Mío

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Incluso si quería estar tranquilo, la inseguridad y miedo al ver ese rostro lo embargó.

Ojos juzgando cada paso que daba, cada decisión que tomó durante gran parte de su vida. Como si fuese una paría, sabía que Masao pensaba en que él era un ladrón, que le había robado algo preciado y no lo perdonaría. Además, podía estar a una distancia considerable desde donde el ruso estaba, pero sabía que el otro japonés lo acusaba de robar algo que era suyo, completamente suyo.

Pero Masao estaba equivocado. Yuuri era suyo, solo suyo. Lo fue cuando era un niño y lo era en ese momento. No iba a dejarle ir.

—¡Viktor! 

La voz de Yuuri lo llamó, y el ruso vio como este subía los escalones hasta las gradas de dos en dos, con una sonrisa por el puntaje que había recibido y murmurando lo aliviado que se sentía de haber conseguido uno bastante alto. Esa sonrisa de autosatisfacción... No quería eliminar esa sonrisa del rostro de Yuuri, no quería que viera a Masao.

—¡Yuuri! ¡Quédate ahí! —pidió el ruso.

Aun cuando el japonés se mostró confundido por sus palabras, Viktor bajó rápidamente los escalones e interceptó a Yuuri mientras seguía a mitad de los escalones. Sin poder evitarlo, sus ojos se fijaron en las gradas antes de bajar totalmente, y tomando de la mano del japones lo arrastró  hacia abajo, hacia un lugar donde el otro sujeto no iba tener acceso sin una credencial.

—Viktor, ¿qué sucede? —preguntó preocupado el japonés—. Estas actuando un poco raro...

—No sucede nada, Yuuri~... Solo, ¿tal vez deberíamos irnos ahora? Sé que la competencia acaba de comenzar y querías ver a algunos de tus compañeros, pero así podríamos aprovechar el día, ¿no crees? 

Sonrió, sonrió con falsa tranquilidad y en una reacción de pleno nerviosismo; la mano que sostenía la del japones se tensó, y fue una reacción de su cuerpo que no pudo controlar. Yuuri la sintió, preguntó, pero Viktor intento negar el nerviosismo que sentía tras una máscara de tranquilidad. 

Debía recordar... Yuuri era suyo, solo suyo, y no iba a dejar que nadie se lo quitara.

Pero, ¿qué estaba haciendo? ¿No fue él mismo quien le recomendó al japonés hablar con su ex novio y arreglar las cosas entre ambos? ¿Por qué se sentía tan nervioso en ese momento? ¿Por qué estaba contradiciendo sus propias palabras? Podía justificarse diciendo que estaba enamorado... Si, muy enamorado, y temía que alguien viniera a arrebatarle la felicidad que comenzaba a construir junto al japones. 

Yuuri no pasó desapercibida su actitud, podía no tener mucho tiempo de conocer a Viktor (tan solo un par de meses), pero había aprendido rápidamente cuando algo le preocupaba, le deprimía o le molestaba. Y en ese momento, no sabía cual de esos tres sentimientos era, tal vez los tres, pero atormentaban a Viktor. 

Se soltó, deteniendo el caminar que el ruso había impuesto a mitad de camino, e ignoró las miradas curiosas que el personal a su alrededor les daba.

—¿Qué sucede contigo...? —preguntó—. Y no intentes mentirme, sé que algo sucede, Viktor. 

Debió haber imaginado que no era tan fácil engañar a Yuuri... No estaba seguro si le gustaba o no esa facilidad que tenía el japonés para saber que algo sucedía. 

Suspiró, intentó poner su mejor sonrisa para calmar la expresión seria en el rostro ajeno, pero solo logró que Yuuri se cruzara de brazos, y con esa expresión que se dividía entre la curiosidad, la preocupación y un leve toque de enfado. Y Viktor sabía que ese sentimiento no iba a abandonar el cuerpo ni la expresión del japonés hasta que le dijera que estaba mal.

Al pasar de los añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora