Capítulo 27

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A pesar de que la tormenta que nos había azotado durante toda la noche anterior había amainado a lo largo de las horas, el repiqueteo del agua aún continuaba escuchándose entre las copas de los árboles. Además, los nubarrones negros seguían revolviéndose amenazadoramente sobre nuestras cabezas como un amasijo de gusanos grises.

– Vaya. – Murmuré, sintiéndome extasiada por las vistas desde lo alto de aquel puente de piedra medio derruido. A pesar del frío, me saqué la tela de la cara y respiré profundo, notando cómo un fresco renovador me llenaba los pulmones.

Bajo nosotros se extendía una gran explanada de terreno que solo terminaba al impactar contra el océano, muy cerca del horizonte.

Grandes ciudades convertidas en una maraña de hormigón y vegetación.

Los pocos edificios que aún permanecían en pie parecían ramas fracturadas con las columnas y bigas sobresaliendo hacia el cielo como astillas de madera. El follaje verde, amarillo y naranja se mezclaba con el cemento creando una caótica pero bella imagen que se me incrustó en las retinas.

El río que circulaba iracundo muchos metros bajo nuestros pies había crecido tanto que ahora el agua inundaba lo que antes habían sido calles principales, dando la impresión de ser decenas de capilares saliendo de una vena principal de un modo cuadriculado y artificial. Los canales bañaban viejas carreteras y caminos que no habían sido colapsados del todo por coches oxidados, plantas o cascotes.

A lo lejos, en un punto de conexión entre mar y tierra, pude ver una monstruosa y oxidada estructura que se había quedado varada en la playa, pero no recordaba haber visto nada como aquello en las ciudades del cielo.

Una ráfaga de viento agitó las hojas de pinos y matorrales haciendo que el agua llegara a mi cara y devolviéndome a la realidad.

– Deberíamos estar buscando materiales como Zay nos ha pedido. – Dije sin ganas, nada motivada a abandonar aquellas vistas llenas de retorcida belleza.

Shiloh se frotó las manos enguantadas y se las guardó en uno de aquellos abrigos forrados de pelo animal que ahora los habitantes de la comunidad comenzaban a llevar con la llegada de la época fría.

Cuando sonrió, el aliento que salió de su boca formó nubes blancas que revolotearon a su alrededor justo antes de ascender y desaparecer.

– Creí que te gustaría ver esto. – Hizo una pausa y me miró de reojo. – ¿He acertado?

– De lleno. – Confesé, sin poder evitar devolverle la sonrisa.

La grandeza del panorama visto desde aquella altitud compensaba con creces el frío, la lluvia y el viento gélido. Si nuestras vidas no estuvieran a punto de estallar, no me importaría quedarme congelada durante días observando a la naturaleza devorando los pocos restos que aún perduraban de la humanidad.

– Siento mucho la discusión del otro día. – Sus palabras fueron lo único capaz de hacerme despegar las pupilas de lo que me rodeaba. Lo miré a hurtadillas y lo descubrí vuelto hacia el frente, aunque podría jurar, por el modo en el que sus ojos estaban fijos en un punto perdido, que no estaba realmente prestando atención a las ruinas.

– No pasa nada, con todo lo que ha estado pasando apenas he tenido tiempo de pensar en ello.

– Sigo creyendo que no estás preparada para todo lo que se nos viene encima. – Suspiré, carraspeé y él se giró hacia mí.

Un pinchazo de ira me sorprendió. Había jugado conmigo y con mi curiosidad para mantenerme satisfecha y aprovechar mi agradecimiento para atacarme con la guardia baja.

Mainland.Where stories live. Discover now