se iban difuminando.

Con ese nuevo equipamiento pude inspeccionar la ciudad en la que ahora habitaba con una calma relativa; descubrí que los carnívoros más peligrosos de la zona solo cazaban de noche y que durante del día se adentraban en el bosque para dormir a la sombra. Esto lo supe ya que era durante las horas de oscuridad cuando escuchaba los gruñidos y peleas que había entre los famélicos miembros de las manadas, probablemente disputándose las partes más jugosas de alguna presa que entre todos habían cazado.

La mayor parte del tiempo me dedicaba a observar. Necesitaba encontrar alimento, por lo que pasaba largas horas observando a pájaros y a herbívoros para saber qué frutos debía recolectar y cuáles no. Aprendí que había bayas a las que ni siquiera debía acercarme, mientras que otras parecían ser el alimento básico de muchos animales. La situación me obligaba a asimilar los conocimientos deprisa, por lo que siempre regresaba a la vivienda que había hecho mía con provisiones de todo tipo: desde latas de conserva que había rescatado de las demás casas abandonadas, hasta frutas que al final había identificado como saludables. Al final la comida también dejó de ser un problema.

Conseguir agua fue un trabajo similar, aunque también algo más complejo. Las escasas charcas con líquido potable estaban a varios kilómetros de distancia, trayecto que yo no podía recorrer por el mal estado de la herida de mi pierna izquierda, que había llegado a infectarse. Logré reunir diversas botellas cuando inspeccioné varios hogares, pero las reservas de agua eran pequeñas y no me sentía cómoda sabiendo que en cualquier momento las provisiones se podían agotar. Aquella fue mi mayor preocupación durante unos días, pero supe encontrar una solución que, definitivamente, me dio esperanzas de poder vivir indefinidamente en tierra firme. La idea en sí era bastante simple: podía aprovechar el líquido que corría por dentro de los árboles ya que había sido anteriormente filtrado por las raíces.

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