Capítulo seis.

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PILARLa luz del sol acarició su rostro con sus tibios rayos. Abrió un solo ojo primero con una increíble pereza y luego se obligó a abrir también el otro. Estaba cansada. Las largas horas de sueño nocturno no parecían haberle dado el adecuado descanso.Se sentó en su amplia cama y sin ánimo apoyó la cabeza en el dosel. Realmente se sentía exhausta, pero sus padres se enfadarían si se se enteraban que en su ausencia estuvo remoloneando hasta tarde.Con un primer paso decidido en la mullida alfombra verde, acompañado de otro más resignado, se incorporó. Caminó hasta el placard de madera cincelada y lo abrió para decidir cual vestido sería el adecuado para comenzar esa hermosa mañana californiana.Rosa. Había mucho rosa y algo de blanco y celeste. Pilar sabía que esas tonalidades pastel eran sus favoritas, pero por alguna razón le hubiera gustado ver algo de negro y rojo. Pero quizás su madre se hubiera escandalizado al verla en esos colores tan impetuosos. Con un encogimiento de hombros ella eligió uno rosa claro con detalles de pasamanería en el recatado escote y en las mangas.Se observó en el espejo mientras se cepillaba su largo cabello negro y lo sujetaba con unas minúsculas hebillas plateadas en un rodete alto. La imagen tan rosada que captaron sus ojos verdes no le gustó mucho, pero decidió no darle mayor importancia a ese malestar incipiente.Con cierta dificultad bajó las escaleras calzando esos apretados y angostos zapatos color crema. Raramente hoy no los sentía tan cómodos como los recordaba.Al divisarla, Nora, la empleada de la casa la saludó con cortesía.—Señorita Pilar. Se ve cansada, ¿Acaso no durmió bien?—Creo que no, Nora—le respondió al llegar a la sala—Me siento agotada. Quizás este por contraer alguna gripe. Berta estuvo con fiebres la semana pasada.—Es cierto—concordó ella— Le haré un caldo para el almuerzo para que recupere el tono. Aparte recuerde quien vendrá hoy.El gesto cómplice de Nora se lo recordó al instante. Su pretendiente; un joven acaudalado que la venía cortejando hace algún tiempo la visitaría esa tarde ¡Cómo pudo olvidarlo! Con sus veintisiete años cumplidos las posibles propuestas de matrimonio no podían tomarse a la ligera.—Si, claro. Debo elegir algo adecuado para su visita—respondió, luego de pensarlo por unos segundos.Berta asintió con gravedad antes de hacerle un gesto con la mano.—Venga, señorita, siéntese. Ya le traigo el desayuno.Así lo hizo y se sentó mientras Nora iba a la cocina. La sensación de extrañeza aun persistía pero decidió alejarla sabiendo lo importante de este día.Quizás el día de la ansiada pregunta.HARIELNada. Todo a su alrededor lo era. Flotaba en un ambiente abstracto sin tener indicio alguno de el lugar donde se encontraba.—¿Dónde demonios estoy?—exclamó, sintiendo el eco de sus palabras repitiéndose cientos de veces.Hariel intentó tranquilizar sus exaltados latidos para intentar descifrar cual era el olvidado lugar donde había sido arrojado por... ¿Quién?, ¿Jayán?, ¿Por qué diablos lo hizo?¿no era acaso su aliado?De nuevo sus latidos y su presión sanguínea se dispararon y nuevamente tomó aire despacio para intentar reponerse.El ambiente en el que se encontraba era de una total oscuridad solo rota por destellos que se dejaban ver cada cierto tiempo. Él se detuvo de todo movimiento para observar más detenidamente esos destellos. Eran imágenes poco claras y un tanto difusas las que se dejaban ver a través de ellos. Se acercó más para poder vislumbrarlas. Eran escenas; distintas escenas de la vida cotidiana de miles de personas, en distintos tiempos y lugares.Lo entendió. Estaba en una fisura temporaria.Sería imposible escapar de ahí. Sería imposible hallar una salida de aquel lugar perdido en la nada.Pero imposible sería quebrado. No sabía como, ni cuando, pero la hallaría... encontraría a Pilly.No había distancia ni dimensión que se lo impidieran.


LUZBELL


Una estocada singularmente violenta hizo salir de su boca un grito agudo. Ese bastardo enorme que tenía encima no paraba de arremeter contra su cuerpo, rasgándolo con cada dura embestida. Parecía querer llegar hasta sus mismas entrañas en aquella brusca forma de posesión. Y como si fuera poco mientras lo hacía le susurraba palabras soeces y lascivas al oído.¿Cómo terminó la serpiente antigua, el príncipe de las tinieblas convertido en la ramera de un idiota como ese? ¡Maldita sea!¿Pero qué otra alternativa tenía? Sin poderes, ni aliados, ni ejercito no tenía nada. Nada más que su belleza.—¿Te gusta?—gruñó sobre su cabello el bruto que lo estaba sodomizando. Luzbell agradeció internamente ser el "padre de las mentiras" porque de no ser así no habría podido sonreírle con sensualidad a la vez que le respondía un—Sí, mucho.Un par de acometidas jadeantes más y sintió al centinela caer rendido sobre su pecho. Su respiración agitada fue calmándose de a poco y al normalizarse alzó la cabeza y buscó sus ojos.—Eres la criatura mas hermosa que he visto en mi vida—le dijo con el placer por la cópula aun sonrojándole la tez.—Lo sé—respondió Luzbell sin un atisbo de duda.Tras este escueto comentario, Jayán solo se rió escandalosamente. Luego tomó su rostro con las dos manos para hablarle muy de cerca.—Te daré todo. Todo. Rastrearé de nuevo a el conocedor y me enteraré del uso del elemento. Lo arrebataré del cuerpo inerte de Ciclio y te ofreceré el universo entero. Lo pondré a tus pies para que hagas con el lo que quieras.Esta confesión tan sentida le sacó una sonrisa sincera a Luzbell. Y no por los sentimientos arraigados en ella sino por lo maravillosa perspectiva que esta promesa le presentaba.—¿Así que me darás todo, eh? Pues entonces comienza haciendo algo por mí.—Por supuesto ¿qué quieres que haga?—Quítate de encima. Estás muy pesado—le contestó Luzbell y su amante volvió a soltar sonoras carcajadas.Jayán se incorporó y con una última mirada a su cuerpo desnudo sobre la alfombra de la sala, salió de la habitación.Luzbell respiró hondo tratando de controlar las náuseas que el solo recuerdo de esa experiencia le causaban. Lo aborrecía, pero este sacrificio era necesario. El centinela era una bestia salvaje, pero una fuerte y muy poderosa. Lo había conocido en los cielos cuando todavía era un arcángel. Había visto el deseo en su mirada aquel día en que el fue llamado junto a los otros cuatro guardianes del elemento, y con miradas sugerentes lo había embelesado. Milenios después, en una de las excursiones cortas que tenía en su destierro, volvió a verlo y cerró el trato. Jayán aun no tenía sueños de grandeza y traición, solo era un aliado importante a tener en cuenta. Por eso cuando se reconocieron en el bar supo que inesperadamente el destino se había puesto en su favor, y poco después le susurró un deseo... libertad.Podía haber pedido que los matara, que terminara con la vida de Uriel, Hariel y Pilly-kabiel, pero no pudo. En ese tiempo en que perdió a tantos de sus hermanos entendió que su ira estaba mal dirigida, que debía encausarla en una sola persona, en Él: el soberano, el omnipotente, aquel que lo creó hacía ya tantos años. Se vengaría pero no con ellos. Aunque sí se divertiría y mucho. Cuando los vio ser absorbidos por el portal guió a su enamorado para que los enviara donde no pudieran interponerse en sus planes y de paso tuviera la oportunidad de jugar un poco.Luzbell suspiró y se puso en pie para volver a vestirse.Su venganza tenía un costo y él estaba más que dispuesto a pagar.


PILARLa mañana había pasado rauda y la tarde había llegado. Un vestido color celeste con una falda amplia había sido su elegido para la tan esperada cita. Se acomodó una vez más el cabello y se dio una última mirada en el espejo antes de bajar.Abajo, Nora había dispuesto los enseres para el té de la tarde de una forma exquisita y elegante. Sonrió, sabía que se esforzaba en esos pequeños detalles para que todo saliera a la perfección. La quería mucho en verdad. Su madre la había empleado hacía ya quince años, en el buen año de mil ochocientos sesenta y cinco y aun seguía aquí, como amiga, consejera y una segunda madre. Llamaron a la puerta mientras ella aun evocaba estos hechos. Jeffrey, el anciano mayordomo, se dirigió a la puerta principal para recibir al visitante y Pilar contuvo la respiración por un momento.Una sonrisa sincera y dulce fue lo primero que vio al observar el rostro del recién llegado. Luego sus ojos se posaron en los suyos de un atípico color avellana. Su sonrisa se amplió al verla y la saludó primero con un movimiento suave de su cabeza, haciendo que sus cabellos castaños cayeran sobre su frente, para ser acomodados por él en un gesto espontáneo.—Buenas tardes, Pilar. Es un placer volver a verte—La saludó con su habitual cortesía.Ella correspondió con otra sonrisa ¿Sería este el día de la proposición?... Pronto lo sabría.

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