Desplegando las alas

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Capítulo 3: Desplegando las alas.

El subconsciente de Hermione rememoró los últimos momentos de aquella primera vez. Sus caricias, la respiración acompasada sobre su cuello, erizando el vello de su nuca y haciéndola estremecer... Sus brazos alrededor, el suelo temblando bajo ellos...
Y luego la cama. La cómoda y apacible cama. Sus cuerpos rodando por ella, deslizándose por las sábanas, deshaciéndose en placer.

Hermione empezó a abrir los ojos lentamente, percatándose de que los rayos del sol ya se habían encargado de iluminar la habitación donde se encontraba.
Se giró sobre la cama, esperando encontrar a Draco al otro lado... Pero el rubio que le había tatuado las dos pequeñas mariposas en el vientre, cerca de la cadera derecha, no estaba allí.
Entonces se incorporó, sujetando la sábana contra su pecho desnudo, y encontró una nota en la mesita de noche, junto con un envase con crema. Tomó la nota con delicadeza y empezó a leerla.

Hermie,
me he ido al Estudio. En la nevera hay de todo, sírvete tú misma.
No olvides limpiarte el tatuaje y ponerte crema.

Draco.

A Hermione se le escapó una media sonrisa mientras se levantaba de la cama sin ningún pudor, ahora que sabía que estaba sola.
Caminó desnuda por la casa, recogiendo su ropa del suelo a medida que la iba encontrando. Se vistió y se dirigió a la cocina, abriendo el frigorífico y echando un vistazo a lo que había dentro.
Optó por servirse un poco de zumo y, apoyada en la encimera, empezar a comerse un par de galletas con pepitas de chocolate que había sobre ella.
Luego volvió a la habitación donde había pasado la noche, con la intención de coger la crema... Pero una horrible punzada de dolor se agarró a su estómago cuando se dio cuenta de un pequeño, pequeñísimo detalle. Había pasado la noche fuera de casa sin ni siquiera haber hecho una llamada o mandar un mensaje a sus padres. Giró sobre sí misma y corrió hacia el salón, donde había visto su bolso en el suelo por última vez. Se arrodilló a su lado y, con dedos temblorosos, abrió la cremallera, dándole la vuelta y vaciándolo en el suelo. Rebuscó entre sus cosas hasta dar con su primitivo móvil y lo cogió. Tenía un malísimo presentimiento, por eso cerró un momento los ojos, tragó saliva y suspiró profundamente antes de volver a abrirlos y desbloquear el teléfono.

Las treinta y dos llamadas perdidas y los once mensajes confirmaron sus sospechas.

Volvió a meterlo todo en el bolso y salió disparada hacia la puerta, cerrándola con un fuerte portazo y bajando las escaleras de dos en dos hasta llegar al pequeño y oscuro pasillo que daba al pub. Tiró de la puerta y entró en el establecimiento, encontrando a Alex, el empleado, cargando una de las mesas de madera que vio la noche anterior en la calle.

—Buenos días —saludó éste.

—¡Alex! —exclamó ella, al borde de la histeria. El joven se giró, sorprendido de que supiera su nombre—. Necesito que me hagas un favor —el chico abrió la boca para contestar, pero ella le interrumpió antes de que pudiera decir nada—. ¿Has venido en coche? ¿Moto?

—En coche —respondió, confuso.

—¡Bien! —volvió a exclamar ella, poniendo los pulgares de las manos hacia arriba—. Necesito que me lleves a mi casa, y rápido.

El muchacho frunció el ceño mientras la miraba como si se hubiese vuelto loca.

—Pero en media hora empieza mi turno y tengo que prepararlo todo —comentó.

Hermione se pasó las dos manos por el pelo, empezando a hiperventilar.

—Alex, por favor, no te lo pediría si no fuera importante —rogó ella, empezando a temblar levemente—. Draco no tiene por qué enterarse si abres unos minutos tarde.

Y volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora