Capítulo ocho.

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PILAR

Abrir los ojos esa mañana fue una tarea colosal; los parpados le pesaban y la sien le latía. Había escuchado una voz llamándome repetidas veces antes de estar plenamente consciente, por eso ahora lo primero que buscó fue su rostro. 

—Nora—suspiró, y luego un pequeño quejido salió de su boca al sentir un dolor palpitante en la parte superior de la cabeza. 

—Señorita ¡Despertó! ¡Por los clavos de Cristo, que susto me ha dado!—exclamó ella, con una marcada preocupación que se plasmaba en su tez aceitunada. 

—¿Qué sucedió?, ¿Por qué me duele tanto la cabeza? — preguntó Pilar con una mueca de dolor. —Debe ser por el golpe. Cuando vine a abrir las cortinas la encontré desvanecida en el suelo. Temí tanto... Y más recordando nuestra última plática. 

Quitó sus ojos de la atemorizada faz de Nora para recorrer su cuarto. Hizo un esfuerzo para recordar lo que había sucedido antes de su aparente desmayo. 

—Diabolo—musitó. ¡Oh, bendita madre de Dios! Ya lo recordaba. 

—¿Qué dice usted?—se escuchó la pregunta de Nora, pero ella no se giró a mirarla. Estaba paralizada

—¿Qué fue lo que vio, señorita Pilar? 

Pilar tragó saliva al evocar la pasada noche y ahora si levantó su mirada para encontrarse con los expectantes ojos negros que la miraban, antes de dar una respuesta que tuviera algo de coherencia. 

—Debió ser mi imaginación—susurró—No debimos hablar de cuestiones tan oscuras antes de ir a la cama. Fue una pesadilla, solo eso.

Dos horas después... 

—¡Que no fue un sueño! Ni tampoco mi imaginación—le repetía a su prima Marianne, quien había venido esa mañana a hacerle una visita. 

—¿Qué quieres decir con eso, Pilar?—le respondió ella—¿Qué un espectro maligno te está acechando en las sombras? 

La observó con el ceño fruncido. No hubiera elegido esas palabras pero a veces se olvidaba del afán que tenia Marianne en leer relatos de horror a escondidas de sus tíos; le atraían mucho ese tipo de sucesos. 

—No lo sé. Solo sé que no lo soñé. Él me miraba con sus escalofriantes ojos rojos mientras elevaba sus alas negras al mismo tiempo que extendía sus manos hacia mí. No volveré a dormir en paz nunca más—anunció al final. Lo decía de verdad, ¿Cómo podría? 

—Y... ¿era apuesto o espantoso?—volvió a cuestionarle Marianne, mientras se enrollaba con ansiedad uno de sus mechones castaños en su índice derecho. Pilar la miró con consternación. —¿Y qué relevancia tiene eso? Era malvado ¿no oíste acaso mi descripción? Era como un ángel del Diablo—dijo y no pude evitar hacer la señal de la cruz como protección. 

Marianne imitó su seña. 

—¡Cielo Santo!—exclamó. Luego se acercó un poco más a ella y bajó el tono de su voz a un susurro

—Sabes Pilar, leí una vez algo referente a eso. Pilar negó con la cabeza previendo el curso que le daría a la conversación. 

—Oh no, Marianne. Te ruego que no me relates ninguna de tus historias fantásticas. Lo que me sucedió anoche no fue un cuento, fue real. Espantosamente real, ¿entiendes?

—Y lo que voy a contarte también—dijo ella ignorando su pedido—Lo leí en "Memorias de un siervo del Señor" un compendio de experiencias vividas en carne propia por el Padre Sebastián Holder. De las tantas experiencias que él tuvo en sus años de servicio, una se asemeja mucho a tu vivencia de ayer. Él contaba que una vez fue llamado por el padre de una adinerada familia española. El señor de la casa solicitó su presencia en última instancia luego de haber gastado una fortuna en distintos médicos. Su joven hija Clarice empezó a tener visiones espantosas al descansar por las noches. Decía ella que veía a un hombre alado de bello parecer y ojos negros como la oscuridad misma. Este, completamente desnudo, primero se limitaba a mirarla, luego, días después, empezó a susurrarle propuestas indecorosas. Después comenzó a acercarse más, y más, y más a ella. Hasta que una noche despertó de repente con el ser encima de su cuerpo. Y no solo encima también... Dentro. Ahogó una exclamación de pavor al oírla. Marianne se veía turbada (tenia las mejillas encendidas) pero aun así continuó con su relato. —Él la conoció carnalmente. Cuando lo supo su padre cayó en la más profunda desesperación. El pobre hombre había incluso dormido en la habitación de su hija para resguardarla de aquel mal, pero al parecer nada sucedía en su vigilia y solo al quedarse él dormido la criatura la visitaba. Como dije, la vieron muchos eruditos facultados en medicina, pues no solo acontecía el ultraje sino también a causa de él la perdida de salud de la joven; se marchitaba y se extinguía su vida, día tras día, noche tras noche. Hasta que atormentado ya por no hallar explicación ni cura, el padre de Clarice convocó al representante de la Iglesia. Este, como expresó en sus escritos, llegó una noche a la perturbada morada, se quedó junto a ella y espero a su lado. Y sabes prima, aquel demonio tuvo el descaro de aparecerse, fue casi como si se burlara de la insignia santa que acompañaba al sacerdote. El padre lo reconoció y lo llamó por su nombre "Incubus, le dijo, en el nombre de Cristo te ordeno que liberes a esta inocente alma de su tormento" Y luego acompañó la orden con el rocío del agua bendita que había traído para completar el rito. El Incubus lanzó un alarido y huyó de la presencia del valiente Padre Holber volviendo al averno. Él se acercó a Clarice y la bendijo con la misma agua, y recitó al hacerlo palabras de liberación espiritual. Pero poco después y con un inmenso pesar notó en su mortal palidez y en la rigidez de sus miembros cual fue el fatal desenlace. El demonio se había marchado, pero se había llevado consigo la vida de Clarice. Creo que esa es la clase de criatura que te hostiga Pilar, un Incubo, un demonio masculino de seducción perversa. Ella solo se quedómirándola con los ojos muy abiertos y la garganta muy seca. ¿Seria otra de las historias fantasiosas de su prima o realmente estaría bajo la insidia malévola de un acólito del infierno? Un incubo. Esa noche decidió dormir con Nora. 

Ella accedió y luego de la cena la acompañó, tras cruzar el largo pasillo de la planta baja, hasta su habitación que estaba junto a la de Jeofrey, en el área de servicio. Caminaron en silencio, como si al comentar sus desventuras nocturnas pudiera acaso atraerlas a ella. 

—Pase, señorita. Ya acomodé una cama extra para usted—le dijo Nora al llegar a la puerta de su cuarto. Entró, pero no hizo más que eso, no dio un paso más. 

Dentro, la habitación de Nora se parecía más a una colección caótica de objetos idolatras (con amuletos e ídolos de distintas creencias) que al dormitorio de una anciana. Aterraba con solo verlo. 

—Quizás...—comenzó un pretexto que tardó un poco en completar—No sea conveniente que me quede aquí. Trabajas demasiado y no descansarás bien conmigo y mis noctámbulas alteraciones. Son solo los sueños de una mente inquieta. 

Nora se volteó a verla con los ojos entornados. Era clara su reticencia. 

—Señorita Pilar, ¿está usted segura? Podría dormir en su habitación si así lo prefiere.

Lo pensó por un instante, pero al fin decidió hacer acopio de todo su valor, casi convencida en ese punto, de que todo era un producto de su sugestionada invención. 

—No creo que sea necesario. 

—Bien, si así usted lo cree. Rezaré esta noche por usted y clamaré a la Virgen de los Desamparados para que vele por su bienestar. Se despidió de ella deseándole buenas noches y se dirigió a su alcoba en el piso superior caminando a paso lento. Casi obligando a sus pies a dar las pisadas necesarias para llegar hasta allí. 

Entró, y con parsimonia se desvistió para luego colocarse un camisón de cuello alto y soltar su cabello para peinarlo antes de acostarse. Su cama la recibió un tanto fría, pero instantes después las sabanas se dejaron vencer por la tibieza de su cuerpo y comenzó a dormitar reconfortada.

La luz del sol la despertó mientras danzaba entre la tela floreada de sus cortinas de seda. Esta vez al abrir los ojos no había dolor ni temor, solo la plenitud que da una noche de buen descanso. Estiró los brazos desperezándose y con un envión enérgico se levantó de la cama. Fue hasta el placar para observar de nuevo su recopilación de vestidos remilgados mientras se preguntaba a si misma si había cambiado su gusto al vestir o si había simplemente cambiado ella. No tenia respuesta en ese momento así que eligió el vestido menos ofensivo a sus ojos, uno crema con... La prenda cayó de sus manos al piso casi en silencio. Era de día, no podía ser ¿No daban acaso una tregua los terrores nocturnos al despuntar el alba? Era él. ¡Por Dios la estaba mirando! Sus ojos carmesí estaban fijos en los suyos, le gritaban una suplica con la mirada, o eso sentía. 

—Pilly, soy yo. Hariel—lo oyó decir, a metros de ella pero oyéndose muy lejano. El terror estático que la envolvió no le permitió moverme de su sitio. 

—¿Eres... Eres un demonio ?—se oyó preguntarle con voz temblorosa—¿Vienes a llevarte mi castidad o mi alma? 

Una lágrima cayó de aquellos ojos rojos y rodó cuesta abajo en su mejilla. Ella no sabría decir que cambió ese gesto, pero de pronto ya no le temió tanto. ¿Por qué lloraría una criatura infernal desprovista de emociones? 

—No sé como, Pilly, pero te sacaré de ahí—le dijo, y luego el círculo de luz dentro del cual estaba se comenzó a cerrar dejándole ver como última imagen su mano extendida hacia ella—Te amo. 

Y desapareció. Esta vez no fue temor lo que le dejó al desintegrarse, sino un sentir que rayaba en lo absurdo. Pues ella quería tomar su mano. 

Mercenarios.Where stories live. Discover now