CAPÍTULO 12

151 24 5
                                    

Me despierto.

No la veo allí, lejana, sino que estoy con ella. Nada cambia. Es el mismo y persistente aroma a jazmín, la misma canción de Nina Simone que interpretó la noche pasada, los mismos rincones oportos de mi apartamento y la misma luz templada que roza sus rasgos de niña pequeña. 

Es una imagen que tiene magia. Duerme con una quietud que podría permanecer años en un lienzo.

Cuando el silencio se rompe, se despereza lentamente y estira un brazo por encima de su cabeza, soltando un gruñido.

—Buenos días, Koala —digo a modo de saludo.

Se gira hacia mí, sonriendo. Tiene los dientes muy blancos.

—¿Koala?

—Los koalas duermen mucho.

—Tampoco he dormido tanto. Además, en invierno, cuenta como periodo de hibernación —me mira a los ojos—, ¿no?

Me hace sentir tonta, vulnerable. Sacudo la cabeza.

—Claro —digo—. Periodo de hibernación.

Me acaricia la pierna con el pie, sin dejar de mirarme. Sus ojos son oscuros, llenos de dureza en comparación a sus facciones. 

—¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta? —susurra, y siento como las sábanas se deslizan aviesamente.

—Inténtalo, no te aseguro que la responda.

Sonríe otra vez.

—¿Cuánto tiempo?

—¿Qué? —me hago la loca.

—Ya sabes de lo que estoy hablando, Nami.

No había salido con nadie desde que me había dejado mi ex hacía tres años. Se llamaba Califa y en algunos momentos sospeché de que fuese una sicario, o algo así. También tenía la piel muy suave y las tetas muy grandes, y cada vez que lo hacíamos aquello parecía una batalla.

—¿Llevas tres años sin sexo?

—Acabo de decir que me dejó hace tres años.

—Es razonable —piensa, mirando al techo—. El cálculo, quiero decir.

Suelto una risa, aunque suena más como un gran ladrido. Fuerte, abrupta y poco elegante, como yo.

—Tres y medio, si nos ponemos a contar. A parte de..., eh..., lo de anoche. Y no tienes que sorprenderte tanto.

—No estoy sorprendida —dice, sin deshacerse de el arco que adorna su cara desde que se ha despertado—. Pero nosotras no tuvimos sexo la noche anterior.

Mierda.

—Sabes como provocar a las personas, ¿eh? —le digo.

—Y tú —me rodea con la pierna, atrayéndome hacia sí. Su dureza me hace enloquecer por un momento.

—Si estoy llena de legañas —replico.

El corazón me late tan rápido que creo que voy a vomitar.

La tímida luz de la mañana entra por la ventana. En mi estado oscilante entre el sueño y la vigilia Vivi me da dos besos, muy cerca de la comisura de los labios. La canción comienza como una balada. Se tumba encima de mí; nuestras piernas están entrelazadas. Nos abrazamos mucho, nos besamos y nos acariciamos con los dedos, con las manos, con la boca.

Cara a cara. Se suelta el nudo que retiene su pelo en una coleta y yo entierro mis dedos en él. La atraigo y la beso, casi como un reclamo de posesión.

La pequeña nariz recorre entonces mi estómago, baja por mi obligo; la balada se transforma en algo más violento. Ahí besa, palpa con su lengua. Me toma entre las piernas y se deshace por completo de mi ropa. Recorre cada espacio y yo me contraigo, me muerdo el labio y encorvo la espalda involuntariamente.

—Joder, Vivi —a mitad de un jadeo, entierro las manos en las sábanas.

Mientras me revuelvo en la cama, unas acusadoras uñas de azul me agarran de la cintura y me acomodan violentamente. Sigue besándome. Toda. El calor es insoportable, la espera demasiado larga.

La colcha está empapada por nuestro sudor. Los grises cogen color en mi pequeño apartamento. Verdes, suaves. Ella guapa, salvaje, con su mar de Grecia cardado y cubriéndole las ojeras. Amatistas y pálidos. Violeta intenso. Rojos, como rosales en flor que huelen a manzana y que se funden con su tacto.

—Joder —digo en voz baja—. Joder —y luego añado en un gruñido—: Hazlo ya.

Y finalmente, con ella entre mis rodillas, gimo su nombre muchas veces y me agarro a los lados de la cama como si fuese a salir por los aires, y pienso (pero no le digo) que la quiero.

Una mujer se mira el dobladillo de la falda por encima de su bolso. Lo lleva colgando de un brazo y se detiene en un escaparate de moda. Sus labios son operados, fijo. Cerca de un automóvil, tapado por la carrocería, veo a un hombre atravesar la calle a toda prisa, gritándole a alguien. Veo a una niña con un jersey beige, de la escuela, supongo. Veo, junto a un buzón amarillo, a un señor con coleta esperando impacientemente.

Observo. Veo mujeres parisinas muy guapas, saliendo de las panaderías con tartas de crema, éclairs, que me recuerdan a Sanji.

Todo esto es muy bonito, y por primera vez me siento participe de ello.

—Eso es: ¿para qué entender de moda cuando una se puede pasear desnuda por casa? —Vivi, cubierta con una manta, se acerca también a la ventana. La miro y me es imposible no sonreír— Vas a coger frío ahí parada. ¿Por qué no volvemos a la cama?

—¿Periodo de hibernación? —pregunto.

Asiente. Nos volvemos a tumbar en el colchón, y me estremezco al sentir, en contraste, el calorcito que emana su cuerpo.

—O faire la grasse matinée. ¿Ves? Sé algo de francés.

Me hace gracia como pronuncia la "r" como si fuera una "g".

—Seguro que sí —respondo con ironía.

Se me queda mirando un rato en silencio. Luego susurra:

—¿Por qué cuando estoy contigo, siento qué te conozco de toda la vida?

—¿Es otra de tus preguntas indiscretas?

—Ay, cállate —me lanza una almohada—. Hablo en serio.

—No sé. Quizás el habernos encontrado en Pigalle, contigo medio desnuda, haya ayudado a ganar confianza —le digo, ahora siendo yo la que sonríe.

—Y ya nos hemos emborrachado y hemos tenido sexo juntas. Lo siguiente será sacarnos las legañas que encontremos cuando nos miremos a los ojos.

Nos reímos y miramos al techo, volviendo a quedarnos en silencio.

—Bueno. Aunque vivamos en un mundo complicado, lleno de situaciones poco favorecedoras —pienso—, no debemos olvidar que podemos divertirnos sin culpa.

Y Vivi simplemente dice, exagerada:

—Estoy totalmente d'accord.

como flores para holanda | one piece | naviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora