Capítulo 25

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Sentía los ojos lacerantes de Shiloh en la espalda y mis músculos reaccionaron agarrotándose casi de un modo doloroso. Me contraje intentando hacerme invisible ante su escrutinio, pero a pesar de ello no conseguí hacer que desviara su atención de mí.

Zay estaba frente a mí, con la capucha y el paño sobre el rostro, pero me miraba de ese modo en el que lo hacía cuando estábamos solos: dejándome ver más allá de la carcasa física y emocional que él mismo había creado. Sus ojos, enmarcados por manchas oscuras que eran una pequeña muestra de su agotamiento, se entrecerraron levemente en un amago de sonrisa y se hizo a un lado para que pudiera entrar.

– Shiloh está en el pasillo. Creí que no me seguía nadie pero... – Murmuré, como si desde el otro lado del corredor el otro chico pudiera llegar a escucharme. El líder frunció el ceño y su expresión se endureció. – Lo siento.

– No pasa nada. ¿Qué está haciendo? – Me asomé con discreción por encima de mi propio hombro y descubrí al muchacho rebuscando algo entre sus vestimentas. No nos miraba.

– Busca la llave de su habitación.

– Está esperando a ver qué haces. – Sentenció él en un susurro. – Sígueme la corriente. – Hizo una pausa, me miró con las cejas arqueadas y yo le dediqué un asentimiento casi imperceptible. – ¡Te he dicho que lo hablamos mañana! – Su voz sonó tan alta que se extendió como una ola por los alrededores y el eco del lugar me devolvió el grito como una bofetada. Sus palabras fueron tan severas y firmes que no pude evitar que mi cuerpo se hiciera todavía más pequeño por la repentina autoridad de suscitaba. Sin embargo, la mirada de Zay distaba mucho de ser enfurecida. – ¡Ahora voy a descansar y ya pensaré mañana en los problemas que me has causado! – Di un paso hacia atrás, fingiendo estar llena de pavor, queriendo retroceder y huir de allí. Acto seguido la puerta que tenía en frente se cerró con estrépito y escuché que más allá, al fondo de aquel oscuro pasillo, otra igual que aquella también lo hacía, pero con más sigilo.

Las palabras del líder habían sonado tan mordaces y sinceras que la culpabilidad y el arrepentimiento me mordieron el inicio del estómago.

Transcurrió un lento segundo. Dos. Tres.

Empecé a temer que lo que Zay había dicho no hubiera sido realmente una actuación.

Cuatro. Cinco.

Sus ojos marrones, con destellos naranjas debido a las toscas bombillas del techo, aparecieron de nuevo frente mí y su mano enguantada se encontró con mi muñeca para luego hacerme entrar en su habitación rápidamente.

Ya había estado en aquella estancia antes, cuando tuvo lugar el altercado en el lago, pero por aquel entonces las circunstancias no me habían dado la oportunidad de examinar con detenimiento el lugar.

Frente a mí había una gran mesa de madera llena de cachivaches y una silla destartalada a cada lado del mueble, siendo una de ellas más baja de lo normal. Zay recogió un puñado de folios que tenía esparcidos por dicha superficie y los arrojó al interior de uno de los cajones.

A continuación me fijé en la segunda parte de la habitación, de la que no me había dado cuenta en la ocasión anterior por no haber sido capaz de posar los ojos en otro lugar que no fuera el empedrado o el propio chico. Un conjunto de densas cortinas naranjas pendían del techo y caían pesadamente hasta tocar el suelo, dividiendo el cuarto en dos partes. Al otro lado de la rendija abierta entre las telas, entreví una cama de mantas y sábanas con un aspecto bastante más cálido y suave que las mías, un par de mesillas de noche de verdad, no como la simple caja que yo utilizaba, y una amplia cómoda que prácticamente ocupaba la mitad de la pared.

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