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Era el despertar del alba cuando la pequeña de seis años saltaba entre las hierbas del prado, pintadas por la estación del verano mientras cantaba " La canción del viejo roble ".
A la pequeña niña la piel se le helaba, aunque el sol reinaba los cielos, el frío dominaba la tierra.
La niña de cabello rizado sintió el caer de un copo de nieve en su pequeña y redonda nariz.
¿Una ventisca en pleno verano?.
Miró más allá del campo de trigo, donde el bosque iniciaba. La nieve blanca cubría el pasto por completo, como si fuese la puerta a un nuevo mundo, uno más frío y más oscuro.
La curiosidad se le inyectó en las venas. Empezó dando un paso para ver mejor pero pronto se convirtió en una larga caminata. Sus pies descalzos sintieron el quemar del hielo blanco contra su delicada piel. Ella sabia que debía parar y regresar a casa, allá donde la chimenea emitía humo y donde mamá te esperaba con un delicioso pastel, pero no lo hizo, la pequeña niña de mejillas pecosas siguió adelante.
Entonces fue cuando a unos metros, ella vio lo más terrible que jamás se había contemplado en Narnia.
El color escarlata caía en el hielo creando nuevas aguas espesas y sanguinarias.
Sin importar lo que veía la pequeña seguía caminando tratando de no resbalar, con los pies descalzos caminaba entre el río de sangre y nieve que corrían por todo el lugar, caminó lo más rápido que podía, siguiendo el sangriento rastro, tratando de no pisar las cabezas que rodaban por de lado de sus pies como si fuesen pelotas, pudiendo sentir detalladamente los cabellos de estas. Niños, hombres, criaturas narnianas, no había distinción para la muerte.
La pequeña tropezó y vio sus manos mancharse mientras se hundían en el rojo carmesí de la sangre.
La niña contempló cada gota que caía del hocico del animal al suelo.
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Había oído hablar de él. Del gran león. Aslan. Creyó que se trataba de él pero no era así....
Un león de enrome tamaño se levantaba imponentemente ante ella, de presencia religiosa pero también amenazante. Alrededor de su grandes patas se hallaban los restos de carne de animal y de humano. El león de frondosa melena negra habló con la pequeña.
—No temas pequeña—pronunció con una voz que denotaba superioridad.
—Tú.... tú mataste a esas personas y criaturas—trató la pequeña hacer de su nerviosa oración una pregunta.
—Yo soy el inicio y el fin. No debes temerme. Ellos hicieron que esto pasara—habló el león dejando ver los colmillos pintados de rojo—. Por no creer en mi.
—Tú.... ¿Tú quien eres?—preguntó la pequeña que notó el temblor de sus manos igual al de un anciano enfermo.
—Soy Astan. El gran león negro, señor de Las Neblinas y del Valle de los Ciegos.
—No eres... ¿Aslan?.
El león dejó escapar una risa que a la pequeña le resultó más como un rugido.
—Ese que ven como Dios, es mi hermano—dijo el león haciendo sonar el desprecio en sus palabras—. Yo soy su verdadero Dios.
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