Rose Valencia es una chica de diecisiete años que, visita a su madre durante las vacaciones de verano para poder restaurar su relación madre e hija. Lo que no sé esperaba era conocer a un chico llamado Nathan, que sería el amor de su vida aunque ell...
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—¡Hija, despierta. Ya es hora del desayuno!
Mi historia comienza con un día soleado, y la voz de mi padre resonando en las paredes. Era pan de cada día escuchar su voz y despertar a todo mundo.
—¡Ya voy!
Sé que estarán pensando, ¿Qué edad tienes? como para esperar que te despierten y no despertarte tú misma. Aparte de que soy una vaga. Actualmente tengo diecisiete años, la menor de la familia. No es mi culpa que me regaloneen en especial mi papá.
Al bajar la escalera, emocionada por el desayuno que me esperase comer, todos los miembros de la familia estaban sentados en sus asientos.
Mi abuela, mi dos tías: Rosa y Helen, mi tío Marco y mi abuelo, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, mirándome con recelo. Pues si, el único asiento vacío era el mío.
Mi abuelo era puntual y estricto en cosas como estas.
—Tardaste mucho —me dice con su voz ronca, que transmitía escalofríos pero a la vez confianza.
—Perdón, mi error —me siento al instante y bebo mi café para evitar hablar. Siempre funciona.
—Bueno mi niña, te perdono por esta vez.
Sonrió al escuchar sus palabras.
Suelo llamar a mi abuelo: Papá o papi desde que tengo memoria. Él me ha cuidado de pequeña siempre, junto con mi abuela y tíos. Mi padre biológico nunca lo conocí, no recuerdo su rostro ni su voz porqué... Él nunca quiso saber nada de mi, aunque yo si de él.
Pero la vida avanza y seguir mirando el pasado que me dejo intrigada y a la vez desorientada, me ahogaría en un profundo estado de melancolía, la cual no valía la pena.
Así que, ese hombre totalmente desconocido para mi, no tiene el derecho de llevar el nombre de ''Papá''.
—A esta niña la tienes malcriada —comenta mi tía Helen. Mientras se lleva un pedazo de pan con mermelada a la boca—. Siempre le perdonas.
—Mejor termina de comer y hablas —le espetó mi abuelo.
¡Bien dicho abuelo!
—Papá, te ha quedado muy rico los huevos —le dedico una sonrisa. Él era el mejor chef de la casa, ni mi abuela lo superaba.
—Gracias mi niña.
—¿Ves? —dice mi tía Helen protestando, apuntando con el dedo a los dos— La tratas como tu hija, cuando es tu nieta.
Ya después de unos minutos de conversación de porque soy la más mimada en la casa, la cual es tema de todos los días a veces, ya que la Tia Helen no soporta que sea tan mimada. Luego, mi abuelo cambia de tema.
—¿Tu madre te ha llamado?
Otro dato importante que debo mencionar, mi madre. Si, ella, digamos que no la definiría como una madre como tal. Pues de pequeña nunca me enseño lo básico y tampoco estuvo en los buenos y malos momentos apoyándome, lo único que si admito es que al menos ella me aceptó como su hija, y no me dejo plantada como lo hizo mi padre biológico.
