CAPÍTULO 6

196 34 12
                                    

—Usopp —rompo a llorar, cuando descuelga.

La calle está desierta, y un espacio vacío brilla bajo la luz de una farola.

—¿Campanilla china? —Odio ese mote—, ¿eres tú, campanilla china? —pregunta por el telefonillo.

Asiento, disgustada, pero me doy cuenta de que no me ve.

—Abre —pido, con las manos sobre el cristal.

Suena un murmullo metálico.
Me deshincho de alivio cuando, al de unos segundos, la puerta cede.

Los peldaños de las escaleras están fríos, y yo tengo las piernas entumecidas.
Me cuesta moverme.

A él no.
Le oigo bajar las escaleras de dos en dos, a trompicones.

—Mierda, Vivi —dice cuando me ve, y me envuelve en sus brazos— , ¿qué pasó?

—He discutido en el trabajo —contesto sorbiéndome los mocos.

Se me queda mirando con intensidad, sin entender nada, pero a mí no me apetece entrar en detalles.

—Y tengo mucho frío —añado, simplemente.

Cuando entramos a su casa, vuelvo a tener el deseo físico e insoportable de pirarme.
De estar sola entre las calles oscuras.
De no tener que ser nadie.

Hay unos cinco tíos rodeando una cachimba —¿Yonquis? ¿Porretanos? ¿Maníacos del speed? ¿Colegas de curro de Usopp? No lo sé—, y alguien grita mi nombre entre ecos de tabaco.

—¡Vivi!

—Ah —me quedo ahí quieta, en medio de todo, sin acordarme de que voy semidesnuda—. Hola, Luffy.

—Siento que esté todo así de desordenado —Usopp me echa una manta encima, que se me antoja más calentita que nunca—. No sabía que hoy vendrías.

La estrecho contra mi cuerpo.

—Ya, gracias. No importa —digo mirando en rededor.

Los amigos de Usopp están atentos a un partido de fútbol.
Como estoy un poco incómoda, pregunto:

—¿Y tú qué tal?

—¿Yo? —está sacando más mantas de un armario— Yo enredao y en mil movidas como siempre.

De repente, una mano tatuada me alcanza una botella de cerveza.

—¿Quieres? —me pregunta.

Es guapo, y sus manos bonitas en el sentido natural.

—Gracias —digo, antes de dar un trago.

Me mira con curiosidad y se señala la cara.

—Se te ha corrido un poco.

Tardo un poco en reaccionar, hasta que recuerdo que hoy era noche de actuación y que por eso me había puesto una sombra de ojos con purpurina azul.

Ay, mi madre.
Y yo he venido hasta aquí llorando como una loca.

Me froto la cara, como si eso fuera a solucionar todo el desastre.

—¿Así estás bien?

Estoy sepultada bajo miles de mantas, amodorrada y abrigada con una camiseta de Usopp de los Blackstreet.

—Sí, gracias.

—Descansa —susurra.

Me quedo mirando su figura recortada contra la luz del salón hasta que la puerta por fin se cierra.

Me encojo de lado y cierro los ojos.
Sin embargo, y como casi siempre, cometo la gran barbaridad de ponerme a pensar.

¿Sabéis?
A veces deseo volver a ser esa niña despreocupada, risueña y enamorada de un hombre mayor que ella, que se dejaba retratar y que tenía el olor a trementina en su piel cada noche.

No sé qué hora es, pero es tarde y aún no he conseguido dormirme.

¿Cómo has terminado así?, me abronco a mí misma.

En algún momento de la noche me quedo frita, y el amanecer se rompe cuando ya estoy medio descansada.

Un teléfono suena, lejano; la cama gime en su abandono. Tumbada, tuerzo el cuello para mirar la hora: las siete. Me despierto con la sensación de haber dormido toda la noche, aunque solamente hayan sido un par de horas de sueño.

Me estiro un poco y me despojo con esfuerzo de toda la tumba de mantas.
Apoyo los pies en el suelo, y mi melena cae sobre mis hombros.

El teléfono vuelve a sonar.

Camino hasta la salita y lo descuelgo antes de que suene por tercera vez.

—¿Diga? —pregunto, recorriendo la casa con la mirada, en busca de Usopp.

—¿Señora Arrebatos? ¿Quieres explicarme qué pasó ayer y porqué el jefe está tan cabreado?

Me quedo en silencio.
Caigo en la cuenta de que Usopp probablemente se haya ido a The Wall a trabajar.

—No me te reconoces, ¿verdad? Soy Boa. Boa Hancock —suspira al otro lado de la línea—. Soy la bailarina que siempre va de rojo.

—¡Ah! —exclamo, medio avergonzada— ¿La de piernas bonitas que sabe hacer un lazo con el tallo de una cereza?

—Sí, esa.

Sin darme cuenta, me hallo rebuscando en el armario de Usopp algo de calzado.

—Un momento, ¿cómo has encontrado este número? —recuerdo de repente, incorporándome con unas chancletas en la mano.

—Un mago nunca revela sus trucos. 

—Eres vedette.

—Tú también. 

Tiro las sandalias al suelo y caen estratégicamente frente a mis pies.
Me las calzo y salgo de casa a la velocidad del rayo.

—Ya, pues mira: la cosa anoche no terminó muy bien.

Observo mi reflejo en el espejo del portal y me peino un poco con las manos. Hancock chasquea la lengua.

—¿Mal asunto con algún cliente?

—Puede —contesto, mirando las nubes y temiendo por la lluvia.

Avanzo por una melé de abrigos de astracán y gorros de lana calados hasta las orejas.

—Ya, pues mira —dice Hancock—, tienes que venir.

—Tengo que recoger mis cosas, pero el jefe ya dejó bien claro que no quiere volver a verme.

—No es por eso —su voz suena como un graznido.

Voy aminorando el paso, extrañada.

—Tiene mejor maquillaje que yo, joder —dice al otro lado, y yo no entiendo de qué está hablando. Parece acordarse de que sigo ahí, al teléfono—. Ah, Vivi. Eso, que vengas.

Me detengo en medio de la calle.
La gente pasa, apresurada, por mi lado.
Hancock dice, antes de colgar:

—Aquí hay dos personas preguntando por ti.

como flores para holanda | one piece | naviWhere stories live. Discover now