CAPÍTULO 2

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Sanji Vinsmoke, el tío con el que comparto un piso en la rue Boissy D'Anglas, es travesti. Trabaja en temas de seguros. En su horario laboral viste con traje y corbata, pero después de eso, empieza con las lentejuelas y todo el mogollón. La doble vida de Hannah Montana en estado puro, vamos.

Me da vergüenza. Me da vergüenza que lleve una falda de paneles hasta las pantorrillas y unos tacones mejor que yo. También envidia.

Y ésa, amigos míos, creo que es la clave de nuestra amistad: él le da un buen uso a mis trapos, y a cambio me ayuda a vestir un poco mejor.

Lleva las cuentas, porque no se fía de mí. Le impactó demasiado el vestuario con el que me presenté el día que tuvimos que firmar el acuerdo. Ni recuerdo como iba vestida, pero según él yo parecía una ladrona de mercadillo.

Nos lo montamos bastante bien: él trae los cruasanes y los bracitos de azúcar del desayuno, y yo bajo la basura.

Si estoy de buen humor, también nos vamos de fiesta.

Al principio lo odiaba.
Bueno, digamos que le soportaba poco (que pusiese a canturrear las obras de Edith Piaf a la hora del desayuno, cuando yo aún tenía la cara abotagada por el sueño, se me hacía muy cuesta arriba).
Ahora ya nos llevamos bien.
Excepto cuando llega tarde por la noche.

Pienso, cuando entra por la puerta, envuelto en un vestido con flecos, con sus rizos pequeños y dorados y una diadema de plumas, que una diosa del cabaret de la Belle Época se ha confundido de habitación.

Pero Sanji no tiene la culpa de mis desvelos.
Hace meses que estoy así, desde que no sabemos nada de mi hermana y ya no salgo.

Creo que pienso demasiado.

Tumbada, veo como taconea hasta la mesa de la cocina y deja su bolsito de alamares en el respaldo de la silla.

Mas allá de que a Sanji le mole vestir como mujer, él es un visionario de la moda. Lleva una falda entallada en la cintura y con volumen en el largo. Hay cuatro tipos, que me obligó a memorizar para no perderme en sus explicaciones: palazzo, flare, reta y cigarette.

—Uy, si estás despierta.

Se agacha a mi lado y me sonríe a través de unos labios cereza.

—Es que no puedo dormir —digo, tapándome más con la manta.

Con Sanji, por muy triste que esté, siempre me pongo mejor. Me acaricia el pelo.

—¿Va todo bien?

Y entonces prorrumpo en lágrimas.

Sanji también es positivo. Demasiado positivo, diría yo. Siempre con el rollo de que abrazar libera la dopamina y alborota la oxcitocina. ¿Vosotros sabéis que es eso? Porque yo no. A veces pienso que se inventa esas cosas.

Como iba contando: empiezo a llorar como una magdalena.

—Ya está, ya está —me calma, dándome palmaditas en la cabeza—. El llanto es la forma más saludable de aliviar tensiones.

Me seco la cara mientras Sanji se quita los tacones y se acomoda a mi lado.

—¿Te apetece hablar de ello?

—Es mi hermana —digo desplegando el clínex que me ha tendido.

Suena como una trompeta y se infla cómicamente cuando me sueno los mocos.

—¿Sigue sin aparecer?

Sanji conoce todos mis problemas.
Conoció mi acné, hace dos años, y pelea a día de hoy contra mis ayunos intermitentes. Conoce mi débil estilo para la moda y el picazón de lengua que me provoca la piña. Conoce los colores que me favorecen (ser pelirroja es un regalo que no deberías desperdiciar, querida, sólo tú puedes lucir este verde esmeralda) y mi sueño de cuando era pequeña (viajar en velero por el mundo).

Es como mi madre.

Por ende, también sabe que una de sus hijas anda perdida por París.

—Mañana iremos a preguntar a todas las tabernas —dice con calma, y yo sólo asiento con un cabeceo.

Con la cara húmeda por las lágrimas, vuelvo a tumbarme y desde mi colchón, sigo sus pasos.
Veo como se desviste, se sumerge en su camisón de muselina y se cepilla los dientes.
Veo como se desmaquilla, guarda sus pestañas postizas en una cajita y se deshace de su peluca rubia.

Y en algún momento entre que se prepara el té y se desploma a mi lado con alguna de sus lecturas actuales, consigo quedarme dormida.

como flores para holanda | one piece | naviWhere stories live. Discover now