Capitulo cuatro.

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Mientras avanzaban velozmente en dirección a las regiones celestes Hariel cavilaba. No sabía si esta decisión que habían tomado era la más acertada, volver a traer a sus vidas, y al mundo, a Luzbell, parecía una locura pero ya lo había dicho y repetido Uriel, el peligro que corría todo lo creado era inminente, la amenaza que los acechaba no se tomaba descansos; ir en busca de Luzbell era una medida radical, pero en cierta manera necesaria.Igual le preocupaba. Sabía lo peligroso que era su antiguo comandante supremo. Cuán engañosa era esa tentadora boca suya y cuán maquiavelíca y hábil era su mente. Lo había visto trazar planes descabellados y había quedado perplejo al verlos funcionar. Aquel caído no le temía a nadie y era difícil de controlar. Este último pensamiento lo conectó a un recuerdo lejano pero aun claro en su cabeza. Uno del que había sido testigo en parte, pero que había armado, juntando las piezas faltantes, escuchando los relatos de Pilly y de Lumiel, y hasta del mismo Luzbell, aunque él no se había explayado. El resultado de un plan que les había dado una victoria formidable.

Unos 500 años A. C. ( Tiempo de los profetas antiguos)La maldición que soltó Luzbell retumbó en las regiones celestes.

—¿Pero qué diablos quiere?—dijo alzando su voz con la misma furia que teñía su encendida mirada negra—¿Cuál es su precio? Toda criatura lo tiene.

Siriel alzó una de sus manos pidiéndole con un gesto que se tranquilizara, antes de seguir explayándose sobre el tema en cuestión.

—Mi Señor, él no quiere nada. Intenté todo, le ofrecí infinidad de cosas, hasta posiciones en nuestro reino futuro y nada. Su postura parece inquebrantable.

Luzbell masculló un insulto mientras apretaba con fuerza los puños.Era determinante, ese mensaje no podía llegar a su destinatario. Habían estudiado la senda que venían trazando ese grupo de ángeles, y solo él, el altivo Príncipe de Persia podía retrasarlos cuando estos pasaran por su reino, mientras él se ocupaba de destruir al receptor de aquella misiva celestial. Pasarían por sus narices, pero él estaba empecinado en no intervenir, repetía que su posición era neutral, que aquella no era su guerra, que no quería inmiscuirse. El principie de Persia era un demonio, no como ellos a quienes se les llamaba así por ignorancia, sino uno verdadero. Uno que se escapó del mismo infierno, único en vencer al poderoso Abadón, antes de abandonarse al exilio en la tierra. Vivía en las las alturas, en un formidable castillo erigido por él, el cual era invisible a los ojos de los hombres, pero evidente a los de los espirituales. Se había auto-proclamado príncipe, y al residir sobre territorio persa conjugó su título para marcar sus dominios. Había crecido en estos miles de años, era muy poderoso, muy fuerte, le servían seres del universo entero, y los mismo ángeles de Dios, al no percibirlo como enemigo (pues nunca se interponía con los designios de los Cielos) lo habían dejado ser.
Luzbell había enviado a sus más fuertes guerreros para intimidarlo. A Hariel y Yasiel, junto con los más fieros de su ejército. Pero estos no movieron un ápice su decisión. Los supo peligrosos, pero no les temió. Luego fue el turno de Graciel, él como ninguno poseía el don del convencimiento, le mostró la conveniencia de pactar con ellos, de ser su aliado, sus beneficios postreros, pero este no se dejo tentar por aquellas propuestas, siguió impávido en su postura. Siriel era el último, su consejero, quien antes había llegado a acuerdos casi imposibles, anexando a su causa partidarios poderosos, pero este falló también, y eso era lo que acababa de exponerle haciendo bullir su sangre de frustración.Debían detener a los ángeles, debían detenerlos como fuera.

—Mi Señor—Siriel volvió a dirigirse a él—Fracasé en mi cometido pero recabe un dato que quizás a ti, con tu formidable inventiva, pueda serte de utilidad.

Luzbell frunció el ceño y lo apuró a explicarse.

—Verás... Este ser posee todo: riquezas, poder, estabilidad, fuerza militar, por eso no se ve inclinado a favorecernos, pero hay algo en él que busca continuamente ser satisfecho. Es un ser de extrema lujuria, en los pocos días que estuve en su reino vi decenas de jóvenes y hermosas mujeres pasar a su alcoba y salir de ellas marchitas, tal parece que es la magnitud de su deseo insaciable. Somos ángeles, no hay belleza en el universo que supere la nuestra, empezando por la tuya, por supuesto. Envíale a alguien irresistible, alguien que se le niegue hasta que perdiendo la cordura acceda a nuestro petición.

Mercenarios.Where stories live. Discover now