Capítulo 3

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2015

Siempre he creído que la consciencia es una versión muy pequeña de nosotros. Misma anatomía, mismas características físicas. Esa persona que tiene por trabajo advertirnos que algo no anda bien. Y no todos sabemos, o mejor dicho, no todos tenemos ese don de poder comprender, escuchar o ver las señales que nuestra consciencia nos grita porque preferimos ignorar.

Aquí es donde entra Lexie Thorpe. Una chica que está a tan solo dos años de graduarse en leyes. Sonriente, sarcástica y muy amable. Lamentablemente, esa personita dentro de su cabeza, la cual le dice que no debe enrollarse con ese chico porque hay algo que no le convence un cien por ciento, se encuentra atada de manos y pies. Omitir a su consciencia es como una pasión para ella.

Mis manos intentar llegar a mi espalda para acomodar las alas que están colgando y, con la mirada fija en Lex, hago que cubran mis omoplatos. Mi mejor amiga modela frente a un gran espejo, creyendo ser una de las modelos de Victoria Secret, y se asegura de no haber cometido un solo error al embarrar el pintalabios rojo pasión. Viste una falda negra con cola de gato y dos orejitas de peluche en la cabeza.

Me mira por el reflejo, le pone la tapa al labial y lo deja sobre el mueble blanco de su habitación. Antes de girarse sobre su asiento de peluche rojo, gruñe.

— Mira, no quiero que comiences con el típico discurso. Me rehúso a escuchar esa charla que haces cada vez que vamos a salir y no, no es necesario que lo digas, sé que dentro de ti hay un gran discurso sobre "la voz dentro de tu mente sabe que esto está mal" — masajea su frente.

— Es porque la voz dentro de tu mente sabe que esto está muy muy mal.

— Eso es... es... — vuelve a gruñir —. Hope, somos jóvenes y con esto quiero decir que tenemos el derecho que cometer grandes estupideces, porque al final de la noche tenemos la excusa de que todo es una lección de vida. Además, si no me equivoco, tú tampoco escuchas a esa pequeña voz dentro de ti.

— ¿De qué hablas?

— Hablo de que allá arriba te deben de querer mucho como para apartarte a cada chico al que ayudas.

Toma los tacones negros con plataforma y se pone de pie, comprobando que son de tu medida. Examina su traje, desde los tacones hasta las orejitas, y termina sentada en el borde de su propia cama, frente a mí.

— No es cier...

— Sabes que tengo razón. — me interrumpe.

Se le ilumina la cara con una sonrisa traviesa que por poco me hace admitir que tiene la razón. Arrugo la nariz y aparto la mirada. Solo este movimiento me permite concentrarme y pensar en algo que no me hará sentir inútil después de escucharlo. Que injusta que es la vida por no tener un control remoto que me deje detener el tiempo y así poder pensar en una respuesta maestra, única, fulminadora. Y es que, eso es cierto, las mejores respuestas llegan cuando ya la hemos cagado.

Aplaudo al sentir las chispas de mi cerebro haciendo cortocircuito.

— Tienes que olvidar eso. Lo que sucede es que tengo un corazón demasiado bueno y una promesa que cumplir. Cualquier cosa bajo juramento, es como mantequilla. Simplemente no vale.

Las alas se vuelven a desacomodar y, mientras intento acomodarlas, ella responde:

— Pero no dejas de ser joven.

— ¡Con mucha más razón! No podemos arriesgar nuestras vidas solo porque tú deseas coquetear con un tipo diez años mayor que nosotras, o ver qué tan guapos están sus amigos. Y sí, tenemos derecho a hacer estupideces, pero déjame decirte que hay jóvenes que abusan de ese privilegio y yo no pienso seguirlos. Tengo una reputación que mantener.

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