Amar

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Jamás creyó que todo iba a ser pétalos suaves y dulces de rosas por el camino. Para nada, Viktor había aceptado desde el momento en que sus ojos se toparon otra vez con Yuuri que tendría que esforzarse por todo lo que quería construir al lado del japonés en cuanto pudo tenerlo a su lado.

Lo sabía, lo veía y lo comprendió; Yuuri era una persona insegura de si misma, muy, muy insegura. Muy diferente a lo que había visto cuando era un niño, de pequeño no conocía esa inseguridad y Viktor no tenía idea de cuantas cosas había pasado el japonés durante su crecimiento que le hizo desarrollar esa actitud tan negativa para si mismo.

Pero lo amaba, y así como lo amaba, estaba dispuesto a lidiar con la inseguridad del japonés e intentar ayudarlo lo más que podía.

—Debes estar tranquilo —aconsejó el ruso—. Todo saldrá bien.

Ambas manos sobre los hombros ajenos, firmes ahí. Acariciando estos con tranquilidad, intentando darle al japonés la seguridad que sabía necesitaba mucho en ese momento. Ayudó a Yuuri a relajar sus músculos, de nada servía que el otro patinador estuviera tan tenso, necesita su cuerpo lo más flexible y relajado que pudiera. Aunque Viktor sabía que la situación no tenía a ninguno (tal vez solo a él) tranquilo.

Olía el nerviosismo en el recinto, y este sentimiento iba aumentando cada vez más a cada minuto que pasara para el inicio de la competencia.

—¿Estas un poco más tranquilo? —preguntó el ruso. Yuuri soltó un suspiro, y se apoyó contra su cuerpo.

No pudo evitar abrazarlo, besar su cabeza y consolarlo tanto como el otro quería en ese momento de privacidad que tenían antes de la competencia.

—Voy a vomitar mi estomago en la pista...

—Ah, ah, no es el espectáculo que queremos ver —comentó Viktor—. Hazlo ahora o después, cariño.

Yuuri se separó, lo miró con un muy suave sonrojo en su rostro. Los apodos cariñosos habían comenzado a aparecer solo unos días antes, Yuuri los había soñado y anhelado, pero cuando Viktor comenzó a llamarle "amor" o "cariño" se sintió morir entre la ternura y la vergüenza que embargó su cuerpo por completo, y más porque el ruso lo había dicho de la nada, mientras le hablaba sobre Makkachin y las cosas que hacía de pequeño el can.

Le gustaba como sonaba la voz de Viktor llamándole por esos apodos cariñosos, tan suave, tan relajado, tan enamorado... Aunque aún no se acostumbraba que lo llamara "cerdito" luego de que le contara que tuvo un poco de sobrepeso durante su adolescencia. No quería imaginar su vergüenza para cuando llevara al ruso a Japón y su madre le enseñara sus fotografías de adolescente...

—Es hora, Yuuri —Viktor se separó, se levantó y le dio una de sus manos que tomar—. Tú eres el primero.

No quería recordar ese detalle... Tomó la mano del ruso, y se levantó con su ayuda. Yuuri seguía sintiendo su estomago revolverse ante el nerviosismo y sus piernas demoraron un poco en estabilizarse por completo. Ya conocía esos síntomas, una enfermedad que iba a sentir por el resto de la competencia hasta el final de GPF.

Aunque Viktor no era su entrenador (Celestino seguía siéndolo), el ruso lo acompañó hasta donde la pista comenzaba. Escuchaba a los locutores relatar qué tipo de presentaciones el público vería en ese día, las sorpresas que esperaban y las esperanzas en cada patinador. Escuchaba los murmullos de la gente sentada desde las gradas y el murmullo de los patinadores por su lado, cada uno hablando con su respectivo entrenador o entre ellos. Comentando, planeando, pensando en qué iba a hacer una vez que la competencia diera por finalizada, la de este día y la que necesitaban para seguir avanzando hasta el GPF.

Al pasar de los añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora