CAPÍTULO 1

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P R I M E R A
P A R T E

Me llamo Nami. Tengo veintitrés años. Actualmente soy estudiante de Bellas Artes, pero también trabajo en El Musee de L'orangerie como ayudante de mi madre. La dueña, la jefa. Qué sí, qué llevará faldas y chaquetas elegantes, blazers livianos y estampados sutiles, pero va descalza. Va descalza, viendo cuadros y disfrutando del ambiente. La muy jeta tan solo se encarga de decidir que colección es la mejor para tener más turistas la próxima primavera y de que día a que día se van a quedar los cuadros invitados en el museo. Nada más. Puede ir de mujer flexible y metódica, pero estuvo una semana sin recepcionista y acabó ofreciéndome el puesto a mí.

O más bien extorsionándome. Bueno, tampoco sé porqué me quejo. Mi única función es permanecer en el mostrador, detrás del ordenador, y mirar de vez en cuando y distraídamente Retrato de la señora Cézanne, evitando que alguien me pille en mitad de una partida al Buscaminas.

Como hijas obligadas a comenzar en el negocio familiar las he visto peores.

Pensaréis: ¡qué guay, trabajar en un museo! Tendré derecho a numerosas visitas guiadas, estaré rodeada de esculturas todo el día... 

No. 

Paso la mayor parte del tiempo delante de una pantalla, y al final del día termino con montón de ventana abiertas. Tengo mil páginas sobre viajes y turismo, mil búsquedas de nuestro museo, mil reclamaciones y sugerencias que atender, y estoy todo el día apuntando las quejas de los visitantes en una hoja a parte, redactando, al mismo tiempo, un comentario de disculpa.

Me extraña que ninguno sea pidiendo perdón porque mi madre se pasee descalza.

Vendo entradas y material, información, atiendo al teléfono y gestiono las visitas y los grupos.
Alguna vez también he tenido que denunciar algún comentario de spam en nuestra página oficial, de algún capullo que se aburre demasiado y decide hacer publicidad del museo Bridgestone en nuestro propio territorio.

En resumen: me las paso apretando los dientes ante las críticas negativas y pidiendo perdón, prometiendo que sea lo que sea no se volverá a repetir, rodeada de mis amigos Renoir, Picasso, Matisse y Modigliani.

Qué tampoco es tan guay, ya lo sé. Si por lo menos fuese guía aprendería algo sobre los cuadros y las estatuas verdes que están afuera. Me vendría mejor, ya que todavía tengo que terminar la carrera de Bellas Artes. Más me valdría empezar a pararme delante de las obras de mi colega Monet o ponerme a pensar seriamente en mi futuro.

Por eso, para olvidarme de todo, encojo las ventanas y me pongo a jugar al Buscaminas.

A veces pienso en ella. Ya no pierdo el apetito ni espero a que un día aparezca en mi vida como si fuese un milagro del destino, pero me sigo acordando.

De la niña del cuadro.
De la flor en su boca.
Y vale, joder, lo admito: la espero sin ni siquiera saber que es ahora de esa obra de arte de la que disfrute tan poco, junto a las paredes azules y la luz difusa que ilumina las pinturas.

Es sólo una divagación de una mente no demasiado madura, que lee mucha novela rosa y sigue creyendo en el amor a primera vista.

Cuando el museo cierra, me echo mi chamarra de mezquilla encima y salgo por el invernadero, cuyo destino es guardar los naranjos que se hielan a la intemperie del frío parisino.

De vuelta a mi piso, caigo en la cuenta de que estoy muy sola.
De qué desde que elegí esta carrera he perdido el contacto con mis amigos.
De que estoy enamorada de una niña de unos once años que conocí hace seis.
Es que no hay por dónde cogerlo.
En serio, hay que estar colgada para haber terminado así.

Llego rápido; no vivo en el centro de París y siendo tan tarde, prefiero darme prisa. Giro las llaves, abro la puerta y el calor me acoge con un abrazo. Lanzo el bolso lejos y caigo de bruces sobre mi colchón.

Empiezo a pensar en Nojiko.

Mi hermana, que ha abandonado la Universidad y ha roto con su novio, y ahora se pasa la vida (mejor dicho, las noches) bailando y como una cuba, que es su método para supuestamente superar toda esta mierda.

Así hemos terminado.
Y mamá con el imbécil de su novio.

Mientras me pongo el pijama, sólo rezo porque Nojiko no esté pasando frío, pero me es inevitable imaginármela como los árboles de cítricos de nuestro museo, cultivados en tinas al amparo del invierno.

Cómo han cambiado las cosas.
Mejor me voy a dormir.

como flores para holanda | one piece | naviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora