CAPÍTULO 16

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El viaje es largo y cansado, y durante el vuelo y el viaje en taxi hasta aquí tengo tiempo de sobra para recuperarme.

Ya se me ha pasado el disgusto. Ya estoy en casa.

Sin embargo, desorientada e incómoda, cuando llego a la pequeña villa india de mi niñez, no tengo ningún sentimiento; siempre me pasa lo mismo, siempre me siento fuera de lugar, da igual dónde, da igual cuando. 

Ya no está la señora del puestecito ni los jazmines ni el organillero de la plaza. Eso sí: siguen los olores fuertes, los llamativos colores de los saris de las mujeres, que me hacen sentir indigna de mis raíces y una traidora, pues hace años que no me pongo uno; sigo hablando el idioma y recordando la Historia, pero he sucumbido a la moda occidental, a los zapatos de aguja y los vestidos ajustados en la cintura, esos que Sanji decía que me quedaban tan bien.

¡Qué lejos me parece que está París ahora! Con mi túnica amplia y larga y el delicado pañuelo sobre la cabeza, me resulta increíble pensar que, en algún momento, había llegado a formar parte de eso: los bailes, los cigarrillos, las tormentas de verano.

¡Pero no es momento para pensar en estas cosas!; no tengo tiempo que perder. Solo estoy aquí por un motivo. Si él no está, entonces me iré. ¿A dónde? No lo sé, tampoco importa; por el momento, lo que debo hacer es ir a aquella calle, la del restaurante, y comprobar si Cocodrile sigue en el piso. Ya está. Si él sigue viviendo ahí, tampoco sé muy bien qué haré, pero para eso ya tendré tiempo de improvisar. Es lo que siempre he hecho, ¿o como, si no, aprendí a hablar francés solamente de oída? Eso es.

La escalera, sucia y alfombrada, huele a puro y a viejo. Arrastro la bolsa de viaje, donde llevo mis pocas pertenencias. Un peine, un perfume de bebé con olor a limpio, la falda de monedas que me dieron en el Dollhouse, cuando me preguntaron por mi origen y yo les dije que era hindú y entonces ellos supusieron, automáticamente, que sabía hacer la danza del vientre (no sabía; tuve que aprender con tutoriales de YouTube.)

En fin.
Llamo a la puerta.

Al cabo de un rato, me abre una cría con trenzas.

Excuse me, who are you? —pregunta en un inglés perfecto. Tiene los ojos grandes y atentos.

Sorry... ¿Mister Cocodrile?

—El señor no espera ninguna visita hoy.

—¿Puedo hablar con él? Can I talk with him?

—Hummm... ¿Qué eres para él?

A pesar de ser una pregunta entrometida, su tono de voz no me molesta, y le digo:

—Una vieja amiga.

Me deja pasar.

El interior, sumido en la penumbra, sigue teniendo esa tonalidad violeta de antaño. El color, la humedad, el olor a pintura, toda la casa parece estar respirando; un artista ha sumergido sus pinceles en ella, alguien, una gran criatura, vive entre estas cuatro paredes, lo sé, lo siento.

Cocodrile está viejo, pero tampoco ha envejecido tanto. ¿Es algo extraño eso?

Sentado en un sillón, me ve entrar.
Las manos, castigadas por años de trabajo, se alzan un poco sobre su regazo como si intentara darme alcance.

—¿Vivi? —pregunta, como delirando— ¿Eres tú, Vivi? Ven, acércate para que pueda verte.

Me arrodillo frente a él y dejo que me toque las mejillas, la frente, los ojos; permito que aparte un poco el pañuelo para ver mis pendientes, mi pelo azul. Desde muy pequeña (aunque a veces me de vergüenza admitirlo) me he sentido atraída por los colores llamativos y los accesorios, y me pregunto qué pensará de mi nuevo aspecto, de mi túnica con estampado de mariposas y el piercing plateado de mi nariz.

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⏰ Last updated: Nov 03, 2020 ⏰

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