Estar

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Caminar solo siempre era un consuelo. Viktor siempre lo creyó; podía pensar mejor, crear y enfrentar sus problemas si estaba sólo. Tener a alguien a su lado sólo iba a hacer que su cabeza se distrajera y que no pudiera mostrarse como realmente era.

Alguien solitario. Alguien roto desde el corazón hacia afuera. Alguien que no confianza en el resto. Alguien sin amor.

Si, era un completo desastre, lo sabía y lo aceptaba, pero mientras pudiera, para el resto del mundo sería el perfecto Viktor Nikiforov que siempre sonreía y que no tenía nada que ocultar más que su clara preferencia sexual. Así estaba bien, nadie debía saber.

Cuando salió de la pista de entrenamiento, apagó su teléfono móvil. Sabía que Yakov comenzaría a llamarlo en cualquier momento, exigiéndole que volviera a entrenar, que no tenía suficiente tiempo para malgastar. Tenía que concentrarse en crear algo nuevo para las próximas presentaciones, pero no, su cabeza estaba llenos de temas como la tristeza, la desolación, el desamor...

Odiaba sentirse tan miserable. Odiaba recordar los fríos inviernos de su niñez.

Viktor camino sólo, en silencio y por kilómetros hasta llegar frente a un edificio viejo, de un común como café, tenía una arquitectura que intentaba hacerlo ver mágico pero no, jamás logró esa sensación para los niños que ahí vivían. Al menos, Viktor jamás sintió el orfanato como un lugar mágica. Siempre fue su jaula.

Pero ahí estaba él, como siempre lo hacía una vez cada mes, iba hacia ese lugar su lo mantuvo encerrado pero también lo cuidó hasta que pudo valerse completamente por si mismo.

—Aún se siente el frío, ¿eh...? —murmuró para sí mismo, y dio un paso cruzando esa delgada línea que separaba el orfanato de la calle.

Habían pocas cosas que eran tal como él las recordaba. Solo la puerta de entrada, una grande y café era la misma desde que él era niño. Las ventanas, la pintura, el letrero que se alzaba y decía: "Orfanatos de niños de San Petersburgo" era completamente nuevos. Viktor sonrió al ver los cambios, sintió que su esfuerzo no había sido en vano.

Había una mujer bastante mayor que trabajaba en el orfanato. Se llamaba Olga, y para Viktor fue lo más cercano a una madre. Fue quien lo cuidó desde que había llegado al orfanato siendo un bebé de pocos días de nacido (como le había contado). Había pasado bastante tiempo al lado de esa mujer, ella era quien sabía de cierto niño japonés que lo había cautivado. Le había ayudado a salir del orfanato cuando Yakov le ofreció una carrera en el patinaje, y durante sus primeras presentaciones fue a la única persona del orfanato que invitó. Pero, la mujer ya era bastante vieja en ese entonces, y Viktor sabía que luego de él, había muchos niños que necesitaban el amor de casi madre que ella le dio.

Casi siempre Olga estaba con los niños más pequeños, Viktor lo sabía bien. Entró, saludando con un solo movimiento de mano y una sonrisa a los trabajadores que conocía desde antes, y también a los nuevos que quedaban impactados al verlo pasar como si nada. Conocía perfectamente ese lugar.

Le encantaba como los niños lo miraban como si fuese una especie de superhéroe, uno del patinaje. Se le quedaban mirando con brillos en sus ojos, siempre tan poco disimulados, y se iban corriendo con una sonrisa en el rostro cuando le devolvía la mirada y les sonreía. Ah, tan lindo e inocentes, no podía desear más para ellos que una familia amorosa los adoptara pronto, y no tuvieran que creer como él lo hizo.

Cuando llegó a la sala donde los niños de 3 a 5 años estaban, vio a esa mujer que tanto apreciaba. Se veía más vieja de lo que recordaba, su cabello más blanco y sus ojos más cansados, pero seguía sonriendo y hablando a los niños con la misma suavidad que él recordaba. Le encantaba, amaba que las cosas que él recordaba no hubiesen cambiado.

Al pasar de los añosWhere stories live. Discover now