Capítulo 4. Amanecer de llamas y espadas

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El joven Dylan andaba sin rumbo alguno por la cubierta del barco. Era de noche, los párpados le pesaban y los brazos le temblaban pero aún así prefería estar ahí afuera que soñando aquellas pesadillas que lo perseguían desde pequeño.

Siempre era el mismo sueño.
Siempre el mismo miedo.

Estaba en medio de un bosque de altos pinos separados entre sí, permitiendo ver la luna asomarse entre el cielo estrellado, la neblina le llagaba por debajo de la rodilla, no podía ver en donde pisaba, hablaba solo y el aliento de su voz se convertía en humo caliente entre el entorno de la fría noche.

En medio de los pastizales dos cachorros de león jugaban a perseguirse, uno de melena rubia y el otro de melena negra. Los tiernos cachorros se percataban de su llegada y de inmediato interrumpían su juego para mirarlo mejor, entonces era cuando los pequeños leones corrían hacia él de manera juguetona como si fuesen perros recibiendo a su dueño.

Dylan se agachaba para poder acariciar su pelaje, los tenía dando vueltas alrededor de él como si quisieran que se uniese al juego. El muchacho podía sentir claramente el tacto de su pelaje contra su piel era prodigioso y suave.

El sol comenzaba a salir pero algo le indicaba que debía de irse de ahí. Su instinto lo obligaba a llevarse a un cachorro de león consigo. Siempre seleccionaba el mismo, con trabajo levantaba al pequeño cachorro de león negro y se lo pegaba al pecho como si fuese un bebé.

Entonces Dylan salía corriendo rumbo a una ruta desconocida. Pero era ahí cuando llegaba a la cascada, cuando caía entre las filosas rocas que le cortaban las manos, su sangre empezaba a teñir las aguas del río que surgía de la gran cascada, de pronto el cachorro de león negro había desaparecido. Dylan alzaba la mirada y lo último que veía eran las fauces abiertas del león de melena rubia, frente a sus ojos.

Mientras unos soñaban sus peores pesadillas otros las vivían. Ese era el caso de Kaya Scodelario quien se encontraba aquella noche recargada en el barandal de la cubierta ayudando al mar a aumentar con cada lágrima que corría por sus mejillas.

Dylan escuchó los sollozos en medio del silencio. Siguió el rastro del sonido, el cual provenía de una chica de cabello oscuro y piel blanca que estaba en el barandal tapándose el rostro con ambas manos. Llevaba ropa de marca que era incluso más cara de la que la familia O' Brien utilizaba. Algo le dijo que se acercara y eso hizo, se colocó a un lado de ella esperando que notara su presencia.

Kaya sintió el codo de Dylan rozar con el suyo. Desvío la mirada hacia él.

—¿Se encuentra bien, Madame?—le preguntó el muchacho con sumos modales y delicadeza.

—No. Todo está mal. Solo quisiera largarme de este mundo por un tiempo—dijo Kaya hundiendo la mirada entre las ondas del mar esperando que se ahogase su alma.

 Solo quisiera largarme de este mundo por un tiempo—dijo Kaya hundiendo la mirada entre las ondas del mar esperando que se ahogase su alma

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