CAPÍTULO 8

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S E G U N D A
P A R T E

Ninguno, ni siquiera Zoro, ha visto nunca Le Calbar tan lleno.

—A ver si me entero —hace una pausa, y susurra, lentamente, con los ojos cerrados y los dientes apretados—: ¿habéis contratado a una bailarina en mi bar sin ni siquiera avisarme?

—¿Qué es un Bar Coctail sin una actuación en directo? —cuestiona Sanji.

Y no se me habría ocurrido un motivo mejor; Le Calbar tiene una tarima de madera a la que nunca se le ha dado uso —si acumular polvo no se considera uno.

Zoro suspira, cabreado, peinándose con una mano su pelo verde mientras arruga levemente su nariz y sus ojos grises escrutan todo el jaleo.

—Esta me la pagáis —añade, antes de echarse la toalla al hombro y volver detrás de la barra.

Los sofás de terciopelo rojo están abarrotados de turistas sudados y en pantalón corto, que tienen a Shirahosi, la pobre camarera, volando de punta a punta con una bandeja llena de cócteles.

Le Calbar siempre me ha gustado y me ha dado grandes recuerdos. Tiene las tres características fundamentales: buen color, buen sabor y buen aroma.

Un momento. A ver, Nami, ¿pero quién te crees? ¿Una viajera cosmopolita haciendo críticas de cada sitio al que va?

Bueno. En realidad me gusta tanto porque una noche Sanji y yo salimos de copas, y acabamos en este lugar del cual Zoro era dueño.

Todavía recuerdo como la mirada de Sanji fue a posarse en la espalda del peliverde, y éste, aprovechando la situación para burlarse del aspecto débil del rubio, le soltó con una sonrisa lasciva: Sí, estos músculos existen. También los tienes tú.

Después de ese encuentro, Sanji empezó a frecuentar en ese pequeño local de la Rue de Charenton, hasta que una noche, después del trabajo, me encontré a Zoro durmiendo en pelotas sobre mi colchón.

Me quedé quieta, embobada.
Creo que fue debido a la suavidad de su respiración y al aspecto sereno de su rostro.

En aquellos momentos, e incluso ahora también, esa paz es algo que envidio y admiro de él.

Sanji dice que es como un gatito: puede echar cabezadas en cualquier parte, en cualquier momento y en cualquier posición.

Luego, cuando no duerme, es como un enorme tigre de expresión dura y piel leonada, que, aunque sea una especie solitaria, siempre lleva a su manada a la espalda.

Las luces se apagan, y el público empieza a removerse en sus asientos, hasta que la música empieza a sonar.

'I put a spell on you
Because you're mine'

La voz de Nina Simone resuena por toda la estancia, sobre un denso silencio.

De su melena, suelta y convertida en río sobre su espalda, se alzan dos brazos.
Con lentitud, sin prisas, mientras también mece las caderas de un lado a otro y así, tan preciosa con un vestido pequeño, me quedo absorbiendo el mosaico maravilloso que componen sus piernas y esas medias negras en las que están enfundadas.

Y comprendo que la prefiero así, sin flores en la boca y moviéndose libre sobre una silla, lanzando patadas al aire y derrochando sensualidad ante desconocidos.

Shirahosi se lleva la bandeja al pecho, maravillada, y Zoro ha salido a verlo porque la curiosidad seguramente lo estaba matando.

Vivi pasea sus manos por su cuerpo, empezando por los hombros y rodeando sus pechos enharinados, bajando por su vientre y luego muslos y rodillas.

Seductora y brillante.
Blanca y azul, un poquito roja.

Las desbloquea, huesudas, sin miedo y sin tapujos, y sacude la su marea, de olas que son de magia y no de agua salada.

Sanji sonríe satisfecho, con la típica adoración de femme fatale.

Y el público se pone en pie, entero, sin parar de aplaudir, mientras yo, en medio de todo, me siento presa de ella.

De su sonrisa de viento, como héroe desventurado.

—¡No, señorita! Acabas de traer a medio París a Le Calbar. Tú —le agarra de la muñeca— te vienes a cenar con nosotros.

—Pero, es que, yo...

—Zoro, dile algo.

—No te puedes negar a su Bouillabaisse —suspira Zoro con cansancio, aunque sonríe.

Como última acción, Vivi recurre a mí.

—La Bouillabaisse de Sanji es la mejor del mundo —respondo con una sonrisa, sin mirarla—. No. No te puedes negar.

Suspira con una pequeña mueca.

—Está bien, está bien —levanta los brazos en señal de derrota—. Vosotros ganáis.

Caminamos los cuatro por la calle desierta, bastante juntos. Sanji le ha prestado a Vivi uno de sus vestidos, lo que me provoca un sentimiento de familiaridad.

Ella levanta el rostro hacia el frío.

—Gracias —dice—. Por todo. No sé qué haría si...

Sanji le chista.

—Ni se te ocurra dar las gracias.

Vivi me mira, y yo le sonrió como una boba.

—Supongo que lo nuestro es así, dentro del ajetreo de la vida urbana —pienso en voz alta.

Zoro camina con una mano en el bolsillo, la otra estrechada contra la de Sanji.

El rubio se ha quitado los tacones, y temo por sus pies racheados por el invierno.

Pero esto es París, la ciudad de los enamorados, y el destino un caprichoso de mierda que me la ha traído de vuelta.

—¿Cómo? —pregunta Vivi.

—Apabullante —respondo.

Hago una barrera protectora cruzando mis brazos, y entonces la ciudad me resulta más bonita que nunca, pese a que el suelo esté congelado y el frío me arañe las mejillas y tenga el sentimiento de que Nojiko ya no ande por aquí.

—Apabullante —repito, mirando al cielo—, desordenado y demoledor.

como flores para holanda | one piece | naviWhere stories live. Discover now