Capítulo 31

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Los pasos pasaron próximos a nosotros y se disiparon en la negrura lentamente, dejando tras de si una atmósfera densa y pegajosa que nos mantuvo paralizados durante unos momentos más.

Peter me rozó el brazo e intentó empujarme con suavidad hacia la protección de mi cuarto, pero le sujeté la mano, y antes de que él pudiera protestar, cerré suavemente la puerta tras de mí dejándonos a ambos en el tenebroso pasillo.

Lo miré a través de la oscuridad, tratando de averiguar qué era lo que pretendía hacer, pero únicamente conseguí vislumbrar la silueta de su cuerpo tenso girado hacia el lugar por el que se alejaban los enemigos.

Aguardamos pacientemente, con el nerviosismo recorriéndonos las venas como si fuera una serpiente escurridiza, y cuando los infiltrados giraron en el cruce, Peter habló.

– Quiero saber cómo han entrado aquí. – Murmuró tan levemente que incluso me resultó difícil escuchar las palabras que salieron de su boca a escasos centímetros de mi oreja. – Maldita sea. – Gruñó, y las letras desbordaban una furia que nunca antes había visto en él.

Transcurrieron más segundos de intranquilidad en los que mi corazón se aceleró tanto que incluso el pecho me empezó a doler. Necesitaba moverme y actuar, pero el chico parecía tener en mente otro tipo de estrategia.

Desenvainó lentamente las dos espadas que siempre portaba a su espalda y me cedió una de ellas. El peso me tomó por sorpresa, pero poder aferrar un arma me aportó una seguridad satisfactoria y retorcida.

Cuando nosotros iniciamos la marcha también, tratamos de ser igual de sigilosos que ellos: procurando que la arenilla del suelo no crujiera bajo nuestro peso y que las telas no susurraran con el roce. Con cada pequeño ruido clavaba con más fuerza los dedos en la empuñadura, hasta que incluso que las manos se me agarrotaron al cabo de poco tiempo.

Nos detuvimos en varias ocasiones, tratando de no perder su pista en el frío laberinto de roca y comprobando si alguien más se había unido a nuestros adversarios.

Permanecimos con aquel ritmo aletargado durante largos minutos que semejaron horas. El sudor me empapaba la nuca y discurría por mi espalda como pequeños hilos de agua helada. Mis movimientos eran rígidos, tensos, estaba exasperada por poder abalanzarme sobre ellos y terminar de una vez con aquella tensión asfixiante.

De repente el líder me frenó y nos quedamos quietos en la intersección que los gemelos acababan de dejar atrás. Ambos respirábamos agitadamente a pesar de no llevar un paso acelerado.

– Se han detenido. – Susurró muy cerca y con un tono que denotaba un arroyo de emociones contenidas. – Esperan a alguien. – Hubo unos momentos de silencio en los que aguardamos la aparición de una tercera persona o unas palabras que nos dieran alguna pista de cómo habían logrado entrar, quién los había ayudado o a dónde estaban yendo. – Prepárate.

Los pulmones me presionaban el esternón con ansia.

El cuerpo del muchacho se inclinó hacia delante, preparado para atacar y derribar. Su casi infinita paciencia comenzaba a alcanzar el límite.

Me asomé al pasillo con cuidado de no ser vista y entrecerré los ojos para ver mejor.

La sangre se me paralizó en las venas y un escalofrío me recorrió la columna vertebral de arriba a abajo.

Agarré al chico del brazo, llamando su atención para que pudiera comprobar lo que acababa de pasar.

– Imposible. – Dejó escapar entre dientes.

Los aliados de Xena se habían desvanecido como si fueran simples volutas de humo.

Dimos cautelosas pero grandes zancadas hasta el punto en el que habían desaparecido, sujetando nuestras respectivas armas enérgicamente. Peter se movió confuso e intentando ver su alrededor sin obtener resultado.

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