Capítulo 13

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"Abandonar puede tener justificación; abandonarse no la tiene jamás."

Ralph W. Emerson

***

Xena. Ese era el nombre que me rondaba en la cabeza constantemente, incluso cuando Shiloh se abalanzaba sobre mí para intentar derribarme y mientras yo esquivaba sus rápidos golpes. Tenía dos semanas para encontrar un plan y conseguir los recursos necesarios para huir de aquella extraña comunidad subterránea. Era prácticamente imposible construir un instrumento que me permitiera comunicarme con las ciudades, y aunque de algún modo lo consiguiera, volver a mi antiguo hogar no iba a ser posible. Me obligué a eliminar de mi mente aquellos pensamientos que me ahogaban constantemente y durante unos momentos conseguí concentrarme en los movimientos de mi oponente.

Después de varios días de entrenamiento había conseguido de Shiloh tuviera que hacer un poco más de esfuerzo para alcanzarme. Ya no lanzaba golpes sin interés y la mayor parte del tiempo parecía concentrado en enseñarme a pelear de verdad. Por otra parte, ahora yo también tenía más habilidad para esquivar una mayor cantidad de golpes e incluso podía acercarme lo suficiente a él para rozarlo de vez en cuando. Al final de aquellas prácticas que duraban horas ambos acabábamos con las respiraciones agitadas, pero al contrario que yo, él no tenía la impetuosa necesidad de tomar un descanso.

En aquellos momentos éramos dos cuerpos que se desplazaban velozmente por el viejo escenario de madera que chirriaba con cada pisada brusca. Ocupábamos toda la plataforma, moviéndonos ampliamente para evitar que el otro nos alcanzara, y cuando Shiloh conseguía tumbarme de nuevo, intentaba recuperar la posición rápidamente y alejarme de él lo máximo posible para tener tiempo de recobrar el aliento. Rona siempre nos vigilaba sin despegar sus ojos felinos de nuestras figuras.

– Hemos terminado. Me voy a cenar. – Mi profesor habló cuando su rodilla colisionó con mi vientre y me hizo caer al suelo por octava vez en el día. Permanecí tendida sobre las tablas frías que hacían descender la temperatura de mi agotado cuerpo y por primera vez me fijé en las deformes y oxidadas estructuras metálicas que pendían del techo y que sujetaban retorcidas velas. Intenté calmar mi respiración porque el ritmo de mis pulmones era casi doloroso, pero mis órganos parecían necesitar más aire del que había en la sala. Cerré los ojos durante unos momentos para descansar, pero solo habían transcurrido unos segundos cuando escuché la voz Rona.

– Vámonos. – Me puse en pie tan rápido como pude para evitar las protestas de la chica y mis músculos parecieron desgarrarse por aquel simple movimiento.

Subimos a la siguiente planta, cogí algunas prendas limpias en mi habitación y avanzamos por los penumbrosos pasillos hasta llegar al lago. Rona hizo sonar los nudillos contra la puerta y al no recibir respuesta la abrió unos centímetros.

– Cinco minutos. – Dicho esto la chica se apoyó contra la pared fría de piedra gris e irregular y yo entré en la habitación cerrando con pestillo tras de mí.

No le presté atención a lo que me rodeaba. Escuché el relajante y variable goteo del agua que se filtraba a través del techo y me centré en buscar un lugar seco en el que depositar la ropa limpia que había traído conmigo. Fue en ese momento cuando una enorme mano se cerró en torno a mi boca, impidiéndome gritar, al mismo tiempo que un fuerte golpe en la parte inferior de la espalda me hacía caer de rodillas en el suelo húmedo. Sentí un dolor profundo que se extendió por mi cuerpo al igual que el fuego se propagaría por un reguero de pólvora. La palma de mi oponente estaba tan apretada contra mi mandíbula que no pude separar los dientes para morder su carne. Unos dedos aferraron los mechones de mi pelo y me arrastraron hasta el borde de aquel lago de agua cristalina. En el reflejo pude verme a mí: con los ojos azules abiertos de par en par y una expresión de horror, dolor y sorpresa en el rostro. Un brazo salía de la maraña oscura en la que se había convertido mi cabello y aquella extremidad se unía a unos hombros anchos que sujetaban la cara de un hombre adulto. Su faz estaba totalmente deforme: los labios gruesos y llenos de protuberancias, como si decenas de avispas le hubiera picado en la boca, los pequeños ojos ocultos entre pliegues de piel, el rostro cubierto de cicatrices blancas y el pelo marrón tan corto que era casi imperceptible.

Mainland.Where stories live. Discover now