Capítulo 9

5.4K 584 82
                                    


"El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar."

                                                                                                         Winston Churchill.

                                                                      ***


La nueva habitación no era mucho mejor al lugar en el que había estado encerrada durante las últimas semanas, pero al menos tenía una cama y un armario con varias prendas de ropa, que aunque eran más viejas que yo, estaban limpias y abrigaban de la frialdad del subsuelo. A veces el ambiente era frío y seco, cortante: como los días de invierno en los había una brisa gélida que hería la piel; otras veces era húmedo, como una tormenta otoñal. Al parecer, todo dependía del clima del exterior.

Varias velas alumbraban desde las paredes y desde la caja de madera que funcionaba como mesilla de noche.

— Coge algo para cambiarte. Voy a enseñarte el lago. — La voz masculina llegó desde el otro lado de la puerta mientras yo inspeccionaba el estado de unos pantalones morados. Cogí también un jersey blanco y una cazadora oscura que apestaban a polvo y a madera vieja.

Me sorprendió que el pomo de la puerta se moviera fácilmente bajo mis dedos. Casi esperaba que la hubieran bloqueado desde fuera, encerrándome allí durante otro periodo de tiempo indefinido. En cuanto puse un pie en el pasillo lúgubre pude ver el rostro impasible del chico. Sus ojos negros, más oscuros aún que los de Cuervo, ojearon durante un momento lo que había a nuestro alrededor, como comprobando que no había nadie acechando desde las sombras, y luego me hizo una seña con su mano enguantada.

Caminamos en silencio por los túneles penumbrosos. Las velas titilaban a medida que nosotros avanzábamos y nuestros pasos resonaban como tambores. De vez en cuando podía ver algún estandarte pendiendo de la pared: telas tintadas de verde y naranja con alguna figura a modo de escudo en el centro. También había toscas figuras tallada en la piedra. Solo eran pequeños adornos que le arrebatan al lugar una parte de aquel aspecto tenebroso que tenía. Al final del corredor en el que estaba mi nueva habitación había una puerta que se diferenciaba de las demás por poseer un mayor tamaño y un color más oscuro. El chico me acompañó hasta ella e hizo sonar los nudillos contra la superficie. Nadie respondió a su llamada.

— Se cierra desde dentro. Yo esperaré aquí por si alguien intenta entrar. No tardes. — Dicho esto se clavó en la puerta como un escolta. Sin poder evitarlo me vi transportada al mundo al que antes había pertenecido: las discotecas nocturnas, las luces de neón que bañaban de color las entradas de los locales en las que hombres grandes como armarios prometían la seguridad de los jóvenes. Los centros comerciales con los guardas junto a la puerta, esperando a que algún delincuente se hiciera notar para aplacarlo. Pero nunca pasaba nada. No había caos en las discotecas ni hurtos en las tiendas. Esos sucesos habían quedado enterrados junto con las sociedades pasadas y primitivas. Entonces, ¿Por qué aquellas autoridades? Probablemente porque la gente tenía miedo. Porque la humanidad había pasado demasiado tiempo llevando a cabo guerras encarnizadas contra ellos mismos y muy poco conviviendo en paz. — ¿A qué esperas? — Mi guardaespaldas se impacientaba. Su mirada imponía respeto: agotada, desesperada, enfadada... y también su constitución alta y de hombros anchos. Titubeé durante un momento, pero al final decidí entrar y eché el cerrojo tras de mí.

Mainland.Where stories live. Discover now